MÉXICO, D.F. (apro).- Todo parece indicar que Enrique Peña Nieto firmará el decreto para promulgar la reforma energética este miércoles 18, en vísperas del invierno, en contraste con el 18 de marzo, la fecha emblemática que desde la expropiación cardenista marcó el calendario de la primavera política mexicana.
Al momento en que se promulguen los cambios a los artículos 25, 27 y 28 constitucionales, más sus 21 trampas “transitorias”, terminará una era. E iniciará otra en circunstancias poco claras. El exceso de mercadotecnia y de discursos de autoayuda al estilo peñista sólo hacen prever mucha demagogia y poco resultado.
El invierno petrolero mexicano, en contraste con las “primaveras” políticas, es el resultado también de cuatro variables:
a). La desmovilización social.- Es el signo más claro. Salvo núcleos de militantes de Morena, del PRD y de grupos cívicos nacionalistas que protestaron a las afueras del Senado, de San Lázaro y en algunas entidades donde se aplicó la regla federal exprés para aprobar sin chistar el dictamen, el invierno petrolero se caracteriza por la desmovilización social.
Ni comparación con 2008, cuando surgieron contingentes de adelitas y el cerco al Senado, lo que al menos obligó a los legisladores a instalar su sesión en sede alterna. Y ni siquiera se trataba de una reforma constitucional, como ahora ocurrió.
La desmovilización es sólo equiparable con la conmoción que sienten miles de mexicanos que nos vemos a nosotros mismos como “agachados”, sumisos o despolitizados.
Si no se movilizaron los opositores, menos los promotores. Ni el PAN que se atribuye el máximo mérito en esta “victoria cultural” ni los priistas que desde hace años no se movilizan más que para cobrar sus dietas, salarios y favores.
Los siete millones de peregrinos a la Basílica marcan el tiempo del invierno de fiestas decembrinas. El peso de la tradición mata cualquier posibilidad de protesta social. Así fue planeado. No es casual. Agreguémosle la intoxicación mediática en torno al Teletón, el futbol y todos los distractores posibles.
El petróleo no es algo tangible para los mexicanos. Menos la noción de soberanía. Nadie marchó para defender Pemex –símbolo de una industria, pero también de corrupción–, mucho menos sus 150 mil sindicalizados.
b) Control mediático.- La “primavera” del YoSoy132 sólo es comparable con el invierno del retorno de la antidemocracia en los medios. El gran fraude de la reforma de telecomunicaciones se concretó en estos días. No cambiaron los contenidos de los medios masivos, ni hay competencia ni Televisa o TV Azteca dejaron de actuar como monopolios. Por el contrario, se ufanaron de un cambio de última hora en la reforma político-electoral que los beneficia.
El artículo sexto constitucional que consagra el derecho a la información como esencial para la ciudadanía simplemente se violó. Muy pocos se informaron y menos entienden lo que se discutió y aprobó en esta ronda de la infamia.
La televisión se concentró en la intoxicación del cobalto robado, la Virgen de Guadalupe, los funerales de Mandela y la chismografía en el entorno y el futbol. Si acaso mostraron escenas del debate legislativo fue para documentar a los “revoltosos” senadores y diputados.
“Tácticas dilatorias de la oposición” –lanzó el primer manipulador de la República, Joaquín López Dóriga y, en un nado sincronizado al ritmo de Los Pinos, todos los demás comentaristas de radio y televisión repitieron como loros este dictum, salvo honrosas excepciones.
Sólo algunos televidentes interesados pudieron seguir el debate en el Canal del Congreso, cuya señal no llega ni a la quinta parte de los telehogares mexicanos.
En los medios impresos la desinformación fue vergonzosa. Los periódicos callaron o minimizaron el impacto a cambio de carretadas de publicidad para promocionar una reforma que aún no se había aprobado y de desplegados presumiendo una mentira obvia: que la reforma disminuirá las tarifas de gas y electricidad.
c) La restauración presidencialista.- En las formas y en el fondo, la reforma vino acompañada de una contrarreforma político-electoral (un auténtico engaña-bobos), de una vacilada llena de candados que impedirán el aterrizaje de la Ley de Participación Ciudadana y de un grosero ritual de encumbramiento a la “línea” presidencial.
La Secretaría de Hacienda colonizó el Senado y la Cámara de Diputados. El PRI, como en sus rituales más rocambolescos, volvió a los discursos de jilguerillos que pretenden ser vistos por el Primer Copete de la Nación. Y los Congresos estatales, en clara humillación al federalismo, se pusieron al “servicio” de Los Pinos.
Es el fin del engaño. El Pacto por México sólo fue un distractor y una complicidad ampliamente compartida por sus promotores para impulsar reformas que restauran el control centralista y presidencial.
Así es en los casos de los cambios en materia educativa, financiera, fiscal, laboral, de transparencia, electoral, telecomunicaciones y, por supuesto, la energética.
d) La alegría trasnacional.- Es el verdadero mexican moment para la prensa de Estados Unidos y Gran Bretaña, sobre todo, aquellos medios especializados en la agenda de la apertura a las inversiones privadas. El invierno petrolero mexicano es tan gélido como los “análisis” y las notas extranjeras que celebran algo que los propios legisladores no entienden.
Eso sí, a algunos no se les pasó el detalle de la corrupción en Pemex y en CFE, pero obvian mencionar siempre que cuando hablamos de apertura petrolera los beneficiarios se llaman Chevron, Enron, Exxon, British Petroleum, Schlumberger, Halliburton, Repsol y muchas otras que se han caracterizado no sólo por “capturar” Estados, sino financiar medios, periodistas y agudos analistas que decretan modas como si de funerales se tratara.
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