En concreto | Laura Itzel Castillo
La administración federal descalificó, en días pasados, las filtraciones de WikiLeaks que desnudan a Felipe Calderón como un penoso subordinado de los Estados Unidos. Atacó al mensajero, sin mencionar, y mucho menos responder, el mensaje. Lo paradójico es que, al mismo tiempo, realizó su propia filtración: entregó a Televisa el video con una declaración realizada ex profeso por el narcotraficante Sergio Villarreal, alias El Grande, para intentar desacreditar —por cierto, sin éxito— a la revista Proceso.
La política de cañería que ha desplegado Calderón en materia de comunicación desde la campaña presidencial de 2006, se refrenda día a día. Su lógica parece impecable, por lo menos para la zona de drenaje profundo en que se desenvuelve: una filtración se contesta con otra filtración. Así se desvía la atención. “¡Al ladrón, agarren al ladrón!”, diría el delincuente, apuntando con su índice flamígero a alguien más, usualmente inocente, cuando es pillado en plena fechoría.
El problema de esta táctica, sin embargo, es que la ha utilizado con demasiada frecuencia como para que resulte efectiva. Así, aquél que alguna vez acusó a su contrincante de ser “un peligro para México”, se ha convertido precisamente en tal para una mayoría de mexicanos, según dejan en claro casi todas las mediciones de opinión recientes. Y es que, frente a la reiterada cantaleta de que el suyo es el único camino, está el hecho irrebatible de 30 mil muertes en apenas cuatro años. Lo peor es que la cifra se duplica año con año.
Este personaje intolerante y autoritario, rodeado de corrupción en su círculo más cercano, es el mismo que se atreve a descalificar a sus adversarios, advirtiendo que es necesario impedir el regreso de la intolerancia, el autoritarismo, la corrupción y la antidemocracia. ¡Como si no viviéramos en ellos!
Calderón, que se robó impunemente la Presidencia de la República, tiene el cinismo de hablar de Estado de derecho en México. También de una guerra estratégica contra el narco. Y de soberanía.
Pero resulta que los cables norteamericanos que ha estado filtrando a cuentagotas WikiLeaks revelan precisamente que su beligerancia la desplegó a lo bruto, a imagen y semejanza del individuo que para acabar con una abeja, decide dar de escobazos a todo el panal. Y de soberanía y dignidad, ni hablar: sus peticiones desesperadas a los gringos para que le ayuden a salir del lío en que se metió buscando una legitimidad que no ganó en las urnas, son, por decir lo menos, patéticas.
El tema de WikiLeaks da para mucho. Pero en este momento lo más importante es dejar en claro nuestro repudio a la agresión del gobierno en contra de Proceso y de su reportero Ricardo Ravelo, vía Televisa. Y nuestra solidaridad. Cierto que al periodista lo avalan los hechos, como dice Julio Scherer, y a la revista la acreditan sus lectores. Y aún cuando muchos podrán considerar que la maniobra fue muy tonta y poco creíble, la realidad es que con las falsas acusaciones de este narcotraficante, Calderón puso en zona de riesgo a la publicación y a sus integrantes. Lo mismo que él declaró sobre WikiLeaks le resulta aplicable: “Eso no se hace, mano”.
Fuente: El Universal
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