EDUARDO GONZÁLEZ VELÁZQUEZ
De diciembre de 2006 al mes de abril de 2011 el osario mexicano parece ilimitado: 40 mil muertos, 9 mil desapariciones, 11 mil secuestros, más de mil 100 menores de edad asesinados. Las cifras son más que eso. Son la numeralia de la desesperación. Hablan de una sociedad ofendida e indignada. Desgarrada en su integridad. Desmoralizada desde lo más profundo de su estructura. Extraviada en el laberinto de la ignominia y la violencia cotidiana. Harta de pagar un alto precio por algo que no pidió. Cansada de ver morir a sus hijos frente a sus ojos. Silenciada por el estruendo ensordecedor de la estúpida guerra que Felipe Calderón se empeñó en montar. Hastiada por la sangre vertida que nos recuerda la deshumanización de nuestra especie.
¿Cuántos muertos son suficientes para que Felipe Calderón pare su guerra? ¿Cuántos muertos son suficientes para que el “presidente” los sienta como propios? ¿Cuántos muertos son suficientes para que el “gobierno” acepte que se equivocó en la estrategia para enfrentar al crimen organizado? ¿Cuántos muertos son suficientes para que los sicarios sientan asco por lo que hacen? ¿Cuántos muertos son suficientes para que se escuche el ¡ya basta! de la sociedad?
¿Cuántos “daños colaterales” seguirán sucediendo, antes de que la sensatez se apodere de los poderosos y decidan cambiar el rumbo de las cosas? ¿Hasta cuándo seguirán apareciendo frente a nosotros “daños colaterales” sin nombre y apellido? ¿Cuándo los muertos dejarán de ser solamente “costos que hay que pagar” para recuperar nuestra condición humana?
¿Cuántas familias desechas inundan el horizonte de horror que recorre el país? ¿A dónde se fueron las que pudieron huir? ¿Cómo reconstruiremos los “pueblos fantasmas” que comienzan a surgir? Las familias que se quedaron, lo hicieron para permanecer detrás de la puerta, para asomarse por el visillo, porque la calle les fue negada; la vía “pública” ha sido robada; la violencia se instaló en las aceras y expulsó a las personas. Las calles se miran solitarias, están vacías de niños que sólo atienden a dibujar un futuro incierto, mutilados en lo más esencial: sus padres. Todo, diría Felipe Calderón, es “por el bien de la nación”.
¿Cuántos soldados en las calles son suficientes para aceptar que han fracasado en su encomienda? ¿Cuántos soldados corrompidos son suficientes para desmoronar “la última frontera” de la seguridad nacional? ¿Cuántas promesas rotas por parte del gobierno son necesarias para mantener a “flote” la falsa idea de que “vamos ganando” esta guerra? Cómo creer semejante disparate, si el titular de la Secretaría de Seguridad Pública federal, Genaro García Luna, sostiene que “la violencia generada por los grupos criminales y por las acciones gubernamentales para combatirlos comenzará a disminuir en siete u ocho años”. En el fondo de esta afirmación resuena la inadmisible resignación que se le pide a la sociedad frente a la violencia inaudita que nos aterra día a día. Cómo creerle al “hombre fuerte” del sexenio, cuando nos enteramos que integrantes y ex miembros de elite del Ejército de Guatemala, conocidos como kaibiles, reciben 5 mil dólares mensuales por entrenar a Los Zetas y participar en la distribución de drogas en nuestro país y fuera de él. Cómo creerles a los “que van ganando la guerra”, cuando el director de la Oficina Federal de Investigaciones (FBI, por sus siglas en inglés), Robert Mueller, considera que la violencia en México ha llegado a niveles “sin precedente” y que el “gobierno” aún no ha logrado controlarla.
¿Cuántas marchas son suficientes para que se escuche la voz de la población? ¿Cuántas muestras de hartazgo son suficientes para que entienda el “gobierno” que nosotros no pedimos estar en donde nos pusieron? ¿Cuánta dignidad pisoteada es suficiente para detener esta barbarie? ¿Cuántas voces no escuchadas son suficientes para abonar a la desesperación social? Mientras miles de mexicanos exigíamos en las calles de decenas de ciudades de México y el extranjero que termine esta carnicería sin sentido en que estamos metidos, al menos 59 cadáveres fueron extraídos denarcofosas halladas entre San Fernando y Matamoros, Tamaulipas. Frente a este hecho, la explicación del “gobierno” es la misma: los muertos sólo son criminales ejecutados.
Frente al tamaño de la ofensa, decir “¡estamos hasta la madre!” parece quedar corto, no porque la frase lo sea en sí misma, sino porque el país se desbarranca por una sangrienta ladera que no parece tener fin.
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Eduardo González Velázquez
Fuente: La Jornada de Michoacán
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