Por: Francisco Estrada.
Hace 60 años, el domingo 6 de julio de 1952, se llevaron a cabo las elecciones para elegir al sucesor de Miguel Alemán. Había varios contendientes pero quienes competían realmente por la presidencia eran Adolfo Ruiz Cortines por el PRI y Miguel Henríquez Guzmán por la Federación de Partidos del Pueblo. Las votaciones registraron las anomalías de siempre, y a pesar de todo la jornada transcurrió más o menos en paz. Esa tarde, a las oficinas de campaña de Henríquez, empezaron a llegar los reportes de los resultados: todos coincidían en su triunfo sobre el candidato gubernamental... y sin embargo, casi simultáneamente, el PRI proclamó su triunfo y todos los corresponsales extranjeros transmitieron a sus respectivas agencias, por cable, el comunicado oficial: que la votación era “unánime” a favor de Ruiz Cortines. La mañana del día 7 todos los periódicos amanecieron anunciando en sus primeras planas el “triunfo” del PRI, mientras perdida en las páginas interiores se publicaba una inserción pagada del partido henriquista convocando a un gran mítin para celebrar su victoria. La cita sería en la avenida Juárez, frente al Hemiciclo a Juárez, y el hecho es que la “Fiesta de la Victoria” fue interrumpida por grupos violentos, y luego por cientos de policías y agentes, de tal suerte que lo que pretendía ser una manifestación de júbilo acabó en una balacera que se extendió por varios rumbos de la ciudad y se prolongó hasta bien entrada la madrugada. Hubo infinidad de muertos, heridos y detenidos.
La mañana del día 8, los periódicos reseñarían los acontecimientos de manera amañada y mentirosa. “Graves actos de violencia y escándalo cometieron elementos del henriquismo”, proclamaba la cabeza de El Universal. “Los henriquistas mancharon con sangre la justa cívica del domingo”, decía la de Novedades. “Se frustró un ‘Bogotazo’” encabezó El Gráfico, recordando la revuelta popular que 4 años atrás había ocurrido en tierras colombianas y que había culminado con la capitulación del gobierno. “Una típica maniobra de agitación roja fue la de ayer”, aseguraba Zócalo, y presentaba la siguiente crónica: “Un plan cuidadosamente preparado por los expertos agitadores del comunismo internacional entreverados en las filas propicias del henriquismo para crear situaciones de anormalidad y desorden en nuestro país, fue puesto en práctica ayer, so pretexto de una reunión jubilosa del henriquismo para celebrar el triunfo de su candidato... Los dirigentes comunistas, mezclados entre la gente allí reunida, provocaron a la policía haciendo uso de armas de fuego... Todo el primer cuadro sirvió de escenario al motín cuidadosamente preparado por los agitadores profesionales que han usado al henriquismo como caballito de Troya para perturbar el orden” (Zócalo, 8 de julio de 1952). Lo que no dijeron los periódicos fue lo que pasó en realidad: que a eso de las 15 horas, efectivamente, grupos de ciudadanos pacíficos se empezaron a congregar en la avenida Juárez, frente al número 30, oficinas de los henriquistas, y que para las 6 de la tarde ya eran cerca de 25 mil personas gritando vivas a Henríquez. Era una masa entusiasmada, esperanzada, ignorante de las argucias del gobierno y del PRI, sólo que simultáneamente todos los alrededores empezaron a ser copados por agentes y policías. Poco después de la 6 y media hicieron su aparición a un lado de la Alameda varios automóviles marca Packard, sin placas, y de sus ventanillas salieron los cañones de varios fusiles de ametralladoras “Mendoza”. Un policía montado recibió un tiro en la cabeza y la balacera se generalizó. De quien sabe dónde grupos de jóvenes desataron el caos a gritos de “¡A Palacio! ¡A Palacio!”, rompieron vidrios de negocios, quemaron carros y se parapetaron en torno al Hemiciclo a Juárez, formando varios “comandos” que se movieron en varias direcciones con objeto de llegar al Zócalo.Nada hizo entonces la policía, los dejó actuar en la totalidad impunidad porque quien comandaba a los agresores era nada menos que el general Santiago Piña Soria, jefe de ayudantes del entonces presidente Miguel Alemán. La avenida Juárez se convirtió, en unos cuantos minutos, en un verdadero campo de batalla.
Desatado el caos y la balacera, entonces sí las policías entraron en acción, pero para agredir y arrestar, no a los vándalos sino a los ciudadanos, al tiempo que la montada, sable en mano, se lanzó con furia contra decenas de hombres, mujeres y niños, que sólo corrían, en busca de refugio.Al poco rato, los gases invadían el ambiente y, en medio de una espesa nube blanca, el palacio de las Bellas Artes y la Alameda prácticamente desaparecieron. Caían los heridos al filo de las aceras. Nadie sabrá con seguridad cuántos ciudadanos, hombres, mujeres y hasta niños, murieron asesinados aquella noche. Los henriquistas calculaban sus bajas en más de 200 personas, lo que lograron documentar. La prensa hablaría en principio de solo siete muertos, acabó reconociendo únicamente uno, y no faltó algún medio que llegó a decir que no tenía noticia de ningún fallecimiento.Carlos Monsiváis, al asegurar que la matanza del 7 de julio es "uno de los hechos menos documentados y más oscurecidos de nuestra historia reciente", hablaba de 500 muertos y decía que tan sólo por la amplitud represiva es más factible dicho dato que el reconocido oficialmente.Hay sobrevivientes que todavía recuerdan la avenida Juárez y las calles adyacentes, sembradas de cadáveres. Durante varios años la “asociación de supervivientes de la trágica noche del 7 de julio” estuvo batallando ante las autoridades para rescatar a los desaparecidos, y devolverlos a los familiares, infructuosamente. Guillermo López Portillo, reportero en ese entonces de El Universal, recordaba años después: "Llegamos a la redacción con el alma en un hilo y se inició la preparación de las notas de aquella acción que cualquiera hubiere supuesto guerrera. Al llegar las fotografías creció la indignación. Un soldado golpeaba a espantada mujer que trataba de protegerse con las manos. Los caballos cargaban sobre el pueblo. De escritorio en escritorio volaban protestas, pero las justas indignaciones se apagaron cuando César Hernández Palacios, director del diario, recibió una llamada telefónica. Las órdenes fueron terminantes, había que reescribir todo y convertir al soldado agresor en atento guardia que intervenía para quitar a la señora, de las manos, la piedra conque pretendía atacarle. Así se escribe la historia" (El Universal, 17 de junio de 1988).Esto viene a relación por lo que acaba de pasar en ese mismo escenario. Otra vez, igual que hace 60 años, se vuelve a hablar de “grupos de agitadores perfectamente bien entrenados”, de “conspiraciones” y “planes subversivos” que hicieron “indispensable” la intervención de la autoridad. En 1952 fueron cerca de 500 los detenidos. Ahora se habla de más de 100. Y hay desaparecidos.
Lo peor es que otra vez como en 1952 a quienes se pretende culpar es a jóvenes inocentes, por el sólo hecho de su edad y de su filiación ideológica. Y la paradoja es que mientras hace apenas unos meses se les exaltaba, incuso se les proclamaba como el paradigma de “la primavera mexicana”, ahora se les criminaliza. El pretexto fue la toma de posesión de Enrique Peña pero los hechos acontecieron en esta Ciudad, gobernada, se dice, por un gobierno de izquierda. Y fue aquí donde se dio el caso de una joven que fue detenida, muy lejos del lugar de los hechos, sólo por portar la camiseta de #YoSoy132, y de otro joven padre que fue arrestado cuando paseaba con su esposa y su bebé sólo por el hecho de ser joven.Porque quienes fueron arrestados no fueron quienes hicieron los destrozos, infinidad de testigos vieron como ellos pudieron actuar impunemente ante la mirada tolerante de los policías y luego desaparecieron, igual que en 1952. Fue hasta una vez que los violentos se marcharon en camionetas, que la policía arremetió contra los infortunados que tuvieron la mala suerte de andar por ahí, y organizaron redadas en diferentes puntos de la ciudad para arrestar a quienes quisieron.Hace 60 años se les señalaba por ser “comunistas”. Ahora los acusan de ser “anarquistas”.A estas alturas nadie se traga el cuento del “complot” comunista” de 1952… ¿A poco el de los “anarquistas” de ahora sí?
Por: Francisco Estrada.
Hace 60 años, el domingo 6 de julio de 1952, se llevaron a cabo las elecciones para elegir al sucesor de Miguel Alemán. Había varios contendientes pero quienes competían realmente por la presidencia eran Adolfo Ruiz Cortines por el PRI y Miguel Henríquez Guzmán por la Federación de Partidos del Pueblo. Las votaciones registraron las anomalías de siempre, y a pesar de todo la jornada transcurrió más o menos en paz. Esa tarde, a las oficinas de campaña de Henríquez, empezaron a llegar los reportes de los resultados: todos coincidían en su triunfo sobre el candidato gubernamental... y sin embargo, casi simultáneamente, el PRI proclamó su triunfo y todos los corresponsales extranjeros transmitieron a sus respectivas agencias, por cable, el comunicado oficial: que la votación era “unánime” a favor de Ruiz Cortines. La mañana del día 7 todos los periódicos amanecieron anunciando en sus primeras planas el “triunfo” del PRI, mientras perdida en las páginas interiores se publicaba una inserción pagada del partido henriquista convocando a un gran mítin para celebrar su victoria. La cita sería en la avenida Juárez, frente al Hemiciclo a Juárez, y el hecho es que la “Fiesta de la Victoria” fue interrumpida por grupos violentos, y luego por cientos de policías y agentes, de tal suerte que lo que pretendía ser una manifestación de júbilo acabó en una balacera que se extendió por varios rumbos de la ciudad y se prolongó hasta bien entrada la madrugada. Hubo infinidad de muertos, heridos y detenidos.
La mañana del día 8, los periódicos reseñarían los acontecimientos de manera amañada y mentirosa. “Graves actos de violencia y escándalo cometieron elementos del henriquismo”, proclamaba la cabeza de El Universal. “Los henriquistas mancharon con sangre la justa cívica del domingo”, decía la de Novedades. “Se frustró un ‘Bogotazo’” encabezó El Gráfico, recordando la revuelta popular que 4 años atrás había ocurrido en tierras colombianas y que había culminado con la capitulación del gobierno. “Una típica maniobra de agitación roja fue la de ayer”, aseguraba Zócalo, y presentaba la siguiente crónica: “Un plan cuidadosamente preparado por los expertos agitadores del comunismo internacional entreverados en las filas propicias del henriquismo para crear situaciones de anormalidad y desorden en nuestro país, fue puesto en práctica ayer, so pretexto de una reunión jubilosa del henriquismo para celebrar el triunfo de su candidato... Los dirigentes comunistas, mezclados entre la gente allí reunida, provocaron a la policía haciendo uso de armas de fuego... Todo el primer cuadro sirvió de escenario al motín cuidadosamente preparado por los agitadores profesionales que han usado al henriquismo como caballito de Troya para perturbar el orden” (Zócalo, 8 de julio de 1952). Lo que no dijeron los periódicos fue lo que pasó en realidad: que a eso de las 15 horas, efectivamente, grupos de ciudadanos pacíficos se empezaron a congregar en la avenida Juárez, frente al número 30, oficinas de los henriquistas, y que para las 6 de la tarde ya eran cerca de 25 mil personas gritando vivas a Henríquez. Era una masa entusiasmada, esperanzada, ignorante de las argucias del gobierno y del PRI, sólo que simultáneamente todos los alrededores empezaron a ser copados por agentes y policías. Poco después de la 6 y media hicieron su aparición a un lado de la Alameda varios automóviles marca Packard, sin placas, y de sus ventanillas salieron los cañones de varios fusiles de ametralladoras “Mendoza”. Un policía montado recibió un tiro en la cabeza y la balacera se generalizó. De quien sabe dónde grupos de jóvenes desataron el caos a gritos de “¡A Palacio! ¡A Palacio!”, rompieron vidrios de negocios, quemaron carros y se parapetaron en torno al Hemiciclo a Juárez, formando varios “comandos” que se movieron en varias direcciones con objeto de llegar al Zócalo.Nada hizo entonces la policía, los dejó actuar en la totalidad impunidad porque quien comandaba a los agresores era nada menos que el general Santiago Piña Soria, jefe de ayudantes del entonces presidente Miguel Alemán. La avenida Juárez se convirtió, en unos cuantos minutos, en un verdadero campo de batalla.
Desatado el caos y la balacera, entonces sí las policías entraron en acción, pero para agredir y arrestar, no a los vándalos sino a los ciudadanos, al tiempo que la montada, sable en mano, se lanzó con furia contra decenas de hombres, mujeres y niños, que sólo corrían, en busca de refugio.Al poco rato, los gases invadían el ambiente y, en medio de una espesa nube blanca, el palacio de las Bellas Artes y la Alameda prácticamente desaparecieron. Caían los heridos al filo de las aceras. Nadie sabrá con seguridad cuántos ciudadanos, hombres, mujeres y hasta niños, murieron asesinados aquella noche. Los henriquistas calculaban sus bajas en más de 200 personas, lo que lograron documentar. La prensa hablaría en principio de solo siete muertos, acabó reconociendo únicamente uno, y no faltó algún medio que llegó a decir que no tenía noticia de ningún fallecimiento.Carlos Monsiváis, al asegurar que la matanza del 7 de julio es "uno de los hechos menos documentados y más oscurecidos de nuestra historia reciente", hablaba de 500 muertos y decía que tan sólo por la amplitud represiva es más factible dicho dato que el reconocido oficialmente.Hay sobrevivientes que todavía recuerdan la avenida Juárez y las calles adyacentes, sembradas de cadáveres. Durante varios años la “asociación de supervivientes de la trágica noche del 7 de julio” estuvo batallando ante las autoridades para rescatar a los desaparecidos, y devolverlos a los familiares, infructuosamente. Guillermo López Portillo, reportero en ese entonces de El Universal, recordaba años después: "Llegamos a la redacción con el alma en un hilo y se inició la preparación de las notas de aquella acción que cualquiera hubiere supuesto guerrera. Al llegar las fotografías creció la indignación. Un soldado golpeaba a espantada mujer que trataba de protegerse con las manos. Los caballos cargaban sobre el pueblo. De escritorio en escritorio volaban protestas, pero las justas indignaciones se apagaron cuando César Hernández Palacios, director del diario, recibió una llamada telefónica. Las órdenes fueron terminantes, había que reescribir todo y convertir al soldado agresor en atento guardia que intervenía para quitar a la señora, de las manos, la piedra conque pretendía atacarle. Así se escribe la historia" (El Universal, 17 de junio de 1988).Esto viene a relación por lo que acaba de pasar en ese mismo escenario. Otra vez, igual que hace 60 años, se vuelve a hablar de “grupos de agitadores perfectamente bien entrenados”, de “conspiraciones” y “planes subversivos” que hicieron “indispensable” la intervención de la autoridad. En 1952 fueron cerca de 500 los detenidos. Ahora se habla de más de 100. Y hay desaparecidos.
Lo peor es que otra vez como en 1952 a quienes se pretende culpar es a jóvenes inocentes, por el sólo hecho de su edad y de su filiación ideológica. Y la paradoja es que mientras hace apenas unos meses se les exaltaba, incuso se les proclamaba como el paradigma de “la primavera mexicana”, ahora se les criminaliza. El pretexto fue la toma de posesión de Enrique Peña pero los hechos acontecieron en esta Ciudad, gobernada, se dice, por un gobierno de izquierda. Y fue aquí donde se dio el caso de una joven que fue detenida, muy lejos del lugar de los hechos, sólo por portar la camiseta de #YoSoy132, y de otro joven padre que fue arrestado cuando paseaba con su esposa y su bebé sólo por el hecho de ser joven.Porque quienes fueron arrestados no fueron quienes hicieron los destrozos, infinidad de testigos vieron como ellos pudieron actuar impunemente ante la mirada tolerante de los policías y luego desaparecieron, igual que en 1952. Fue hasta una vez que los violentos se marcharon en camionetas, que la policía arremetió contra los infortunados que tuvieron la mala suerte de andar por ahí, y organizaron redadas en diferentes puntos de la ciudad para arrestar a quienes quisieron.Hace 60 años se les señalaba por ser “comunistas”. Ahora los acusan de ser “anarquistas”.A estas alturas nadie se traga el cuento del “complot” comunista” de 1952… ¿A poco el de los “anarquistas” de ahora sí?