Anamaría Ashwell
El miércoles pasado, en el Centro Histórico de Puebla, nos reunimos en una marcha solidaria con el poeta Javier Sicilia por la muerte de su hijo Juanelo y seis acompañantes que fueron torturados y asfixiados por criminales sádicos la noche del 29 de marzo de 2011 en la calle Brisas de Tampico, municipio de Temixco (Cuernavaca), Morelos.
El poeta, dolido, había dirigido una carta pública a la nación, “Estamos hasta la madre de Uds....lo políticos...los partidos...los criminales...”, y nosotros, en muchas ciudades de México y el extranjero, compartiendo su rabia y dolor, salimos a la calle a gritar con él: ¡Basta!
El recurso de la fuerza bruta de un estado débil como el que gobierna Felipe Calderón no solo no ha mermado la estructura militar y financiera de los grandes cárteles de la droga (que tradicionalmente han sido los empresarios del negocio del traspaso de drogas ilícitas que se comercian en EU y otros mercados mundiales), sino que declarándoles la guerra contribuyó a metamorfosearlos en organizaciones criminales con narcoestructuras y armamentos de una sofisticación y eficiencia nunca antes visto; y en una vuelta de tuerca éstos viraron la violencia sobre civiles nacionales (y centroamericanos) porque sintiéndose y sabiéndose impunes expandieron sus negocios para incluir extorsiones, secuestros y robos en territorio nacional. Los cárteles pasaron de ser organizaciones empresariales asombrosamente eficientes y expeditas para surtir el mercado de drogas ilícitas del “otro lado de la frontera” a convertirse también en sádicos decapitadores, descuartizadores, violadores y asesinos impunes de niños, mujeres y hombres de este lado. Así, las células criminales se propagaron y la criminalidad y violencia creció exponencialmente en México en medio de la impunidad, la ineficiencia y corrupción en las instituciones del estado, mismas que nos debían a los ciudadanos seguridad y pacífica convivencia. Resulta siniestro que el estado mexicano hoy aupa a otros tantos “muertos colaterales” de su “lado” en una aritmética macabra para medir esta guerra contra el narcotráfico en territorio nacional. Porque son niños, mujeres y hombres, como Juan Francisco Sicilia, los que se encuentran –nos encontramos– en medio del tiro cruzado entre dos fuerzas militarizadas: la del estado en una guerra que no puede ganar y la del crimen organizado que sigue y seguirá obteniendo ganancias multimillonarias gracias a que su negocio continúa siendo ilícito.
Basta.
Recuerdo ahora un argumento de Agustín Basavé1 porque la hipocresía con que ha sido recibida la propuesta del Javier Sicilia (¡Pacten! gritó el poeta) es escalofriante: “...La lucha contra la producción y el tráfico de drogas esta impregnada de retórica, la que emana de los dirigentes de los distintos partidos políticos y de los representantes de los tres ordenes de gobierno...el estribillo (gubernamental) de cero tolerancia a la ilegalidad, cero vulnerabilidad ante los intentos de intimidar y corromper, cero arreglos extralegales subterráneos... se aleja cada vez más de los límites de la credibilidad...(cuando) la verdad es otra: todo indica que los arreglos subterráneos, de connivencia o de contención de la lucha, son comunes...(y) paralelamente al combate frontal se dan negociaciones y pactos...(mientras tanto)...tiros y troyanos se acusan unos a otros de tener pacto con el narco con el mismo ímpetu que declaran que no los han tenido nunca y que jamás los tendrán. Cuando la retórica” concluye Basave “y la realidad no coinciden hay que cambiar una de las dos. Pactar con la delincuencia organizada es algo tan explicable como injustificable...” pero que hemos de afrontar como necesaria aceptando sin hipocresías que, de hecho, en muchos lados y por largo tiempo, ya existe. Porque mientras no se legalicen las drogas (como se legalizó el alcohol y es legal el cigarrillo) y no se admitan argumentos de ciencia y razón para delimitar distribución y consumo de droga; así como comprender las adicciones dentro de una política de salud pública; sin mediar moralinas de poderosos ignorantes; los muertos para combatir militar y policialmente su tráfico y consumo lo seguiremos poniendo la maestra de Juárez, el ingeniero de Toluca, el albañil de Tampico, el jardinero salvadoreño que estaba de paso y el hijo de un poeta que vive en Cuernavaca, Morelos. O un niño que en un retén militar fue confundido con un sicario.
Basta.
1 Mexicanidad y Esquizofrenia: Los dos rostros del MexiJano. Prólogo de Roger Bartra. Ed. Océano.2010.
Fuente: La Jornada de Oriente
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