viernes, 21 de noviembre de 2008

¡Dios mío! Nos libramos de un canalla

Armando Ortiz

¡Dios mío! Nos libramos de un canalla

Hace unos días me encontré una revista Gente del 1 de marzo del 2008. Como soy muy dado a leer todo lo que llega a mis manos me puse a leer algunos de los artículos. Uno de ellos, de portada, es de Carlos Ahumada donde confiesa: “Nunca he hecho algo de mala fe”. Y me puse a pensar en los tantos videos que aparecieron en la televisión y los otros tantos que no pasaron. Entonces su sonrisa se me hizo hipócrita y corrompida; ¿cómo puede alguien como él ser capaz de semejante confesión? En otro de los artículos me encontré una entrevista con Pedro Ferriz de Con, en la que asegura que con Felipe Calderón los “políticos are back”. Trata de convencer que con Calderón el país alcanzará un auge como nunca se ha visto en nuestro país. ¿Qué dirá ahora ese imbécil siete meses después? Ahora que el narcotráfico se ha infiltrado en todas las áreas de gobierno, ahora que el INEGI ha dicho que el desempleo se encuentra en los niveles más altos, ahora que el precio de la gasolina en Estados Unidos es más bajo que en nuestro país, ahora que murió en un avionazo el secretario de Gobernación. Recorro las páginas de la revista y veo a la gente bien, a los hijos de los verdaderos dueños de la república, sus fiestas deslumbrantes, sus alegrías, sus preocupaciones, sus pasiones y frivolidades. Se les ve tan cómodos, tan a gusto, tan despreocupados. Se nota que para ellos no hay crisis, para ellos la noche es interminable, la juerga continúa hasta amanecer.

Esa misma tarde encontré en Reporte Índigo unos fragmentos del libro Los cómplices de Calderón en el que la periodista, Anabel Hernández, Premio Nacional de Periodismo, nos revela datos inéditos sobre la vida del que fuera favorito de Calderón. ¡Dios mío! Nos libramos de un canalla. Porque no se puede llamar de otra manera a quien, con oficios de chichifo llegó hasta el puesto más importante de la república después de la presidencia. Es indignante saber que Juan Camilo Mouriño llegó a ser íntimo de Calderón porque lo aguantaba en sus borracheras, porque lo secundaba en sus excesos, en sus abusos. Pero la juerga no terminó cuando este ocupó la secretaría de Gobernación. Cuenta Aanabel Hernández que un día, ya siendo secretario de Gobernación, intentó entrar a un restaurante de Polanco con todo y mariachis y de no ser por la intervención oportuna de Ulises Ramírez, se hubiera armado una buena bronca. En adelante muchas son las crónicas de sociales donde se habla de un Juan Camilo que vivía en una constante fiesta, que sólo la depresión, causada por la revelación de sus negocios ilícitos y el continuo golpeteo por parte de los mismos panistas, lograban frenar.

Favorito de Calderón se volvió prepotente, engreído y déspota. Su vida frívola era ya una constante queja entre los mismos panistas que se preguntaban por qué Calderón le aguantaba tanto desmadre. Las suposiciones por supuesto fueron de lo más descabelladas. Algunas señalaban desde negocios en complicidad, hasta situaciones más íntimas.

Causa verdadera preocupación que un sujeto tan frívolo, destemplado e inexperto haya llegado a tener la responsabilidad que tuvo Mouriño. Quizás en ello esté la explicación de porqué la situación interna del país se encuentra en estado de desastre. En plena decadencia este gobierno puede compararse a la época en que Calígula nombró Cónsul a su caballo Incitatus, al que consideraba el más leal de sus amigos.

La frivolidad no estuvo entre las cualidades que Calderón enumeró el día que rindió homenaje a su amigo fallecido. En honor al muerto Felipe soltó una sarta de mentiras, que en honor a la verdad debemos desmentir. Mouriño era un canalla, su muerte no deshace el daño que dejó en el país. Ahora la impunidad tiene un referente inmediato, una justificación pronta, una figura ejemplar.

Para frívolos es la revista Gente que me encontré. En sus páginas están aquéllos que nunca dejarán que la democracia eche raíces en el país. La democracia será siempre una realidad simulada, como la sonrisa bienhechora de Ahumada, como la maternidad de Edith González, como el amor de Rully con la Galiano, como la hermandad de los Lebrija, como el altruismo de Maná, como la cultura de la madre de Jaime Camil, como las virtudes de Mouriño. La democracia, como la justicia, seguirá clamando en las plazas públicas sin que nadie la escuche. En esos momentos, los encargados del gobierno estarán tomando whisky hasta el amanecer en el Il Canto, el lugar preferido de Mouriño, allá, en Polanco, donde vive la gente que nunca nos dejará tomar el poder.

Armando Ortiz aortiz52@hotmail.com

(fuente: Newsver)


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