25 septiembre 2009
pgomez@milenio.com
Pablo Gómez
Acción Nacional prometió terminar con los privilegios. Ya se sabe que el PAN siempre estuvo de acuerdo con el sistema social, pero criticó desde su nacimiento el sistema político, aquel que genera una cierta clase de privilegios que se desprenden del grado de poder del privilegiado. Esa crítica era una posición panista dentro de la tradición liberal. La vida llevó al PAN por una senda diferente.
Todos los privilegios fiscales, heredados de décadas de abusos priistas, se han mantenido durante los nueve años de poder panista. El charrismo sindical está más fuerte que antes y la evidencia más lacerante es el magisterio nacional, extendida ahora a la Secretaría de Educación Pública y al ISSSTE, pasando por la exoneración del Pemexgate en cuanto a los líderes del sindicato petrolero. El Estado de policía, tan criticado de palabra por el PAN, es ahora impulsado por Felipe Calderón en persona, en detrimento del Estado de las libertades, que pierde terreno paso a paso, no obstante que siempre ha sido en verdad precario. Los monopolios siguen tan campantes, no sólo los puramente económicos sino también el duopolio de la televisión, que oprime los cerebros de los mexicanos y cancela la creatividad cultural de la sociedad mexicana.
No se ha producido ningún cambio. El PRI lo festeja y le saca el mayor provecho. Como el PAN es más de lo mismo, muchos han volteado al modelo original con indulgencia al pasado, lo cual adquiere sentido frente al gran fraude histórico del panismo.
Después de tantas luchas, de tantos sacrificios (en sentido involuntario), de tanta crítica y de tantos fracasos históricos del Estado mexicano, Calderón nos receta las mismas conductas, el mismo método de análisis con el que se ubica al poder en el centro de la nación sin la menor consideración por el pueblo, la sociedad, la gente o como se le quiera llamar a eso que tanto se invoca y en cuyo nombre se dice actuar.
El balance de los últimos nueve años es la continuidad, la persistencia en la injusticia y la desigualdad. El flamante procurador general de la República dijo ante la comisión del Senado que le examinó que el enemigo de México es la delincuencia. Eso refleja la concepción dominante en el gobierno. Se olvida así que los mayores enemigos son la pobreza y las monstruosas desigualdades sociales. La crisis del Estado mexicano, desde el perverso esquema de distribución del ingreso hasta el componente de seguridad, es el testimonio del daño causado por el continuismo priista impulsado por el Partido Acción Nacional en el gobierno.
Los traspiés de la derecha son pasos perdidos. El PAN acusa en la Cámara a Salinas de Gortari por la corrupción, atestiguada recientemente por Miguel de la Madrid, pero no es capaz de condenar a los Amigos de Fox y ni siquiera el Pemexgate. Tampoco ha intentado hacer algo contra el tal Salinas por los robos tan descarados que se realizaron entonces. Ya no hablemos del desafuero de López Obrador, obra grotesca de la alianza del PAN con el PRI, pero hablemos del aumento del gasto burocrático, tan condenado por el PAN durante 70 años; hablemos del uso faccioso de la procuración de justicia, hablemos de las venganzas, ya no sólo políticas sino del rescate del principio de autoridad en el caso de Jacinta Francisco y dos de sus compañeras, quienes siguen en prisión porque la policía las culpa del secuestro de seis agentes, para vergüenza de México en el mundo, pasando por la monstruosa venganza contra los líderes de Atenco, condenados por lo mismo a más de 50 años de prisión en una cárcel para narcotraficantes. ¡Qué podredumbre!
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