martes, 14 de junio de 2011

La esperanza en concreto, esa que depende de uno


LEOPOLDO GAVITO NANSON - LUNES, JUNIO 13, 2011

Hace 40 años, un jueves por la noche, varios adolescentes casi niños, refugiados en cualquier lugar se veían las caras pasmados con los zapatos de carnaza manchados de sangre, doloridos por la literal paliza de que apenas habían conseguido salir. Seis meses antes había tomado el poder Luis Echeverría, aquel que dos años antes, cuando la masacre de Tlatelolco, era el secretario de Gobernación que había conspirado para que un grupo de soldados encubiertos como Batallón Olimpia disparara a discreción sobre los estudiantes reunidos en la plaza de las Tres Culturas y sobre los soldados que llegaban a dispersarlos. Parejo, pues.

A unos cuantos meses de haber ascendido al poder, Luis Echeverría impuso como rector de la Universidad Autónoma de Nuevo León a un médico militar. Trabajadores y alumnos se opusieron a ello, lo mismo que a una nueva ley orgánica para las universidades del país.

El inicio de los años 70 era tiempo de orejas, y de escalamiento de la guerra sucia. En diciembre de 1968 el Consejo Nacional de Huelga había decidido disolverse. La reorganización del estudiantado encontraría la forma de seguir en el Comité Coordinador de Comités de Lucha. La represión recrudecía, el defensor de estudiantes activistas detenidos de 1968, José Rojo Coronado, se había visto obligado a pedir asilo político. Era 10 el de junio de 1971 y la matanza del jueves de Corpus se había consumado.

30 años después, luego de diversas reformas políticas, quebrantos económicos, millones de empobrecidos adicionales y una alternancia ridículamente bufa, el país que es gobernado por panistas obsesos y arribistas envilecidos se desgarra en horrores macabros, magnificados por viciosos.

Justo el 10 de junio de 2011 en la voz de un poeta que involuntariamente funde en su dolor privado el dolor de la nación, brota la esperanza. Quizá por eso también se le llama la Caravana del Consuelo, porque ha juntado los agravios de años, los agravios de todos en una misma expresión pacífica para exigir el cambio de políticas. Siete días agotadores de conocer, de hacer visibles decenas de casos de torturas, desapariciones y ejecuciones. Tantos que la radicalización flota en el aire, se respira sobre bases diarias sin importar la zona del país.

La Caravana por la Paz y la Justicia con Dignidad llegó a Ciudad Juárez, “el epicentro del dolor”, como la llamó Javier Sicilia. Hombres y mujeres de hablar claro que le dicen al Presidente impasible que en el país las personas están enojadas y que cuando eso pasa, cuando el enojo viene de la impotencia y nadie escucha el reclamo no violento, la distancia hacia el paso para violentarse es insignificante, basta que la conciencia del límite se colme, se quiebre y sea rebasada. Porque este es un país de víctimas y millones de agraviados al que los actores políticos han dejado hace tiempo de escuchar.

Quizá porque dudan de la voluntad personal del Presidente para escuchar a los dolorosos, o porque tienen la certeza de la incapacidad del personal a su alrededor para procurárselos independientemente de lo que él quiera oír, le harán llegar un disco compacto con los testimonios grabados del dolor y enojo del país. Con todo, más allá de eso, es el primer indicio serio de la recomposición social del país. Desde la base, sin cantos de sirenas gubernamentales con intenciones de cooptación. Volvió a suceder. Calderón envió a Sicilia un mensaje personal donde asumía el compromiso de darle seguridad a la caravana. Pedía luego a Sicilia que señalara sólo al crimen como el responsable de las muertes y desapariciones. En una suerte de maniqueísmo por encargo. Fue la tercera vez que Felipe Calderón invitó a Javier Sicilia.

Se han hecho visibles –pese a los remiendos, negaciones y mentiras gubernamentales– los desgarramientos del país. México es un país herido por sus gobiernos desde hace décadas. Vivas algunas, otras mal cicatrizadas. Éste gobierno ha venido a reabrirlas todas, exponerlas todas y a abrir miles más.

La Caravana es una suerte de crisol donde los agravios se amalgamaron y adquirieron proyección propia. Rompió en buena medida con la soledad y el aislamiento. Se hizo de vida propia, se trascendió a sí misma y ahora hay esperanza. Un pacto ciudadano se perfila y en él se anuncia la búsqueda de una reforma política inclusiva, sin joterías. A unos cuantos meses de que dé inicio la parafernalia de la temporada electoral. Una reforma política de origen ciudadano en donde se considera la posibilidad de incorporar la revocación del mandato, el plebiscito, la desaparición de los fueros, esos redrojos medievales que se conservan por la incompetencia y el temor de las elites dirigentes.

El espíritu del método es la no violencia. Método probadamente imbatible aunque doloroso y dilatado. Por su negativa a escuchar el gobierno se ha puesto a sí mismo en el umbral de la resistencia y desobediencia civiles. Será un proceso en donde todos tendremos que aprender sobre la marcha. Porque nunca será lo mismo decir el asesinato número tal o cual que decir “Mi hija fue a una fiesta. De repente llegaron unos hombres y comenzaron a disparar y la mataron a ella y 13 personas más. No sé por qué”, como reza el testimonio de una madre reproducido por la Asamblea Juarense por la Paz.

*Es cosa Pública

leopoldogavito@gmail.com

Fuente: La Jornada de Veracruz

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