miércoles, 26 de febrero de 2014

Autodefensas alistan la toma del puerto de Lázaro Cárdenas


Por Arturo Cano, enviado

Tierra Caliente, Mich., 25 de febrero.

Para andar en guerra, son bromistas en serio los jefes de las autodefensas: Vean cómo estamos de peleados, ironiza José Manuel Mireles, y abraza, 20 centímetros arriba, a Estanislao Beltrán y a Hipólito Mora. Otros jefes se suman a la foto y, en aparente chorcha, los integrantes del Consejo General de Autodefensas afinan detalles de la toma del puerto de Lázaro Cárdenas, que ocurrirá pronto, sólo para abrir paso a los objetivos mayores: Uruapan y Morelia, las dos ciudades más grandes de Michoacán.

La seguridad de Lázaro Cárdenas está en manos de las fuerzas federales desde noviembre pasado. De cualquier modo, la llegada de las autodefensas al puerto tiene importante peso simbólico, no sólo porque se trata del punto de salida de las exportaciones mineras y madereras del cártel de Los caballeros templarios, sino porque la zona que las autodefensas quieren liberar está pegadita a los dos municipios que pocos nombran, los lugares donde Servando Gómez, La Tuta, concede entrevistas a quien quiere: Tumbiscatío y Arteaga.

Las autodefensas tienen, además, un objetivo explícito: en algún punto de la Sierra Madre del Sur, cercano a la zona en cuestión, se oculta un jefecillo templario conocido como El Chato, que actuó en Tepalcatepec. Anda por ahí de Barranca Seca hacia Caleta, con sus cinco hermanos y otros 50 sicarios. Los tenemos ubicados desde hace dos meses en el mismo lugar, y el Ejército también, dice Mireles, todavía repartiendo los abrazos del regreso.

El plan

A saber si es para la prensa, pero los comandantes reunidos gritan los datos de su plan. No hay computadoras ni mapas con alfileres de colores, ni mesas con maquetas, como se esperaría de los estrategas. Puro conocimiento del terreno que se discute al lado de las camionetotas, a gritos y con expresiones así:

Hay que entrarle por Aguililla, ahí al lado del cerro X.

No, por el otro camino, que queda en corto.

Pero también hay que taparles la salida Y a la costa.

La acción será coordinada en el terreno por Misael González, ex alcade de Coalcomán, perredista y empresario de la madera (su cuota a los templarios era de 150 mil pesos mensuales). Voz en cuello, los comandantes calculan cuánta gente precisan para entrar al puerto de Lázaro Cárdenas: 150, más los elementos que nos aporten el Ejército y la Policía Federal, concluyen.

El frente de Lázaro Cárdenas se suma a los que las autodefensas ya tienen abiertos en Los Reyes, Ario de Rosales, Apatzingán y la costa, en las inmediaciones de Colima, una suerte de herradura chueca, si se mira en el mapa, que va cayendo de a poco sobre los lugares que consideran refugios de los templarios mayores.

La reunión es una muestra de unidad para la foto aunque, claro, no acude Juan José Farías, El Abuelo, a quien todos defienden siempre y cuando no haya cámaras. Llega incluso, y saluda a todos, el polémico comandante conocido como El Americano, aunque se va antes de que el resto de los jefes suban a sus camionetas para irse a una comida privada, una vez que arriba el sacerdote Gregorio López, quien, en palabras de Mireles, se ha convertido en un proveedor de materia para el Ministerio Público en Apatzingán.

El médico Mireles –activo miembro de la masonería, igual que el denostado alcalde Guillermo Valencia– ha retomado su papel de inmediato. Pese a que fue formalmente apartado de sus funciones de vocero mientras convalecía en la ciudad de México, los demás se retiran mientras él hace su exposición frente a la prensa.

Le devuelven así el papel que le quitaron –aunque nunca fue nombrado expresamente vocero oficial de las autodefensas– a sugerencia del comisionado Alfredo Castillo. Mireles se anticipa a las preguntas, aunque la visita de hoy del presidente Enrique Peña Nieto a tierras purépechas no le merece atención, como tampoco la captura de Joaquín El Chapo Guzmán. “Ese es otro cártel; lo nuestro es Michoacán”.

Habla, se explaya, en el caso de los sicarios cercados en la sierra: Queremos cercarlos, que se entreguen, no queremos matarlos, porque no somos criminales. La gente que ha muerto es porque contestamos el fuego.

Sigue: Eso sí, queremos la correcta aplicación de la justicia, porque luego los jueces los sueltan porque los jalaron de las orejitas. Unas horas antes, en su casa (una sencilla construcción de una planta con un jardín al lado de la zotehuela que hace de comedor), Mireles atiende a unos documentalistas gringos que preparan un extenso material sobre las autodefensas centrado en su persona. Necesito dormir, los veo más tarde, dice, con las costillas que no acaban de soldar y media cara tiesa, secuelas de su accidente.

Mireles saca fuerza de flaqueza para dedicar el abrazo más cálido a Beltrán, Papá Pitufo: Fue mi escolta cuando el avionazo. Y cuando pude hablar le pedí que se hiciera cargo.

Beltrán se hizo cargo incluso de cuidarlo cuando estuvo hospitalizado en Morelia. Era en quien más confiaba, él único que dejaba que estuviera en la puerta, dice un cercano al médico.

Beltrán, ingeniero agrónomo, es uno de los líderes de las autodefensas que exhibe mayor formación política. Personas que lo conocen de años dicen que fue militante de organizaciones sociales relacionadas con el movimiento urbano popular del norte del país. Ahora no quiere reconocer militancia alguna, pero fue síndico del municipio de Buenavista, bajo las siglas del PRD.

En los primeros días del pasado enero, se hizo cargo de la seguidad de Mireles en Morelia. Aunque militares y policías rodeaban el nosocomio, el círculo de seguridad armado por Papá Pitufo hizo la prueba y se dio cuenta de que casi cualquiera podía entrar a la habitación del convaleciente.

Morelia no era segura, y Mireles fue trasladado a la ciudad de México. Rechazado del Hospital Militar, fue a dar a uno privado, de los caros (Papá Pitufo organizó una colecta para pagar los gastos médicos), y siguió su convalecencia en la casa de una familia de su confianza.

Todavía hoy le preocupa la capital del estado. Igual que otros jefes de las autodefensas, Mireles dice que a Morelia se han ido muchos de los cabecillas de los templarios.

La capital michoacana vive ahora, afirma, a un ritmo de tres ejecuciones diarias, con un denominador común: los asesinados son ex policías o ex militares, gente que tuvo una función armada. A todos los han matado cuando abren la puerta a visitantes que llegan a sus casas. En ese paquete entrarían los asesinatos de un escolta del gobernador Fausto Vallejo y de un custodio del Centro de Readaptación Social.

Con todo, el avance sigue. Ayer nos hablaron de Paracho, que están listos para cuando nosotros digamos.

No le hace que en los medios se multipliquen las versiones sobre la infiltración de las autodefensas por ex templarios o miembros de otros cárteles. El viejón Mireles dice que no hay tal, aunque admite que en algunos contingentes de las autodefensas puede haber uno o dos que se metieron para tratar de preservar su propiedades o sus vidas, pero no los vamos a encubrir.

Tras la tanda de abrazos al por mayor asegura, imponiendo su estatura a los reporteros: No tenemos ninguna división. Tenemos, eso sí, distintas maneras de actuar, pero respetamos la autonomía de los comandantes en cada municipio.

Alguna vez Mireles dijo que los gobiernos federal y estatal eran ciegos, sordos y mudos. Su idea ha cambiado, al menos por ahora. El gobierno federal está haciendo lo suyo y el estatal también, porque ya se restructuró todo el sistema de justicia de Michoacán. Remata: Anduvimos solos, saltándonos las trancas, pero ahora ya no, y se va a abrazar al padre Goyo.

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