lunes, 20 de junio de 2011

La laicidad en el discurso de Monsiváis


PABLO ALARCÓN CHÁIRES

Irónico, duro y tajante, fiel reflejo de su personalidad, fue y continúa siendo el discurso del que es considerado el último gran defensor del Estado laico mexicano: Carlos Monsiváis. En obras como Las herencias ocultas de la reforma liberal del siglo XIX y El Estado Laico y sus malquerientes, además de piezas de oratoria y diversos artículos, Monsiváis argumentó su rechazo a los intentos hegemónicos de un clericalismo que, por la propia evolución de la sociedad mundial y nacional, le resultaba anacrónico.

Él pugnaba por la existencia espiritual laica en la que la diversidad de opciones conllevaría inevitablemente a un proceso natural de secularización. Su espíritu liberal surgía de la propia laicidad que pregonaba, apuntalando la importancia de la libertad de cultos y de expresión, la necesaria separación de la Iglesia (sí, en singular) del Estado y la educación ajena al ámbito confesional, como un medio para asegurar la sana convivencia en sociedad.

Tremendo dúo hubieran formado Monsiváis con Ignacio Ramírez El Nigromante, si el destino los hubiera hecho coincidir en el siglo XIX. Ahí estaría Carlos riendo a carcajadas al escuchar de viva voz la frase que El Nigromanteempleó como pase de ingreso a la Academia de Letrán: No hay Dios; los seres de la naturaleza se sostienen por sí mismos, que causó santo revuelo entre sus integrantes. Y no porque Carlos fuera ateo, sino por lo que significaba tal blasfemia en una sociedad victoriana moralista, cuya censura oficial al laicismo representaba los intereses de la jerarquía eclesiástica y porque tal acto en sí marcaba el inicio del rompimiento del control perfecto de las conciencias. En estos temas invocaba irónicamente al padre Julio Vértiz quien decía: “En México lo que no huele a incienso huele mierda”. Según Carlos, estas muestras de fe y fanatismo mostraban una tragedia: si la fe profesada es la única verdad, entonces el fanático es únicamente un defensor de la verdad.

Por ello, en sus momentos de inspiración laica, Monsiváis entrelazaba sus manos y cerrando sus ojos en un acto de contrición confesaba: acúsome padre de fomentar la tolerancia. Ésta la concebía como la antítesis a la unanimidad de la fe. Criticaba el discurso conservador que encumbraba una religión universal única (la católica), un monopolio espiritual que de acuerdo a sus seguidores, protege la salud mental y la unidad familiar de los mexicanos. Distinguía en esta actitud el temor genuino a la diversidad en sus diferentes expresiones, que históricamente han mostrado estos grupos cuyo fundamento aún ahora, decía él, enmascara el que tanto debemos permitir, tras la frase cómo debemos ser.

Monsiváis esgrimía la laicidad con una perspectiva contemporánea que lo mismo incluía a las minorías religiosas, que a otras formas de expresiones no convencionales relacionadas con las preferencias sexuales. Como protestante que era, criticaba el hecho de que si bien la laicidad había permitido el surgimiento de otras religiones en México, nunca lo había sido de modo pleno, dado que tanto la izquierda nacionalista, como la derecha guadalupana, las había considerado apátridas e invención yanqui encaminadas al despojo de la identidad mexicana.

La geografía del pecado y la virtud (cuerpo y espíritu) ocuparon a Monsiváis como homosexual que era. Las minorías que también incluía en su discurso eran los (as) bisexuales, gays y lesbianas y toda forma de expresión sexual que “ofende al eterno”, tradicionalmente minimizadas y estigmatizadas por nuestra sociedad patriarcal, donde lo sensible, la conciliación, la solidaridad, la ternura, etc., son expresiones antinaturales, más bien propias de lo femenino (gracias Dios que eres masculino, seguramente diría Monsiváis).

Para Monsiváis, el Estado laico se fundamenta en la educación. Cuestiona el hecho de que ésta se vea como un patrimonio de clases, en la que la impartida por el Estado de carácter laico, esté referida a los “nacidos para perder”, a aquellos que nunca tendrán acceso al desarrollo, lo que resume en la frase: ventaja de clase es destino.

A un año de la muerte de Carlos Monsiváis y dada la actual turbulencia que por diferentes frentes sufre la sociedad mexicana, conviene recordar, en su honor, su premisa: “…la nación en la globalidad, multirreligiosa, diversa, tolerante, sólo puede ser laica”. Cómo él mismo dijo, la laicidad llegó para quedarse por más berrinches y pataletas que hagan.

palarcon@oikos.unam.mx

Fuente: La Jornada de Michoacán

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