12 de abril del 2017.
Buenas tardes, noches, días, madrugadas.
Queremos agradecer a las compañeras y compañeros del CIDECI-UniTierra el
que, con generosidad compañera, hayan brindado nuevamente éste su espacio para
que podamos reunirnos. Y a los equipos
de apoyo de la Comisión Sexta que se encargan del transporte (esperamos que no
se vuelvan a perder), la seguridad y la logística en este evento.
Queremos agradecer también la participación de quienes en estas jornadas
nos acompañarán con sus reflexiones y análisis en este seminario que hemos
llamado “Los Muros del Capital, las Grietas de la Izquierda”. Así que gracias a:
Don Pablo González Casanova.
María de Jesús Patricio Martínez.
Paulina Fernández C.
Alicia Castellanos.
Magdalena Gómez.
Gilberto López y Rivas.
Luis Hernández Navarro.
Carlos Aguirre Rojas.
Arturo Anguiano.
Christian Chávez.
Carlos González.
Sergio Rodríguez Lascano.
Tom Hansen.
También y de manera especial, agradecemos y saludamos a los medios
libres, autónomos, independientes, alternativos o como se llamen, a elloas y a
su esfuerzo por darle vuelo a la palabra y que lo que aquí se reflexione llegue
a otras partes.
-*-
Hemos decidido iniciar nosotras, nosotros, zapatistas, este seminario o
encuentro que forma parte de la campaña mundial “Contra los Muros de Arriba,
las Grietas abajo (y a la izquierda)”, para permitir así que quienes nos
seguirán en la palabra puedan deslindarse, criticar, o simplemente hacerse los
occisos, u occisas, según.
Por eso estamos solos en esta mesa, sólo acompañados por Don Pablo
González Casanova. Y él está aquí por
varias razones: una es que él ya está más allá del bien y el mal, y, lo ha demostrado
a lo largo de 23 años, no le ocupa ni le preocupa que lo reconvengan por andar
en malas compañías. Otra razón es de por
sí siempre él dice lo que piensa. Él les
puede decir, y dirá verdad, que nunca le hemos impuesto ni la visión ni el
enfoque, por eso es que no pocas veces no sólo no coincide con nuestro
pensamiento, sino que es bastante crítico.
Tan es así que la clave con la que nos referimos a él en nuestras
comunicaciones internas, para que el enemigo no sepa que hablamos de él, es
“Pablo Contreras”. Lo consideramos un
compañero, uno más entre quienes somos lo que somos y como somos. Nos enorgullece la compañía de su paso, su
palabra crítica y, sobre todo, su compromiso sin tibiezas ni dobleces.
Nuestra palabra de hoy la hemos preparado con el Subcomandante
Insurgente Moisés de modo que sea hilada, o al menos eso pretende.
Sé bien que tenemos fama de ser poco serios y bastante irresponsables,
además de, claro, irreverentes, empecinados y descaradamente desmadrosos; que
luego nos da por contar cuentos cuando la ocasión amerita solemnidad y
trascendencia y la academia exige “el análisis concreto de la realidad
concreta”. En fin, que somos
transgresores de la responsabilidad, las buenas maneras y la urbanidad
civilizada.
Pero, a pesar de eso, les voy a pedir que se pongan serios porque lo que
vamos a decir hoy, provocará un alud de descalificaciones y ataques.
Bueno, uno más, aparte del ya protagonizado por la histeria ilustrada de
la izquierda institucional que, ingenua, piensa que llegará al Poder, ahora sí,
porque ha conseguido tempranamente lo que ya se anunciaba, es decir, se ha
convertido en un clon de lo que dice combatir, corrupción incluida. Ese progresismo ilustrado que ha elevado a conceptos
de las ciencias sociales categorías tales como “complot”, “mafia del poder” y
que prodiga perdones, absoluciones y amnistías cuando de arriba se trata, y
sentencias y condenas cuando al abajo se refiere. Eso sí, hay que reconocer que esa izquierda
ilustrada es de deshonestidad valiente, porque no teme hacer el ridículo una y
otra vez para convencerse a sí misma y a los feligreses de temporada que
“regenerar” es sinónimo de “reciclar” en lo que a la clase política y
empresarial se refiere.
Lo que queremos decirles puntualmente hoy es breve, e iniciaremos
expresándolo en algunas de las lenguas originarias que se hacen palabra en
nuestro paso:
Tiene la palabra chol la Comandanta Amada.
Tiene la palabra tojolabal la Comandanta Everilda.
Tiene la palabra tzotzil la Comandanta Jesica.
Tiene la palabra tzeltal la Comandanta Miriam.
Tiene la palabra castilla la Comandanta Dalia.
Lo que han dicho las compañeras y compañeros, en español se puede
traducir como “Vete a la chingada Trump”, pero no lo voy a decir así para que
no me acusen de prosaico y grosero.
Entonces lo traduciremos con un lacónico: “Fuck Trump”.
Establecido lo más importante y serio que tenemos que decir en este
seminario o como se llame esta reunión que, en realidad, tiene como objetivo
principal darle a Don Pablo González Casanova un abrazo colectivo, ahora
podemos pasar a lo que no es tan importante: nuestro pensamiento.
-*-
LOS RELOJES.
El tiempo, siempre el tiempo.
Relojes. Segundos, minutos,
horas, días, semanas, meses, años, lustros, décadas, siglos. El tic tac frenético de la bomba del Capital,
el terrorista por excelencia, ahora amenazando a la humanidad entera. Pero también el tiempo vuelto calendario y
modo, según cada quien, según la lucha de abajo y a la izquierda, resistencia y
rebeldía.
Hace 21 años, en los llamados Diálogos de San Andrés, desesperada porque
el zapatismo debía consultar hasta el más mínimo acuerdo con los pueblos, la
delegación gubernamental cuestionaba a la delegación zapatista sobre sus
relojes. Palabras más, palabras menos,
les reclamaban: “Ustedes hablan mucho de que el tiempo zapatista y traen
relojes digitales y tienen la misma hora que nuestros relojes”. Las carcajadas de los Comandantes Tacho y
Zebedeo resonaron entonces en el pequeño cuarto donde se realizaban las
pláticas.
Ésa fue la respuesta zapatista al cuestionamiento gubernamental. En un costado, como miembros de la Comisión
Nacional de Intermediación, atestiguaban, entre otros, Don Pablo González
Casanova, y un artista de la palabra; el poeta Juan Bañuelos, quien falleció
hace unos días y que, en uno de los acompañamientos que hizo con la delegación
en el dilatado trayecto hasta La Realidad zapatista, junto al también hoy
finado SupMarcos defendió “Los Versos del Capitán” de Pablo Neruda, que alguien
atacaba por ser “poesía demasiado política”.
“Eso no es poesía”, argumentaba el de la diatriba, “es un panfleto”.
Siguió el silencio en el trayecto. Juan Bañuelos miraba las montañas,
tal vez hilando en su pensamiento el poema “El Correo de la Selva” en el que,
contra lo que se ha dicho, no habla de sí mismo, sino de quien hacía de correo
entre la CONAI y el EZLN, arriesgando vida, libertad y bienes en los tiempos
aciagos de la traición zedillista de 1995 (uno de sus operadores, Esteban
Moctezuma Barragán, es hoy uno de los absueltos y elevado a dirigente
estratégico de punta del “cambio verdadero”).
Por su parte, me imagino que el difunto SupMarcos respiraba aliviado al
avistar territorio zapatista y tal vez, en un murmullo premonitorio, recitaba
para sí los últimos versos de “La Carta en el Camino” de Pablo Neruda, el poema
con el que cierra el libro “Los versos del Capitán”.
“Y así esta carta se termina
sin ninguna tristeza:
están firmes mis pies sobre la
tierra,
mi mano escribe esta carta en el
camino,
y en medio de la vida estaré
siempre
junto al amigo, frente al
enemigo,
con tu nombre en la boca
y un beso que jamás
se apartó de la tuya.”
-*-
Sobre el tema del tiempo (el “timming” dicen los obesos y perezosos
tanques del pensamiento de arriba), nos han querido criticar y catalogar. Por ejemplo, nos han dicho que, en la era
digital, nosotras, nosotros, zapatistas, somos como esos relojes que funcionan
con muelles, engranes y resortes, y a los que hay que darles cuerda manual.
“Anacrónicos”, dijeron. “El
pasado que viene a pedir cuentas”, sentenciaron. “El rezago histórico”, murmuraron. “Un pendiente de la modernidad”, amenazaron.
Bueno, con nuestro acostumbrado sentido de la oportunidad, les decimos
que no somos como un reloj de cuerda manual en la era de los smartwatch, que te
miden las calorías consumidas y consumadas, el ritmo cardíaco, además de que te
dicen si te mueves bien o mal cuando los cuerpos desnudos repiten la, ésa sí
anacrónica, ceremonia del encuentro de pieles y humedades. Son tan modernos y avanzados esos relojes que
en ellos, a veces, hasta puedes ver qué hora es.
Cierto, es ésta una época donde la realidad virtual aventaja con mucho a
la realidad real y cualquier imbécil puede simular sapiencia gracias a que las
redes sociales le permiten encontrar ecos igualmente necios y cínicos; época
donde la pretendida originalidad de la antipatía se anula al hacerse patente
que la impertinencia, la ignorancia y la pedantería es una “individualidad” que
es compartida por millones de nicknames, como si la estupidez no fuera sino un
solitario ser multicuentas, y la misoginia del Calderón y la Calderona tienen
sus pares en todo el universo de las redes sociales, incluso en quienes, con
maestrías y doctorados en la izquierda bien portada e institucional, se
refieren a la posible vocera del Concejo Indígena de Gobierno con el sarcástico
mote de “la Tonantzin”.
Pero lo que en la derecha es delito denunciable jurídicamente, en la
izquierda institucional es un gracioso comentario que no merece ser penado,
sino celebrado. Aunque se vista de única
e irrepetible, y dirija un suplemento, la imbecilidad es la más común y
corriente de las características humanas en el espectro político de un arriba
en el que las diferencias se diluyen incluso en las encuestas.
Pero en esta era tecnológica que nos contempla con reprobación burlona,
nosotras, nosotros, zapatistas, somos más bien como un reloj de arena.
Un reloj de arena que, aunque no pide actualización cada 15 minutos y no
requiere tener saldo activo para funcionar, tiene que renovar una y otra vez su
limitado conteo.
Aunque poco práctico e incómodo, como de por sí somos los zapatistas,
las zapatistas, el reloj de arena tiene sus ventajas.
Por ejemplo, en el podemos ver el tiempo transcurrido, ver el pasado,
tratar de entenderlo.
Y podemos ver, también, el tiempo que viene.
No se puede entender el tiempo zapatista si no se entiende la mirada que
le lleva la cuenta en un reloj de arena.
Por eso, les hemos traído aquí, por esta única ocasión, dama, caballero,
otroa, niña, niño, este reloj de arena al que hemos bautizado como modelo “No
sabes nada John Snow”.
Véalo usted, aprecie la perfección en sus líneas curvadas que recuerdan
que el mundo no es redondo y sin embargo se mueve, da vueltas, y, como dijo
Mercedes Sosa en su tiempo, “cambia, todo cambia”.
Véalo usted y entienda que no nos entiende, pero que no importa; que,
como luego se dice, no hay pedo, porque no es hacia nuestro modo arcaico (que,
más que pre moderno, es prehistórico) donde le pedimos que mire, no. Es más allá hacia donde necesitamos su
vigilancia.
Porque entendemos que a usted le piden que ponga atención a ese breve
instante en que un granito de arena llega al reducido pasaje para caer y
sumarse a los instantes que se acumulan en eso que llamamos “pasado”.
Porque eso le insinúan, le aconsejan, le piden, le ordenan, le mandan:
viva el instante, viva ese presente que ya puede reducir aún más con la más
alta y sofisticada tecnología. No piense
en el tiempo que ya yace en el ayer, porque en el vértigo de la modernidad, es
lo mismo “hace un segundo” que “hace un siglo”.
Pero, sobre todo, no se asome a lo que viene después.
Y, claro, nosotras, nosotros, a contrapelo, de contreras nomás, de mulas
pues (sin agraviar a nadie en particular, cada quien con su cada cual), estamos
analizando y cuestionando al granito de arena que, anónimo, está en medio de
los demás, esperando su turno para colarse por el angosto túnel, al mismo
tiempo que miramos al que yace abajo y a la izquierda en lo que llamamos
“pasado”, preguntándose el uno y el otro qué rayos tienen qué ver ellos en esta
plática sobre los muros del Capital y las grietas de abajo.
Y nosotras, nosotros, con un ojo en el gato y otro en el garabato, o sea
el perro, con lo que el “gato-perro” se convierte en herramienta de análisis en
el pensamiento crítico, y deja de ser la constante compañía de una niña que se
imagina sin miedo, libre, compañera.
Pero no es al zapatismo al que le invitamos tratar de entender o de
explicar. Aunque, claro, si usted quiere
reiterar su torpeza, limitación y dogmatismo anti o pro, pues quiénes somos
nosotros para impedirlo.
Y entonces le decimos que no, que no valemos la pena, que el zapatismo
es sólo una lucha más entre muchas. Si
acaso la más pequeña en cuanto a su número, su impacto, su trascendencia.
Aunque, eso sí, acaso la más irreverente si la referimos al enemigo que
ha elegido, a su aspiración, su objetivo, su horizonte, su necio empeño en
construir un mundo donde quepan muchos mundos, todos, los que están, los que
nacerán.
Y todo esto mientras, con absurda obstinación, volteamos una y otra vez
el reloj de arena, como si quisiéramos decirles, decirnos, que eso es la lucha:
algo donde no hay descanso, donde se debe resistir y no abrir las puertas de la
prudente cobardía que, con el letrero de “SALIDA”, aparecen a lo largo de todo
el camino.
La lucha es algo donde hay que estar atento al todo y a las partes, y
estar listas, listos, porque ese último granito de arena no es el último, sino
el primero, y que hay que darle vuelta al reloj de arena, porque ahí no está el
hoy, sino el ayer y, sí, tiene usted razón, también el mañana.
Así que ahí tiene usted el secreto del método
zapatista para el análisis y la reflexión: ni siquiera usamos un reloj de
cuerda manual, sino que es un reloj de arena.
Claro, se entiende, qué se puede esperar de quienes ahora sostienen que
en esta época, además de la lógica del dinero, está globalizada la señora madre
de Donaldo Trump porque en todo el planeta se la recuerdan, se la mencionan, es
decir, se la mientan.
O tal vez usamos un reloj de arena porque nuestro afán de entender no es
interés académico, científico o descriptivo, o pretendido y torpe tribunal que
piensa que sabe todo y puede opinar de todo, porque, es sabido y lo confirman
las redes sociales, cualquier tontería encuentra seguidores, y se conforman los
rebaños para el pastor que, a su vez, es parte del rebaño de otro pastor y así
les va.
No, nuestro interés es subversivo.
Combatimos al enemigo. Queremos
saber cómo es, cuál es su genealogía, su “modus operandi” podríamos decir
siguiendo a Elías Contreras, un finado comisión de investigación del EZLN, que
sostenía que el capitalismo era un criminal y que la realidad entera en el
mundo era la escena del crimen y como tal debería ser estudiada y analizada.
Y ahora se me ocurre que las pistas dejadas por Elías Contreras, las
dejadas por el ahora finado SupMarcos, las que nosotras, nosotros, zapatistas,
les vamos dejando a usted, dama, caballero, otroa, niña, niño, jóvenes aunque
no en el calendario pero sí en la mirada, son, todas, señales para un camino.
Y el truco, la maña como dice el SubMoy, la “magia” como decía el
SupMarcos, está en que esas pistas no son para que nos encuentren, nos
descubran, nos atrapen. Son, según este
apunte que he encontrado en el baúl de los recuerdos del SupMarcos y que ahora
releo desconcertado, para que no sólo encuentren el espejo, sino para que vayan
construyendo la respuesta, su respuesta suya de usted, a la pregunta
apocalíptica que lo abofeteará en el rostro, sin importar su color, su género o
transgénero, su creencia o descreencia, sus filias y fobias políticas e
ideológicas, su modo, su tiempo, su geografía.
La pregunta que anuncia el apocalipsis más terrible y maravilloso: ¿Y tú
qué?
El apocalipsis que, según cuenta la niña autodenominada Defensa
Zapatista, es de género. “Va en su
cuenta de los pinches hombres” sentencia cada que puede, venga o no al caso,
esta niña que sueña con completar su equipo de fútbol.
“Ya está cabal todo, aunque el balón está un poco como bollado, como que
lo pegaron en su cabeza y la tiene llena de chipotes”, me responde la niña a
una pregunta que ni siquiera pensé.
“Y, claro, falta completar el equipo, pero no preocupas Sup, ya vamos a
ser más, de repente dilata, pero ya vamos a ser más”, me dice tratando de
tranquilizarme mientras en el caracol esperamos, inquietos, que encuentren al
equipo de apoyo que está perdido.
El Subcomandante Insurgente Moisés murmura “mta, creo que tenemos que
hacer un equipo de apoyo para el equipo de apoyo, porque siempre les pasa
algo”, mientras Defensa Zapatista trata de convencerme de que busque entre
ustedes a prospectos para corretear detrás de un balón deforme por un potrero
hoy lleno de garrapatas y una que otra nauyaca, y apenas hace unos días
brillando por el agua encharcada de una lluvia a la que, es seguro, le falla el
reloj porque nada tenía qué hacer en abril.
Las indicaciones que recibo de la niña distan de ser sencillas. El equipo no necesita portero, posición
ocupada, lo sé, por un viejo caballo tuerto que se diferencia de los demás en
que no tiene lazo, ni marca, ni dueño alguno y mastica despreocupado una
botella de plástico vacía en la que ya no se nota la marca de conocido refresco
de cola.
La posición de defensa, es obvio, también ya está cubierta. Y el equipo tiene un extremo izquierdo que
más bien parece un gato… o un perro, que, bueno, ahí va el mouse de la compu
del SubMoy, y ahí va persiguiéndolo el Monarca gritando “¡pinche perro!” y la
insurgenta Erika aclara que no es perro, y el Monarca “gato, entonces”. “Tampoco” , dice la Erika que sólo quiere
asegurarse de que el gato-perro escape ileso, y lo logra.
También forma parte de la siempre incompleta alineación el Pedrito,
quien, según entiendo por el esquema que Defensa Zapatista despliega frente a
mí, es una especie de líbero multi posiciones.
“Es que acaso obedece el Pedrito”, me aclara, “un día quiere ser
portero, otro día delantero, defensa que ni lo sueñe” advierte la niña. Luego añade: “pero así son de por sí los
pinches hombres que un rato dicen una cosa y al otro rato anda vete”, mientras
me mira con los ojos entrecerrados y pone su mejor cara de “Fuck Trump y hazte
a un lado no te vaya yo a salpicar o ahí lo veas si tú también”.
Antes de salir, Defensa Zapatista me resume: “Oí Sup, no cualquiera, eh,
tiene que ser de disciplina y de lucha, porque si no luego se desmayan rápido y
en el equipo sólo resistencia y rebeldía”.
Yo no quise desilusionarla, pero tan sólo el requisito de disciplina
deja fuera a todos los equipos de apoyo y a todos, todas y todoas loas
presentes, empezando, claro, por Pablo Contreras aquí presente.
Para el finado SupMarcos, según me enteré después de su muerte y
rescatando sus letras, el apocalipsis no es el espejo ni la pregunta, sino la
respuesta. “Ahí”, escribió con su torpe
letra de niño mal aplicado y reprobado perene en caligrafía, “Ahí es donde el
mundo se acaba… o comienza”.
Ya volveré en otra ocasión sobre estas hojas manchadas de humedad y
tabaco que, junto con otras y en un baúl de tela corroída y rota, me entregó el
SupMarcos momentos antes de su muerte, con una lacónica sentencia: “Ahí lo
veas”.
La misma frase me la repitió cuando bajaba del templete en La Realidad,
aún caliente sobre la tierra la sangre de mi hermano muerto, el maestro
Galeano, cuando, como premonición de lo que vendría después, la única luz era
la de la lluvia que rompía la lógica de ese mayo ya pasado en calendarios.
No, no hablaré de ese escrito. O
no todavía. Tampoco del que acabo de
encontrar y que, desafiante, tiene este breve título: “De cómo Durito decidió
abrazar la noble profesión de la Andante Caballería y se dio en recorrer el
mundo desfaciendo entuertos, socorriendo al desvalido, rescatando al oprimido,
apoyando al débil y arrancando suspiros libidinosos en las recatadas doncellas,
así como resoplidos de envidia en los machines.
Informes, presupuestos sin compromiso y contrataciones en Hojita de
Huapac #69”.
Sí, coincido con ustedes, es un título tan modesto como su protagonista.
Pero no se los leeré ahora, y no porque no quiera escuchar las sonrisas
que les arrancaría esa historia, escrita con el puño y letra del finado y con
la sola aclaración de lugar y fecha: “Campamento Watapil, Sierra del Almendro,
abril de 1986” se alcanza a leer, es decir, hará unos 30 años, sino porque
ahora no viene al caso o cosa, según.
Claro, usted se está encabronando porque, piensa, para qué se las estoy
dando a desear si ni-mais-palomas-naranjas-podridas-niguas-nones-nel-pastel,
que ahorita no les voy a leer la historia de título tan breve como
clarificador, pero déjeme decirle que esos papeles encontrados en el baúl del
SupMarcos me hicieron recordar algo ocurrido cuando no se cumplía aún, en el
reloj de La Realidad, la hora de su muerte:
El SupMoy y el ahora finado SupMarcos regresaron de la reunión con el
Comité Clandestino Revolucionario Indígena-Comandancia General del EZLN,
celebrada en uno de los galerones del caracol de La Realidad, y me mandaron
llamar.
Yo entendí que había llegado la hora en los dos relojes que el ahora
difunto portaba desde el primero de enero de 1994. Porque yo sabía que su muerte se había ya
decidido, pero no el cuándo. El que me
mandaran llamar sólo significaba una cosa: el fallecimiento era inminente y me
daría él las últimas instrucciones antes de mi nacimiento.
El SupMoy se tuvo que retirar y quedé solo con el SupMarcos.
Él me entregó una pequeña maletita de tela, vieja y mal parchada, sin
decirme nada más.
Yo pregunté qué hacía con eso y él sólo me respondió que yo sabría qué
hacer llegado el momento. Asentí en
silencio.
Después me dio las indicaciones de la ubicación de un buzón de montaña
donde, me dijo, tenía guardados varios libros.
Ahora me vienen a la memoria: las antologías poéticas de León Felipe y
Miguel Hernández, el Romancero Gitano de García Lorca, los dos tomos del
Quijote, “Los versos del capitán” de Pablo Neruda, una edición bilingüe de
sonetos de William Shakespeare, “Historias de Cronopios y de Famas” de Julio
Cortázar, y otros que ahora no recuerdo.
Se me hizo raro que en su última voluntad, tuviera lugar en su
pensamiento para recomendar el rescate de unos libros que, lo más probable, ya
estarían hechos pedazos por la humedad y la hormiga arriera.
Debo haber hecho algún gesto porque él se sintió obligado a explicar:
“No hay soledad más desesperanzadora que un libro sin quien lo lea”.
Yo no dije nada, sólo escribí en clave los datos del buzón.
Luego, él me pregunto como de por sí era su modo en las indicaciones
finales: “¿Dudas, preguntas, angustias, inconformidades, mentadas de menta o de
las otras?”.
Quedé pensando.
“Tengo pregunta”, le dije, pero no porque la tuviera, sino para darme tiempo y poder pensar algo.
Él aguardó en silencio.
Y no sé por qué le pregunté de Durito.
Si, ya lo sé, debería haberle preguntado otras cosas, por ejemplo, las
razones de su muerte, o la siempre urgente pregunta de “¿qué sigue?”. Pero no, le pregunté de Durito.
¿Por qué elegiste como personaje a un insecto? Lo del Viejo Antonio lo entiendo, lo mismo
con los niños y niñas, pero ¿un insecto?
Y peor, ¡un escarabajo! Los
escarabajos que hay acá son de los que hacen su nido con estiércol y ahí tienen
sus crías.
Él encendió la pipa y respondió entre bocanadas de humo:
“En primer lugar, como te enterarás en unos minutos, ellos no son los
personajes, sino yo. Y en lo que se
refiere a Don Durito, pues es el pequeño, débil e insignificante que se
levanta, se rebela y desafía todo, incluido su destino impuesto.”
“En lo que se refiere al estiércol, los escarabajos no son los únicos
que en estas tierras trabajan con estiércol y hasta lo usan para sus
casas. También los indígenas. Bueno, eso antes de nuestro alzamiento.”
Sí, hablamos de otras cosas, pero no porque fuera un interrogatorio,
sino porque el inicio del funeral se iba retrasando y el SupMarcos de por sí
así hacía, que mientras pensaba en algo se ponía a platicar de cualquier cosa o
de lo que le preguntaban, como si necesitara ocupar su pensamiento en varias cosas
a la vez para poder resolver la principal.
De ésas otras cosas, no sé, tal vez, es un supositorio, ya les contaré
en otra ocasión. O no, saber.
Pero lo de la liga entre el escarabajo y los indígenas zapatistas, tal
vez lo entiendan mejor en las historias que ahora siguen en la voz del SupMoy.
Le paso entonces la palabra a nuestro jefe y vocero, el Subcomandante
Insurgente Moisés, quien recién viene de lo más profundo de la selva lacandona,
a donde fue para explicarnos por qué el mundo capitalista semeja una finca
amurallada.
Muchas gracias.
SupGaleano.
México, abril del 2017.
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