El piso firme, el techo, el agua, el gas, quimeras cuando lo que se gana sólo alcanza para comer
GEORGINA GARCÍA SOLÍS
No cambió en nada. La realidad es la misma o peor. No hay diferencia en la casa de la familia Lomas Pérez desde que tiene piso firme. La pobreza impera en esa construcción improvisada de una habitación con una cocina y un baño, en la que viven seis personas: doña Patricia Camarena, su esposo Salvador Pérez y sus cuatro hijos, Eduardo Salvador, Oscar Ricardo, Yaneth y Esmeralda.
Mil pesos semanales es el ingreso superior que se puede alcanzar en una semana con el esfuerzo de tres de los integrantes de esta familia. Con este dinero se compra la comida de todos, se pagan los pasajes de don Salvador y su hijo Eduardo de 23 años para que puedan ir a trabajar, y el servicio de luz, pero nada más.
Son 666 pesos al mes por cada uno de los habitantes de este hogar que se levantó con mucho trabajo en la colonia La Coronilla, de Zapopan. Ahí donde la calle principal es la única pavimentada para cuando pase algún gobernante y presuma que se hacen acciones para abatir el rezago, donde pocas casas tienen drenaje y agua potable y la luz es un servicio que algunos tienen colgados con un diablito.
Con estos ingresos no alcanza para antojos, ni para un paseo en el centro de la ciudad y menos para salir de vacaciones o ir al cine, “lujos” inaccesibles para esta familia y el 43 por ciento de la población de Jalisco, que según la última medición de pobreza de Coneval, vive con menos de dos mil 114 pesos al mes.
En la casa de doña Patricia más que el piso firme que le puso el gobierno, se presume que con mucho esfuerzo se compró un cilindro de gas y una estufa y que desde hace siete meses ya no se cocina con carbón y madera.
Eso sí, desde el año pasado son de los pocos privilegiados de esta colonia que tienen agua potable y drenaje, pero a un costo de 10 mil pesos, según el primer recibo que apenas llegó después de meses de tener el servicio y que no podrán pagar.
Doña Patricia ha tramitado el apoyo de Oportunidades, pero casi hay que tener la misma suerte que se necesita para ganarse la lotería. Desde febrero de 2010 está a la espera de aparecer entre los beneficiados.
La situación económica es insostenible y el apoyo no llega
Ella gana 400 pesos a la semana cuidando a dos niños; su esposo que es pintor a veces tiene trabajo y a veces no, su hijo Eduardo, de 23 años se va con él para ayudarle en los trabajos que consiga en busca de otros pesitos y el otro, Óscar, de 21, acaba de regresar de Puerto Vallarta porque se quedó sin jale.
La niña Yaneth, de 15 años, acaba de salir de la secundaria sin posibilidades de seguir sus estudios y Esmeralda, de 11, será la única que el próximo ciclo esté en la escuela; cursará sexto año de primaría.
Ese apoyo de mil dos pesos bimestrales podría mitigar sus carencias, pero la fe tampoco les alcanza para esperarlo.
“Nos ha ido peor porque no ha habido trabajo, no hay trabajo de plano, y sí nos las hemos visto duras”, lamenta doña Patricia.
“La mayor parte de los cuatro mil pesos se va en comida; voy al tianguis y si te llevas los mil (de la semana) se acaban, pero tienes que apartar para los camiones, ahorita hay que comprar útiles, uniformes, zapatos, todas esas cosas (…) no (…) nos van ajustar los cuatro mil ni pa comer. Ahorita nada más mi marido y mi hijo están agarrando ocho camiones al día (48 pesos al día)”, agrega.
Sus dos hijos mayores estudiaron hasta la secundaria y todo parece indicar que sus hijas tendrán el mismo destino.
Doña Patricia ahorra para que Yaneth, quien acaba de salir de la secundaria, se ponga a vender dulces afuera de su casa y de esta forma puedan tener un ingreso extra.
“Yo lo que espero es que se metan a trabajar todos, los cuatro (hijos), entonces para ponernos en friega a tapar ahí (señala los techos de la cocina y baño que son de lamina), hacer un cuartito porque no cabemos aquí. ¿Qué podemos hacer? ¿Qué podemos vender? Para todo se necesita dinero, por eso necesitamos que trabajen todos, para poder tener un guardadito y comprar algo”, dice la señora.
En esa misma colonia la señora María Guadalupe Ortega es una de las pocas “afortunadas” que puede presumir que tuvo el apoyo deOportunidades. Recibió hace dos años 960 pesos bimestrales que paliaron sus necesidades, pero no la sacaron de la pobreza.
A decir de María Guadalupe, fue peor que ganar un salario mísero a cambio de una explotación laboral.
“A nosotros nos ponían a trabajar en las escuelas, y era trabajo muy pesado, porque a nosotros nos tocó mover piedras, cosa que no era trabajo para nosotros. Nos decían que por tener el apoyo de Oportunidades teníamos que ir a pintar las escuelas, a barrer, todo eso y dice mi esposo: ‘bueno, es una ayuda, sí sirve, pero no lo suficiente’.
“A nosotros nos tocó irnos a trabajar a otras escuelas, ni siquiera la de nosotros o al Centro de Salud nos tocó ir a lavar vidrio o barrer, todo eso, a juntar la basura en la calle. Eran 960 pesos bimestrales y nos ponían a trabajar dos o tres veces al mes”, relata.
Salió del padrón de beneficiados y su familia de siete miembros está en la misma situación.
Su hija la mayor, Juana Alicia, de 17 años, desde que salió de la secundaria ya no estudió y está desempleada. La que le sigue, Laura, de 15 años, estudia la secundaria abierta y la emplean como costurera en una pequeña fábrica de camisas cuando hay trabajo y gana a destajo.
Las otras: Alejandra, de 13 años y Paola de 11, cursan la secundaria y la primaria respectivamente, a costa de mucho esfuerzo de sus padres. La menor, Natalia, de tres años, espera correr con mejor suerte.
Su esposo, José Pablo Cervantes, es repartidor de bloques de construcción y lleva a casa 100, 110 o hasta 120 pesos diarios para cubrir todas las necesidades de siete personas.
“Lo que él me da yo trato de gastarlo para mis hijas, comprarles lo necesario para la comida y dice mi esposo ‘no alcanzaste a comprar –por ejemplo– los útiles’. Voy a comprar una parte de papel para forrarlo y ya me dijo ‘¿Compraste papel?’ No, porque no alcancé, ‘bueno en la semana veo a ver si te puedo dar para que compres’.
“Yo trato de cubrir lo necesario en comida, calzado, si veo que a la niña le hacen falta zapatos le compro a la niña y me espero a comprar lo demás, es pesado, no puedo hacer todo al mismo tiempo”, señala María Guadalupe.
Lo que más lamenta doña María es que sus cinco hijas no pueden salir a pasear al centro de la ciudad –que queda a 30 minutos de su casa– por falta de dinero para los camiones. Ni siquiera ir a visitar a su abuela en Huentitán El Alto porque el traslado de toda la familia a este lugar representa un gasto de 80 pesos de ida y 80 pesos de regreso. Menos ir al cine o ir por primera vez de vacaciones a la playa.
“Son 160 pesos (para ir a Huentitán El Alto) y dice mi esposo ‘con eso comemos el lunes, el martes, no podemos movernos e ir ahorita”.
Fuente: La Jornada de Jalisco