Tunuary y Cristian Chávez
Un día caluroso, muy caluroso, fuera de lo normal, el sol se mira más rojo del amarillo típico que solemos ver en las tierras sagradas de Wirikuta, en el altiplano potosino. Estamos en los últimos días de mayo de 2019, un año sin duda excepcional, y es que el año pasado –en el verano de 2018–, en las tierras campesinas de esta región potosina no se había recibido ni una gota de agua del cielo, y la vida prevalecía con las pocas lluvias del verano de 2017 que, de no ser porque los campesinos habitantes de la región tomaron durante varios meses las instalaciones de las empresas agroindustriales “Poca Luz” para que no ahuyentaran las nubes, no hubiéramos visto tampoco ni una gota de lluvia.
Los pesimistas pronósticos de cambio climático para la región árida del desierto chihuahuense se han cumplido, las sequías se han tornado extremas, el cambió generalizado del clima en el mundo en lo local se siente morir. Tenía razón Enriqueta García cuando modificó el sistema de clasificación climática de Köppen en 1962 adaptándolo a las condiciones orográficas de México, señalando como indicador de aridez progresiva la zona donde crece la planta denominada “gobernadora” o (Larrea tridentata) distribuida en una vasta meseta localizada entre dos grandes cordilleras donde se manifiesta el efecto de barrera, lo que explica su condición seca, que abarca más del 60% del territorio nacional y una parte del sur de Estados Unidos.
Además de esto, la ambición de las agroindustrias locales en Wirikuta –que hoy, en 2019, ya suman 75 mil hectáreas deforestadas– siguen consumiendo aguas fósiles y modificando el clima para evitar las lluvias y así disminuir la incidencia de plagas y enfermedades de sus jitomates. Estas empresas cada vez cuentan con menos acceso al agua, pero están dispuestas a trabajar aquí hasta que la desolación y el desamparo cobijen cada centímetro del paisaje.
Los pozos de agua se han secado, la lluvia se ha ahuyentado, grandes grietas se han abierto en los suelos al desecarse los cuerpos freaticos subterráneos. Hoy el acuífero ya se encuentra sobreexplotado en cerca de 4.5 millones de metros cúbicos al año, mientras que en 2012 la sobre explotación era de 1.5 millones. El ganado se ha malbaratado, mucho ha muerto, las semillas nativas de maíz se han perdido en su totalidad.
Cerca de 10 manantiales de la Sierra de Catorce se han secado porque la empresa First Majestic Silver bajó el nivel del acuífero cerca de 10 metros a fin de poder trabajar en un ambiente seco en el interior de las montañas que –según platican los wixaritari– dieron origen al mundo, y mantienen los equilibrios espirituales entre los ancestros para que la vida pueda continuar.
Los habitantes locales se han marchado enfermos por tanta contaminación, se incrementaron radicalmente los casos de leucemia y enfermedades pulmonares, cardiacas y diversos tipos de cáncer originados por la acumulación excesiva de metales pesados en el organismo. La presencia de integrantes del crimen organizado ha aumentado en toda la región, quienes sin compasión cometen atrocidades contra quien levanta la voz a las mineras o a las agroindustrias.
Se miran aún wixaritari pasar en algunos caminos, se conocen porque acampan en el desierto pero no tienen apariencia de hippies, pero han optado por llegar clandestinamente a hacer el trabajo que milenariamente han hecho para conservar las velas de la vida encendidas para su pueblo y para toda la humanidad. No portan su traje florido bordado de colores, no portan sus plumas saludando al sol, y es que desde que en 2013 encarcelaron a Don Silvestre y su familia, un wixaritari originario de Nayarit. El Estado mexicano no ha descansado de criminalizar el consumo del peyote por parte de los huicholes, mantiene retenes permanentes en las carreteras y tiene halcones que notifican si hay huicholes haciendo ceremonia o consumiendo peyote a fin de encontrar las vías legales para detenerlos, ni que decir del fatal destino que corren los hippies o personas que no son de origen wixarika pero que han encontrado una sanación y un despertar de conciencia en el consumo del peyote.
Wirikuta es hoy habitado por mineros y traficantes que llegaron de otras tierras, el lugar colorido de los ancestros guardianes de las aguas profundas, de la serpiente emplumada con cabeza de venado que conoce el pueblo wixárika, es hoy un nido de lavado de dinero, de prostitución, de corrupción y enfermedad.
Es un 2019 que nunca nadie deseó. Alguien decía que ya era tiempo de luchar, Don Javier Saucedo, que falleció el 16 de mayo de 2013, hace ya seis años, originario de Real de Catorce, minutos antes de su muerte dedicó palabras a sus compañeros y familia para que lucharan contra el panorama que él sabía se aproximaba.
Si en 2013 la sociedad civil del mundo hubiera estado dispuesta a hacer todo por luchar, por unirse, por hacer lo imposible, pero de verdad lo imposible hasta detener los proyectos de devastación que amenazan Wirikuta, quizá hoy sería otra cosa, si la población local hubiera tenido la decisión de enfrentar un enemigo que en ese momento estaba bastante raquítico, si el pueblo wixárika hubiera contado con el apoyo de la sociedad mundial, si el Estado Mexicano hubiera tenido el valor de respetar a uno de los principales pueblos indígenas del mundo y de respetar el derecho a la salud, a un medio ambiente sano y a un trabajo digno de la población local de Wirikuta y de proteger la zona que ocupa el 0.3 por ciento del desierto chihuahuense pero que alberga el 80 por ciento de sus aves, el 60 por ciento de sus mamíferos y 50 por ciento de su flora y que es uno de los sitios de endemismo más importantes de México… seguro estaríamos hoy sentados ante un paisaje menos desolador.
¿Será que pensar en el “hubiera” en este caso sí tiene sentido? ¿Será que Silvio Rodríguez se equivoca y que hoy, en 2019, pensar en “repetir el ayer como fórmula para salvarlo” sí vale la pena?… Si tan solo hace 6 años hubiéramos visto esto…
tunuaryycristian@yahoo.com.mx
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