12 de abril del 2017.
Hace unos meses, el Subcomandante
Insurgente Moisés me dijo una síntesis de lo que ahora les ha contado a ustedes
con más extensión y sustento.
Tal vez sin proponérselo, había él detectado una línea de tensión entre
el pasado y la tormenta que ya está.
Esa madrugada, después de escuchar las historias que, en voz del SupMoy,
contaron los más antiguos de nuestros compañeros, regresé a mi champa. De todas formas una lluvia, fuera de
temporada, comenzaba a azotar el techo de lámina y era ya imposible escuchar
nada que no fuera la tormenta.
Volví a hurgar en el baúl que me encargó el SupMarcos porque me pareció
haber visto un texto que algo podría referir a lo que acababa de escuchar.
Revisar esos escritos no es fácil, créanme. La mayoría de los textos que se amontonan con
desorden dentro del recipiente van del año 1983 al primero de enero de 1994, y,
cuando menos hasta 1992, se ve que el Sup no sólo no tenía computadora, tampoco
una máquina de escribir mecánica. Así
que los textos están manuscritos en hojas de todos los tamaños. La letra del finado distaba de ser legible de
por sí, así que agregue usted a eso la mella del tiempo en la montaña, la
humedad y las manchas y quemaduras de tabaco.
Hay ahí de todo. Por ejemplo,
encontré el original manuscrito de las órdenes operativas para las distintas
unidades militares zapatistas la víspera del alzamiento. No sólo vienen las plantillas de las
unidades, también cada operación detallada con una minuciosidad que devela una
preparación de años.
No son ésos los apuntes de un poeta extraviado en las montañas del
sureste mexicano, o de un contador de historias. Son escritos de un soldado. No, más bien de un mando militar.
Pero sí, abundan y redundan también cuentos e historias, hay muy pocos
poemas y contados son los análisis políticos y económicos.
Bueno, más que análisis, se trata de esquemas y temas como punteados,
como si fueran a ser desarrollados luego, o completados, o corregidos. He identificado varios de ellos con algunos
que fueron hechos públicos luego, aunque ya pulidos.
Pero no es eso lo que busco. Las
historias que recabó el SupMoy me recordaron que algo había, en este montón
desordenado de papeles e ideas, sobre la genealogía de la lucha anticapitalista.
Aquí está. Éste si es de después
del inicio de la guerra porque está impreso y la tipografía es la de un
procesador de textos.
Por lo que dice, debe haber sido escrito hace unos 20 años, cuando los
zapatistas hicieron públicos algunos análisis más profundos sobre lo que
acontecía y lo que preveían seguiría después.
Bueno, al menos las primeras líneas, porque algo parece que es de un
período posterior.
El texto tiene un título desconcertante pero que se acomoda conforme se
avanza en la lectura. Se llama “Abril
también es mañana” Y le siguen lo que
parecen puntos a desarrollar, aunque incompletos en ese momento.
La mayoría de los planteamientos aparecieron ya desarrollados en textos
que fueron hechos públicos alrededor de los años 1996-1997, así que no los
aburriré de nuevo repitiéndolos. Los
principales han sido agrupados ahora en un libro llamado “Escritos sobre la
guerra y la economía política”, elaborado por la editorial “Pensamiento Crítico
Ediciones”. Si alguien le interesa
conocer más sobre eso, este libro podría servirle. O puede consultar también la página
electrónica de Enlace Zapatista.
La parte que me interesa mostrarles no aparece en ninguno de esos
escritos públicos y, aunque medianamente desarrollada en su redacción, se
alcanzan a vislumbrar en ella una serie de reflexiones sobre la ciencia social,
es decir, la economía política, así como sobre el añejo y actual reto de la
teoría y la práctica.
Les leo:
.- Las etapas posibles del
capitalismo. Más que en una definición
científica, el planteamiento de que el imperialismo era una fase superior del
capitalismo, se convirtió en un plan de acción para las luchas en todo el
mundo. De ser “una fase superior”, se
concluyó que el imperialismo era “la última fase” del capitalismo.
.- Sobre esa base se estableció una
especie de división internacional no del trabajo sino de la lucha
anticapitalista. En los llamados países
del Tercer Mundo, que no contaban con una industria desarrollada y, por lo
tanto, carecían de una clase obrera sólida, la lucha por el socialismo debía
pasar por una lucha nacionalista, antiimperialista, y anticolonial, y sólo así
podrían aspirar a ser “anticapitalistas”.
Se establece que la lucha contra el capitalismo y por el socialismo pasa
necesariamente por la lucha por la liberación nacional. Eso al menos en los llamados países del
tercer mundo. Para poder transitar al
socialismo, las naciones debían librarse primero del yugo neocolonial, el
impuesto por el imperialismo norteamericano en ese caso. No era posible la construcción del socialismo
en un solo país, mucho menos si el país era uno subdesarrollado. La revolución socialista o era mundial o no
lo era. El análisis científico se
convirtió entonces en una especie de comando central de la revolución mundial y
se instaló en la URSS. De ahí partían
las estrategias y tácticas para las luchas anticapitalistas en todo el
mundo. Quien acataba las órdenes, recibía
el beneplácito de la “vanguardia” mundial.
Para quien no, para quien pretendía construir su propio camino, es
decir, su propia lucha, había la condena, el ostracismo y la etiqueta de moda
para descalificar.
La ciencia de la historia, la economía política, dejó de ser ciencia y
abandonó el análisis científico, supliéndolo por la consigna. Si la realidad no coincidía con la visión del
Comité Central, la realidad era catalogada como reaccionaria, pequeño burguesa,
divisionista, revisionista, y muchos “istas” semejantes. El pensamiento crítico pasó del análisis a la
justificación, y los tropiezos y errores
se cubrieron con la coartada del enfrentamiento con el imperialismo
norteamericano. El simplismo de un mundo
bipolar invadió a la ciencia social y, al igual que las fuerzas políticas y los
gobiernos, tomó partido por uno de los dos grandes y únicos contendientes. La inteligencia fue derrotada y la
mediocridad se instaló cómodamente.
.- Mediando el siglo XX, todos
estaban contentos y tranquilos. El mal
llamado “bloque socialista” se enfrascaba en lo que nosotros llamamos la
tercera guerra mundial. En Asia, África
y particularmente en América Latina, las luchas transcurrían sin mayor
relevancia para esa guerra, la que importaba, y las organizaciones partidarias
de la izquierda de entonces eran conminadas a dirigir sus esfuerzos principales
al apoyo del Bloque Socialista. Todo
intento de lucha debía tener el visto bueno de los tanques, pensantes y no,
que, en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, redactaban manuales que,
más que simplificar, amordazaron el desarrollo de la ciencia social. Como si fuera en las olimpiadas, en la
ciencia social se competía no por mejor entender lo que ocurría y lo que
vendría, sino por más alto y más veces levantar la bandera propia, fuera la de
las barras y las estrellas, fuera la de la hoz y el martillo.
En el escenario mundial todo parecía previsible y sencillo… pero en eso
llegó Fidel. Y “la problema”, como dicen
los compas, es que no llegó solo, sino que traía de la mano a un tal Camilo que
en el apellido llevaba la definición; y, con ese tremendo par, llegaba también
un argentino-médico-fotógrafo-asmático, sin nombre relevante en el árbol
genealógico de la revolución mundial y sin cargo alguno en ninguna
estructura. Apenas unos meses después el
planeta entero lo conocería con sólo tres letras: Che.
Luego pasó lo que pasó, y la luz que iluminó el Caribe en esos primeros
años de la década de los 60´s se convirtió, sin proponérselo, en un virus que
contaminó el continente. Después de un
largo calendario de derrotas en ese dolor llamado Latinoamérica, un pueblo
entero se organizaba y cambiaba de destino y extendía su nombre.
Desde la fracasada invasión mercenaria con patrocinio norteamericano,
Cuba se llamó Fidel y Fidel Castro tuvo a “Cuba” como apellido de resistencia y
rebeldía, de lucha.
El país más pequeño, el más despreciado, el más humillado, se levantaba
y, con su acción organizada, cambiaba la geografía mundial.
El estadista que el pueblo cubano puso al frente, en unos cuantos años
prácticamente borró a los demás “líderes mundiales” y, como debe de ser, en
torno a su figura se convocaron los extremos: los pocos para adular, los más
para atacar.
Sólo unos cuantos miraron y aprendieron que algo nuevo había surgido y
que la revolución cubana no sólo había roto el dominio que sobre la América
entera imponía el imperio de las barras y la estrellas, el “norte revuelto y
brutal”.
También había hecho pedazos la ya entonces acartonada teoría social que
era pastoreada por los comisarios que, en todo el espectro político, son la
constante y nunca la excepción.
Todavía, casi 60 años después, no falta algún viejo comisario que,
“heroicamente” atrincherado en la academia y ahora con las redes sociales como
arma, pretende dictarle al pueblo de Cuba lo que debe o no hacer y deshacer.
Ajeno a las masturbaciones teóricas de la tibia academia, el pueblo de
Cuba inició su largo camino de resistencia, y fue avanzando en condiciones
adversas sin precedentes.
Todavía hoy sigue padeciendo el bloqueo económico más extenso e intenso
en la historia mundial. Y no sólo,
también ha resistido ataques terroristas, ha sido invadido militarmente, le ha
propinado al soberbio tío Sam su primera derrota en el continente, y, con todo
en contra, ha construido su propio destino.
Pero no sólo ha recibido los ataques de la derecha mundial, también la
izquierda bien portada ha arremetido contra ese pueblo, socorrida de clichés y
lugares comunes que obvian no sólo la realidad cubana, también y sobre todo su
heroico esfuerzo para levantarse de sus errores y fracasos.
Con el único objetivo de hacerse agradable a la derecha, la izquierda
institucional en todo el mundo ha atacado a la revolución cubana repitiendo los
dichos de la derecha y siguiendo la moda en turno.
Es tan consistente la resistencia del pueblo de Cuba, que la histeria
intelectual que abunda y redunda en este roto país que se llama “México”,
seguramente diría que se ha mantenido porque es una creación de Salinas, y a
que es apoyada por la “mafia del poder”.
Días después de ese relámpago de habilidad militar y convicción que le
dio nuevo significado a un pequeño territorio y acomodó el nombre de “Playa
Girón” en el casi vacío estante de victorias de la izquierda mundial, en aquel
primero de mayo de 1961 el pueblo de Cuba decía, por la voz enronquecida de un
barbón enfundado en su traje verde olivo de combate, las siguientes palabras:
“Si a Mr. Kennedy no le gusta el socialismo,
bueno, a nosotros no nos gusta el imperialismo, a nosotros no nos gusta el
capitalismo. Tenemos tanto derecho a
protestar de la existencia de un régimen imperialista y capitalista a 90 millas
de nuestras costas, como él se puede considerar con derecho a protestar de la
existencia de un régimen socialista a 90 millas de sus costas.
Ahora bien, a nosotros no se nos ocurriría protestar de eso, porque eso
es una cuestión que les incumbe a ellos, una cuestión que le incumbe al pueblo
de Estados Unidos. Sería absurdo que
nosotros pretendiéramos decirle al pueblo de Estados Unidos qué régimen de
gobierno es el que debe tener, porque en ese caso nosotros consideraríamos que
Estados Unidos no es un pueblo soberano y que nosotros tenemos derecho sobre la
vida interior de Estados Unidos.
El derecho no lo da el tamaño, el derecho no lo da el que un pueblo sea
mayor que otro, ¡eso no importa!
Nosotros no tenemos sino un territorio pequeño, un pueblo pequeño, pero
nuestro derecho es un derecho tan respetable como el de cualquier país,
cualquiera que sea su tamaño. A nosotros
no se nos ocurre decirle al pueblo de Estados Unidos qué régimen de gobierno
debe tener. Luego es absurdo que al
señor Kennedy se le ocurra decir qué régimen de gobierno es el que quiere que
nosotros tengamos aquí, porque es una cosa absurda; eso nada más se le ocurre
al señor Kennedy, porque no tiene un concepto claro de lo que es la ley
internacional y la soberanía de los pueblos.
El texto sigue con una extensa reflexión sobre la ciencia social y el
pensamiento crítico. Pero me detengo
ahora señalando que bien puede usted intercambiar el nombre de “Kennedy” por el
de “Trump” y verá que en esas palabras había no una declaración coyuntural,
sino una declaración de principios.
Detuve la lectura y miré entonces el reloj de arena.
Se me ocurrió que tal vez no es cualquier arena la que contiene. Y tal vez no es cualquiera porque esta arena
tal vez viene de una playa reiterada en la historia de lucha y resistencia de
la humanidad contra el capitalismo.
Tal vez la arena que fluye de uno a otro lado de este reloj, viene de un
lugar del continente americano y su geografía la ancla en una isla que se
estira en el Caribe, como caimán rebelde que se niega a ser sometido y por eso
endurece la piel y la mirada.
Tal vez, se me ocurre ahora, la arena de este
reloj de arena es arena de Playa Girón, que así se llama esa grieta en el muro
del Capital y que, con su persistencia, nos enseñó a todos que el grande y
poderoso puede ser derrotado por el pequeño y débil cuando hay resistencia organizada,
necio empeño y horizonte.
-*-
Déjenme decirles que el finado SupMarcos, y no sólo él, sentía una gran
admiración por el pueblo de Cuba y un profundo respeto por Fidel Castro Ruz.
En aquella plática informal que tuvimos horas antes de su muerte, la
palabra recaló en el tema militar. Me
contó que él consideraba que la historia militar de lucha de los pueblos era
poco conocida. Se refirió entonces a la
llamada Batalla de Zacatecas y a la Toma de Ciudad Juárez, ambas conducidas por
Francisco Villa. Me contó que él tomo
prestada la concepción que implementó el General Villa para tomar Ciudad Juárez
y con ella diseñó el inicio del alzamiento.
“Para la batalla de Zacatecas no me faltaba caballería”, dijo bromeando,
“sino planada”.
En lo internacional, contra el común de la izquierda, su referencia no
era la batalla de Leningrado, sino la Batalla de Santa Clara, conducida por el
Che, la de Cuito Cuanabale que dirigió Fidel Castro, y la de Playa Girón,
también comandada por Fidel Castro.
Aproveché para preguntarle por qué, siempre que nombraba a Fidel Castro,
no decía “Comandante” si toda la izquierda latinoamericana lo hacía. Así me respondió:
“El que todos así lo llamaran pudiera bastar, pero no es por eso. Nosotros somos un ejército y cuando decimos
“comandante” decimos mando. Y a nosotros
no nos manda nadie, como no sean nuestros pueblos. Pero Fidel Castro no necesita que nosotros le
digamos así. A él su pueblo le ha dado
ese grado y no necesita más.”
Se siguió contándome sobre Playa Girón y, con admiración, narraba la
ocasión en que Fidel Castro discute y manotea con sus oficiales porque no lo
dejan avanzar hacia Playa Girón a combatir contra los mercenarios. “Imagínate”, me dijo riendo de buena gana,
“Fidel contra todo su Estado Mayor. Él
emperrado en que quiere estar en el frente de combate y los demás en que no,
que tiene qué cuidarse. Y, ¿sabes?,
Fidel Castro no argumentó que era su deber, les dijo que era su derecho.” Encendió su pipa el finado y, después de la
primera pitada la levantó como si brindara y dijo: “Por supuesto que la
discusión la ganó Fidel”.
Luego, dando por terminado el tema, añadió: “Fidel Castro es el Maradona
de la política internacional. Y nunca le
van a perdonar los goles que le metió a quien se atrevió a enfrentarlo”.
Recordé las palabras del difunto SupMarcos cuando leía sobre lo que el
famélico espectro político de Latinoamérica opinó sobre la muerte de Fidel
Castro. La reiteración en la derecha, y
en la izquierda bien portada, de reproches y supuestas críticas. La derecha que nunca le perdonará las
derrotas que les propinó, y la izquierda institucional que no lo absolverá de
haber sido todo lo que ella, en su mediocridad, nunca llegará a ser.
También están los mediocres que ahora dictan juicios y sentencias y
simplemente no pueden explicar por qué, si era un dictador, la mayor potencia
mundial no pudo organizar una rebelión popular, y optó por los atentados
terroristas para anularlo.
Lejos de la películas de ficción y series televisivas, donde los
servicios secretos norteamericanos acaban con los malos armados sólo con un
lapicero, fracasaron en Cuba sencillamente porque “Comandante Fidel” era el
nombre, la imagen y la voz que ese pueblo tomaba para reafirmar lo que todo el
tiempo y en contra de todo construía: su libertad.
Y el dinero buscó y busca y siempre encuentra psicópatas dispuestos a
vender su sed de sangre y destrucción.
Siempre encontrará a los Mas Canosa, a los Posada Carriles, aunque, en
otra geografía y calendario, se llamen acá Felipe Calderón Hinojosa o como su
antes esposa y ahora pretendida amasia Margara Zavala; o como Mauricio Macri en
Argentina; o como Temer en Brasil, o como Leopoldo López en Venezuela. Políticos, psicópatas y corruptos todos
ellos, siempre dispuestos a que otros mueran y ellos cobren.
Les cuento esto no sólo porque el tema toca lo pequeño que se rebela y
se alza rompiendo moldes impuestos, también por lo que ahora les narro: me tocó
reportarme con el Subcomandante Insurgente Moisés en una de nuestras
posiciones, precisamente unos días después de la muerte de Fidel Castro.
Cuando llegué, la insurgenta Erika me dijo sin poder contener las
lágrimas: “Se murió el Fidel Cuba”. Así
dijo. La revolución cubana tiene 58 años
resistiendo contra todo, la insurgenta Erika debe andar por los veintitantos,
nunca ha salido de estas tierras, aprendió el español en un campamento de
montaña, batalla con las matemáticas y las palabras “duras”, y, a pesar de eso,
o precisamente por todo eso, ha sintetizado en dos palabras toda una historia
de lucha, de resistencia y rebeldía.
Y vengo a hablarles de Cuba, es decir, de Fidel Castro, y de Fidel
Castro, es decir, de Cuba, por la sencilla razón de que ya no hablan de
él. Tal vez porque piensan que ha muerto
y, con él, la Cuba rebelde. En lo que se
refiere a Fidel Castro Ruz, sólo les decimos: “si no lo pudieron matar cuando
estaba vivo, menos van a poder ahora que ha muerto”.
Todo esto viene al caso, o cosa, según, porque es cierto, el difunto
SupMarcos tenía razón: Abril también es mañana.
-*-
Volviendo a aquella ocasión, como el tiempo se alargaba, seguí
platicando con el finado SupMarcos cuando todavía no estaba finado. El tiempo en La Realidad zapatista había
entrado en ese ritmo en que parece que el día tiene prisa por irse y la noche
sigue de perezosa. Me parece que todo lo
operativo de ese día 24 de mayo del 2014 lo estaba resolviendo el Subcomandante
Insurgente Moisés, pues al SupMarcos nadie se le acercaba con informes o
preguntas. Como si el SubMoy estuviera
haciendo todo lo posible para que el SupMarcos pasara tranquilo sus últimos
minutos.
Como seguíamos ahí, esperando, le pregunté por qué decía eso de que él
era el personaje y no Durito, el Viejo Antonio y los otros seres que poblaron
sus relatos. Claro, todavía no conocía
yo, ni nadie, el texto que leería la madrugada siguiente y que se titula “Entre
la luz y la sombra”.
Antes de responderme, el Sup miró ambos relojes.
Nunca antes había hecho eso.
Siempre o consultaba uno o checaba el otro, dependiendo siempre de la
situación.
Después de confrontar ambos relojes, suspiró profundamente y me
preguntó:
“¿Qué es lo que no entiendes?”
“Eso”, le respondí, “porque entonces ¿quién eres? o más bien ¿quién has
sido?”.
Entonces se cuadró e inclinando la cabeza, paradójicamente tratando de
imitar el tono de voz de los serios y formales samuráis de Akira Kurosawa,
dijo:
“Kagemusha”.
Y digo que paradójicamente, porque el SupMarcos bromeaba de todo y de
todo se burlaba, sobre todo de sí mismo.
Yo puse la misma cara que ustedes están poniendo ahora.
“¿Qué diablos es eso de Kagemusha?”
“Un señuelo”, me respondió, “un distractor, una sombra, la sombra del
guerrero”.
Entendí entonces el por qué, en sus últimos textos, había aparecido de pronto
un nuevo personaje: “Sombra, el guerrero”.
“¿Y entonces?”, pregunté porque sí.
“Entonces nada, alguien tenía que hacerlo y a mí me tocó”.
“¿Y entonces que vas a hacer?”, le insistí.
“Morirme”, me respondió mientras se colocaba el pasamontañas. Se acomodó entonces la gorra, encendió la
pipa y, dirigiéndose a la guardia que resguardaba la puerta, ordenó por última
vez: “Dile al SubMoy que estoy listo”
-*-
Viene la tormenta.
Una y otra vez, el dinero tratará de romper la historia que importa. Y una y otra vez, será vencido. Como en un mes de abril de hace ya 56 años,
en Playa Girón, generaciones enteras se arrancarán los juegos de un tirón y se
levantarán desafiando el destino que se les impone.
Ese día volverán a escucharse, aunque con otra voz, las palabras que el
pueblo de Cuba dirigió a quienes pretendieron doblegarlo:
“Tampoco escaparán al veredicto de la historia, que no será un simple
veredicto de palabra, sino el veredicto que marca inexorable el destino de los
explotadores de todo el mundo, como un reloj que le dice “tus días están contados, el fin de tu
sistema explotador se acerca“.
Cuba pervivirá. Los pueblos
originarios pervivirán. La humanidad
pervivirá.
Y cuando se diga “Patria”, se dirá “mundo”, se dirá “casa”, se dirá
“vida”
Cierto, no habrá relámpagos más fieros, ni tormenta más grande, pero al
final, esta tierra se levantará y con ella sus mujeres, sus hombres y quienes
son lo que son sin ser ni uno ni otra.
La memoria no olvidará, pero no habrá celebraciones.
No porque no valdrá la pena, sino porque la vida entera será entonces lo
que siempre debería ser, es decir, una celebración.
Y cuando ese mañana llegue, yo, nuevo Kagemusha nómada, sólo lamentaré
no estar presente para mirarles burlón y decirles:
“Odio decir que se los dije, pero
se los dije”.
Gracias, no muchas, pero siempre
sí unas pocas bastantes.
SupGaleano.
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