Eso no lo apunte!, ordenó Hipólito Mora al reportero, cuando ambos salían del rancho Los Palmares, apurado el líder de las autodefensas de La Ruana por una entrevista de televisión. Pocos segundos antes había pasado frente a ellos una camioneta Raptor de llamativo azul con llamas en los costados, el inconfundible vehículo de Luis Antonio Torres, también conocido como Simón o El Americano. Hijo de la chingada, fue la expresión prohibida en la libreta.
Era el 10 de febrero y la bronca entre los dos jefes de las autodefensas de Buenavista no era secreto.
Dos días antes, Mora y sus hombres habían entrado a la catedral de Apatzingán, desarmados y de la mano del sacerdote Gregorio López. Mientras su líder moral posaba en misa, algunos de los comunitarios de La Ruana no le daban vueltas: “Allá (a la cabecera municipal) se fueron los templarios. Y se están reagrupando dentro de los comunitarios”, dijo uno de ellos, que prefirió se omitiera su nombre.
Ese era el problema de fondo, aunque aderezado con la historia que, en una birriería de Tepalcatepec, contaba tiempo después un político local: “El Americano se quiso llevar a una sobrina de Hipólito y él lo impidió. Claro, luego la muchacha se fue solita, pero ya de ahí el pleito ha sido permanente”.
Una diferencia familiar
A finales de febrero, la versión fue confirmada por José Manuel Mireles. Y hace un par de días, ya desatada la crisis, el médico se mantuvo en esa línea a través de un mensaje telefónico: “Es una diferencia familiar entre Hipólito y El Americano. Desgraciadamente lo están haciendo general y además público. Las autodefensas todas estamos al margen”.
Ayer, en entrevista con Carmen Aristegui, Mireles defendió a Mora: Nosotros reiteramos probidad de Hipólito.
Poco después, en varios espacios electrónicos, el comisionado federal Alfredo Castillo diría que hay indicios muy importantes de la participación del productor de limones en los homicidios de Rafael El Pollo Sánchez Moreno y José Luis Nino Torres Castañeda, quienes fueron baleados y posteriormente quemados.
Apenas el 25 de febrero, un día después de la fiesta por el primer aniversario del alzamiento, el consejo general de las autodefensas se reunió en la sede de la asociación ganadera de Tepalcatepec para dar la bienvenida a Mireles. La ocasión sirvió también para que los jefes se tomaran la foto de la unidad.
Aunque no se quedó a la reunión, El Americano llegó y saludó a todos de mano.
El conductor de la Raptor, sin embargo, no era el único malqueriente de Hipólito. Cuando éste decidió ingresar a Apatzingán provocó la furia de otro de los jefes del municipio de Buenavista, quien coordinaba las acciones desde el tianguis limonero.
Si se mete gente armada sin permiso van a ser arrestados, amenazaba Alberto Gutiérrez, Comandante Cinco, justo cuando se enteró de que Mora se le había adelantado. Viejo cabrón, masculló, y se alejó de los reporteros. Ahora, Gutiérrez dice que Mora es un asesino y un extorsionador.
Las líneas paralelas de Hipólito y El Americano
Los jefes en conflicto son migrantes. Hipólito Mora pasó temporadas en Estados Unidos y varios de sus hijos viven allá. Simón nació en Los Ángeles y su ex esposa y sus hijos viven en El Paso, Texas.
Luis Torres ronda los 35 años y tiene un rostro aniñado que contrasta con su fama de ser uno de los más rudos combatientes de las autodefensas.
Mora y Torres se metieron de autodefensas por razones estrictamente económicas, cargan crucifijos en el pecho, y ambos, pese a todas sus diferencias, coinciden en un punto: los dos piensan que Felipe Calderón es el presidente que mejor ha actuado contra el crimen organizado.
En entrevista con este diario, El Americano narró que en Estados Unidos se dedicaba a la compra venta de automóviles y que los templarios sospechaban que él andaba trabajando de otra forma, porque llegaba con dinero.
La sospecha le costó tres levantones y más de 2 millones de pesos. En octubre de 2012, Torres supo que se preparaba la revuelta contra los templarios. Se sumó con un amigo que no vivió para contarlo, porque lo dejaron como coladera en Pinzándaro.
De sus habilidades para la guerra, se expresó así: (Aprendí a tirar) en la cacería del venado y del conejo, con escopetas 308. Y cazando huilotas, porque así al vuelo es como practica uno, por eso tiene uno tiene uno buena puntería.
También habló, claro, de las versiones que lo señalan como hombre del cártel de Jalisco. Es una vil mentira, dijo, y añadió que ofreció a los militares ayudarles contra los jaliscienses cuando se ofreciera.
De 58 años, siempre con playeras sencillas y sombrero, a Hipólito Mora le gustaba despachar en una finca arrebatada a los templarios. Ahí, mientras atendía a los periodistas o impartía justicia a la manera de las autodefensas, un caporal exhibía los dos caballos finos, bailadores, que según la voz popular pertenecieron a Enrique Kike Plancarte.
A Mora le gustaba dejarse apapachar por las esposas de los comunitarios presos, mientras chupaba una paleta, entre risotadas: “Gracias a Los caballeros templarios porque dejaron sus ranchos de limón, y como soy re bruto, se me ocurrió cosechar los limones de ellos y de ahí se está manteniendo el movimiento.
–¿Cuántas hectáreas dejaron?
–Son muchas, y de ahí sale para ayudar a los muchachos, que son mis hijos.
La víspera de que se anunciara su salida, el sacerdote Gregorio López se quejó, en reunión pública, de los problemas que tenía con el obispo y otros prelados. “Le tengo más miedo al cártel de adentro (la jerarquía, se entiende), que al cártel de afuera”.
Hipólito Mora era uno de los principales apoyos de López en la intención de darle cierta conducción comunitaria a las autodefensas. Ahora sólo quedan, en esa vertiente, José Manuel Mireles y, en menor medida, Estanislao Beltrán.
Por lo pronto, El Americano y el Comandante Cinco deben de estar felices. Es el momento del triunfo de los hombres de acción sobre los líderes morales.
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