IGNACIO CARVAJAL - SÁBADO, JULIO 30, 2011
Coatzacoalcos, Ver.- Encabezados por el sacerdote Alejandro Solalinde, al menos 500 centroamericanos marcharon por calles de Coatzacoalcos para exigir respeto a sus derechos humanos. Antes de parar en los bajos del puente de la Avenida 1, los indocumentados lanzaron consignas contra autoridades y Los Zetas.
“A la migra y a Los Zetas: al pueblo se le respeta”, decían una y otra vez en la marcha.
El padre Solalinde, que se ha vuelto en el icono de la defensa de los centroamericanos, iba a la cabeza de la protesta pacífica. Caminaba al tiempo que platicaba con todo reportero que le quiso entrevistar. Desde las cadenas nacionales hasta a los jóvenes que iban en representación de los más humildes diarios de la región.
De vez en cuando, el padre daba saltos al tiempo que marchaba. “Tenemos que saltar, ¡salten, salten para que se note más nuestra marcha!”, exhortaba el sacerdote organizador de la Marcha Paso a Paso por la Paz.
Vestido de colores claros, y portando una cruz de madera, muy pequeña, del cuello, el padre salió de la capilla San Judas Tadeo, de la colonia Coatzacoalcos, rumbo al puente por donde pasa el ferrocarril, mejor conocido como La Bestia.
De cerca, el cura se mira algo más bajo de lo que aparenta en televisión. Es blanco de piel, pero el andar bajo el sol le ha requemado los brazos y el rostro. Porta una gorra y sus manos nunca están quietas. Tampoco sus labios.
En cada esquina por donde pasaba la protesta y Solalinde se lanzaban consignas. Nadie que haya causado un agravio a los indocumentados en este territorio se ha salvado de las críticas. Menos los mexicanos: “¿Qué quieres Guatemala?… justicia; ¿qué quiere el Salvador?… justicia; y ¿qué quiere México?, una mordida, una extorsión, un billete”, gritaban los indocumentados en proclamas improvisadas.
Solalinde, se nota, respalda los reclamos, alza las manos y arrecia el paso a cada protesta de voces. Los lugareños se amontonan para ver el correr de la caravana. Bajo el sol y bochorno del sur de Veracruz, los centroamericanos se detienen regularmente. De algunas casas salen botellas de agua. En una de esas, un ama de casa sacó un gran melón, fresco, que comió habidamente un grupo de guatemaltecos.
Con las espaldas descubiertas, varios centroamericanos, en su mayoría mujeres, eso sí, recorren las avenidas del puerto con la esperanza de que su clamor les ayude a formar un camino más seguro para los compañeros que vienen detrás.
“Mentira que la migración se terminará con las leyes de Estados Unidos y su muro”, dice uno de los indocumentados que ha hecho parada para refrescarse los pies en un charco dejado por la lluvia de la madrugada.
“Es momento de gritarle a esos cabrones de Los Zetas que no tienen por qué secuestrarnos, no tenemos nada contra ellos y por eso andamos acá. La migración no tiene que ser un delito”, dice Efraín, quien muestra cicatrices en piernas y nalgas a consecuencia de los tablazos propinados recientemente, cuando fue interceptado por un grupo delictivo cerca de Medias Aguas.
Después de casi hora y media de caminata, Solalinde detiene su andar a unos metros del puente. Se coloca la sotana para realizar los sacramentos. También se quita la cachucha. Su frente brilla bajo el sol. Se concentra. Guarda y pide silencio por los migrantes muertos en las fosas de San Fernando.
Es una exigencia para todos. El silencio es interrumpido momentos después por el rugido de La Bestia. Todos corren a donde pasa el tren. La máquina pasa despacio y los centroamericanos aprovechan para mirar los grandes vagones del ferrocarril, muy probablemente pensando en los cientos de compañeros de lucha muertos bajo esas ruedas.
Fuente: La Jornada de Veracruz
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