viernes, 27 de noviembre de 2009

Riqueza bajo el mar

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El futuro de Brasil reposa en las entrañas del Atlántico. Mar adentro, a 8 mil metros de profundidad, frente a la costa tropical que une a Río y São Paulo, aguarda desde hace 50 millones de años un océano de petróleo que puede cambiar el destino de este país.

Una ocasión histórica que el presidente Luiz Inácio Lula da Silva quiere aprovechar para acabar con la pobreza y el atraso de su país. También para financiar el Mundial de Futbol de 2014, los Juegos Olímpicos de 2016 y el tren de alta velocidad. Y, además, para demostrar al mundo que Brasil es una nación diferente.

Un tsunami de oro negro capaz de acabar con la pobreza y transformar al país en la sexta potencia del mundo; en portavoz de los países emergentes y líder de América Latina; en miembro del Consejo de Seguridad; en una economía capaz de financiar su educación, su servicios de salud y la investigación; en una nación que puede cimentar una industria nacional poderosa y escapar de la eterna maldición de represión, corrupción y desigualdad que arrastran los grandes productores de crudo del planeta, desde las monarquías del Golfo Pérsico hasta Nigeria, Irán o Venezuela.

"El petróleo es el excremento del diablo; una maldición que le quita al enfermo la voluntad de curarse", teoriza el politólogo y ex ministro de Industria venezolano Moisés Naím. Frente a ese modelo de dependencia absoluta de las exportaciones de crudo, los dirigentes brasileños esgrimen su segunda vía: "Contrario a lo que pasa en los Estados productores de petróleo tradicionales, que tienen muchas reservas, poca tecnología e industria, un mercado interior pequeño y mucha inestabilidad, nosotros contamos con grandes reservas, alta tecnología, una base industrial diversificada, un gran mercado interno y, sobre todo, estabilidad".

Brasil es diferente. Ese es al menos el diseño esbozado por el viejo compañero del sindicalismo brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, de 64 años, durante sus dos mandatos como presidente. El secreto de su éxito político ha sido el equilibrio. Cautela en materia económica y osadía en el plano social. Y estabilidad, "mucha estabilidad", un adjetivo reiterado con orgullo por los hombres del presidente.

Brasil, el eterno gigante aletargado, está a punto de despertar. Se está desperezando. El crudo es el gran detonador, pero no hay que olvidar que este país será el anfitrión del Mundial de Futbol en 2014 y organizará los Juegos Olímpicos de 2016; va a construir el primer tren de alta velocidad del continente y está haciendo enormes inversiones en infraestructura, vivienda, educación y protección social. Ese dinero tiene que salir del crudo y sus derivados.

La nueva potencia petrolera

Brasil es un país fiable e influyente. Tiene 40 millones de pobres, pero son proporcionalmente la mitad de los que había hace 15 años. La cifra va en descenso. Y la clase media, en aumento.

Lo curioso es que Brasil nunca fue una potencia petrolera. Al contrario. Era uno de los mayores productores mundiales de carne, café, soya, cacao, madera, caucho, azúcar, zumos de frutas, grano, hierro, uranio y esmeraldas. Todo bajo un sol generoso y regado por la primera reserva de agua dulce del planeta.

Brasil tenía todo, menos crudo. A mediados de los 50 importaba 95 por ciento del petróleo que consumía. Era el reverso de otros países latinoamericanos, como México o Venezuela, que explotaban desde los años 30 sus generosos yacimientos. El éxito exploratorio brasileño es resultado de medio siglo de tesón. Una obsesión por ir más hondo, más lejos.
Los brasileños siempre consideraron el petróleo como un recurso estratégico, no un surtidor de dinero fácil. Cuando se dieron los primeros pasos de exploración, se acuñó un eslogan en Brasil que revela la importancia del control estatal del crudo para el orgullo nacional: "O petróleo é nosso" (el petróleo es nuestro).

Lo explica un ingeniero de Petrobrás, la compañía petrolera brasileña que pertenece al Estado: "La clave era buscar la autosuficiencia energética, no convertirnos en exportadores. Nunca pensamos en entrar en la OPEP. Queríamos tener petróleo y crear una industria petroquímica. Manufacturar. Aprender el negocio y lanzarnos a operar en el exterior. Y ya estamos trabajando en 27 países.

“Ha sido una carrera de fondo. Cuando nos cercioramos de que no había petróleo en tierra, nos lanzamos al mar, fuimos los primeros y hemos ido acumulando experiencia; en 1977 descendimos a 124 metros. Y continuamos a medida que el conocimiento científico lo iba permitiendo. Hoy, nuestro récord de perforación está en 7 mil metros en el lecho marino tras atravesar una lámina de agua de otros 3 mil metros".

El éxito se hizo de rogar. En la década de los 70, Brasil aún importaba 80 por ciento del combustible.

A mediados de los 80, los geólogos tuvieron por fin la certeza de que decenas de miles de millones de barriles de crudo aguardaban enterrados en la cuenca de Santos. Los yacimientos se extendían hasta las vecinas cuencas de Campos y Espíritu Santo. La cuestión era llegar a ellos, extraerlos y llevarlos a tierra. La labor era difícil porque el hidrocarburo estaba atrapado bajo una capa de dos kilómetros de sal que hacía imposible en aquel momento su visualización y extracción.

Estos yacimientos, a los que se denominó pre-sal, representaban una de las reservas más grandes del planeta, sobre todo en un momento en que los productores tradicionales comenzaban a mostrar síntomas de agotamiento. Un golpe de suerte. Antes había que explotarlos.

Los retos que enfrentaban las petroleras públicas brasileñas para acometer la exploración y el desarrollo de esos yacimientos eran enormes. Para empezar, necesitaban financiamiento, y había que captarlo fuera. Técnicamente, el proyecto era tan complicado como alcanzar la Luna. Había que bajar una tubería a través de más de 2 mil metros de agua hasta tocar fondo, y a partir de ahí perforar 6 mil metros más.

El petróleo está reactivando a toda la industria del país. Desde la siderurgia hasta el sector textil y las comunicaciones; desde los estudios sísmicos hasta el almacenamiento del crudo, el tratamiento del gas y la elaboración de fertilizantes. Por ley, al menos 60 por ciento de cada equipo empleado en la exploración y producción debe estar fabricado en Brasil. Se habla de 250 mil nuevos puestos de trabajo.

Pero hace 10 años, a finales de los 90, Brasil no tenía ni el dinero ni la tecnología ni los técnicos necesarios para exprimir el fondo del mar. El país estaba ahogado en su particular crisis económica: el efecto samba. El Fondo Monetario Internacional (FMI) le daba a diario tirones de orejas. Ninguna potencia estaba dispuesta a arriesgar un dólar en este país asolado por la pobreza y la corrupción.

Menos aún con un barril de petróleo que cotizaba en picada. Entre la espada y la pared, el gobierno abrió el negocio del petróleo a las empresas extranjeras. Rompió el monopolio. Fue una jugada arriesgada e inteligente. En 1999, Brasil celebró la primera ronda de licitaciones para subastar decenas de bloques petrolíferos submarinos.


Las empresas que recibían las adjudicaciones debían explorar por su cuenta y riesgo en un determinado plazo. Si encontraban petróleo, debían pagar al Estado impuestos, derechos y una parte del crudo; el resto era de su entera propiedad. Estaban, además, obligadas a destinar el uno por ciento del valor de la producción a proyectos de investigación en Brasil.

La empresa que estuviera dispuesta a transferir más tecnología y a fabricar la mayor parte de sus equipos en Brasil tenía mucho a su favor con vistas a las concesiones. El modelo funcionó. Fluyó dinero e inteligencia. Y Brasil empezó a absorber conocimiento.

Se exploraron con éxito los yacimientos de pre-sal. Hasta 87 por ciento de los pozos perforados tenían crudo. Un milagro. El 21 de abril de 2006, en la cuenca de Campos, a bordo de la plataforma P-50 de Petrobrás, el presidente Lula, vestido de trabajador petrolero, anunció con las manos empapadas en petróleo la autosuficiencia del país. El comienzo de una nueva era. Dos millones de barriles diarios.

Se había encendido la mecha. Los siguientes tres años iban a suponer un goteo interminable de grandes descubrimientos presumidos propagandísticamente por el gobierno. Perforar en los yacimientos pre-sal supone encontrar petróleo de calidad. Los técnicos hablan de 5 millones diarios de barriles para 2020. "Dios es brasileño", clamaría el ex sindicalista. “Ha llegado el día de nuestra segunda independencia”.


Repsol, la multinacional española, estuvo en el lugar adecuado en el momento justo. Antes de que los grandes descubrimientos offshore de 2007, 2008 y 2009 pusieran a las grandes petroleras occidentales en la pista de Brasil y de que su gobierno cerrara la llave de las concesiones para no acabar con la gallina de los huevos de oro.

¿Fue una simple cuestión de suerte? Un ejecutivo del ramo de hidrocarburos responde: "Repsol fue el primer socio extranjero de Petrobrás cuando no todo el mundo estaba dispuesto a meter un dólar en Brasil. Han sido pioneros en los buenos y malos tiempos. Y ahora están sentados sobre un mar de petróleo. Y nadie se los va a quitar. El gobierno brasileño va a respetar las concesiones. Las reglas del juego están claras".

A futuro

El círculo virtuoso de Brasil tiene que cerrarse en 10 años. En una década, todo tiene que encajar. El presidente Lula, que dejará el poder en octubre de 2010 porque no puede presentarse a una tercera reelección consecutiva, ha afirmado que los ingresos estatales de pre-sal serán invertidos en un fondo social destinado a la educación, la ciencia, la tecnología y la lucha contra la pobreza.

El petróleo tiene que ser el motor del cambio. La piedra angular.

Un consejero delegado de una gran petrolera occidental opina que conviene ser cautos: “Se están sacando muchos conejos de la chistera desde el gobierno. Cada uno puede hacer el cálculo especulativo que quiera sobre el tamaño de los yacimientos del pre-sal. Se ha hablado incluso de 150 mil millones de barriles (más de la mitad de las reservas de Arabia Saudí), cuando los cálculos más sensatos no pasan de 50 mil millones.

“Hablamos de cantidades muy grandes, pero pasarán años antes de que se puedan desarrollar comercialmente. ¿Cuánto nos va a costar sacar un barril a esa profundidad? ¿Y ponerlo en la costa? ¿Va a ser rentable? No es muy prudente comprometer cifras".

Brasil está cambiando muy deprisa. La promesa del petróleo está transformando al país. En torno a la industria, han crecido de manera explosiva nuevas ciudades como Macaé o Itaborai, que recuerdan a las villas salvajes de la fiebre del oro del oeste americano erigidas en semanas y en las que falta de todo.

El futuro de Brasil duerme frente a estas mismas costas. El petróleo es aún una promesa lejana, pero detrás de esa esperanza, todo el país se ha puesto en marcha.

Brasil encierra una inmensa riqueza natural, ha construido una democracia estable y, sobre todo, acumula las mayores reservas de optimismo del planeta. Por eso, si se le pregunta a un brasileño por el futuro, la respuesta será siempre la misma: "Todo ben; todo bon".

El País SRL

Fuente: Reporte Indigo
Difusión: AMLOTV

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