En La gran novela latinoamericana hace un recorrido por la evolución de ese género
Fuentes ve a la literatura como faro para un México desviado
Los problemas están aquí y los políticos a una distancia brutal de las respuestas, dice
Tener un presidente estadista, como podría ser López Obrador, dependería de buenos asesores
Carlos Fuentes, en su casa, durante la entrevista con La JornadaFoto Carlos Cisneros
Mónica Mateos-Vega
Periódico La Jornada
Jueves 19 de enero de 2012, p. 4
Las grandes figuras de la novela latinoamericana y sus temas constantes (los conflictos sociales, el dictador y la barbarie, el mundo mágico de mito y lenguaje, la épica del desencanto) son los protagonistas del libro más reciente de Carlos Fuentes (Panamá, 1928), quien en entrevista con La Jornada habla de la literatura como punto de referencia de un país que, en su opinión, se encuentra a la deriva.
México vive un mal momento porque los problemas del país están aquí, y los políticos allá, a una distancia brutal con respecto a las respuestas, afirma. Pero el escritor perfila en un futuro a ese presidente estadista con el que sueñan muchos mexicanos: Andrés Manuel López Obrador, con la condición, añade, de que se rodee de buena gente.
A propósito de la publicación de su libro La gran novela latinoamericana (Alfaguara), propone a la literatura como faro de una nación cuyo rumbo ahora está bastante desviado del camino.
Imitación de la cultura
Tener un buen gobernante, como, quizá, podría ser López Obrador, explica, depende de las personas que lo asesoren, porque si éste solo quiere tener gente obediente y menor al lado, lo único que logrará es un mal gobierno.
Detalla que los buenos presidentes de México han tenido buena gente alrededor: los gabinetes de Lázaro Cárdenas, de Manuel Ávila Camacho, Miguel Alemán Valdés o Adolfo Ruiz Cortines eran muy buenos porque había personas que sabían lo que no sabía el presidente. Si el presidente tiene que saber más que sus colaboradores, entonces estamos mal.
No obstante, continúa, tampoco se trata de mantener juntos a los intelectuales con la clase política: hay acercamientos y alejamientos entre ellos, pero no es posible ni deseable que coincidan, porque el escritor siempre debe decir algo más, ir más lejos que el político, que está capturado en su momento, pues si no, no podría ser político; en tanto, el escritor puede ir más allá porque puede imaginar, y políticos con imaginación hay muy pocos.
–Los políticos de antes al menos leían –se comenta a Fuentes.
–Y ahora no, ¿verdad? Ahí están las muestras de ignorancia que ha dado Enrique Peña Nieto, quien pudo haberse escabullido de la pregunta y decir, por ejemplo, sí conozco bien la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos, pero tenía que titubear, se hizo bolas el pobre, ¡quedó muy mal! Hay gobernantes del pasado de México que si bien no habían leído mucho, al menos eran inteligentes.
En la literatura, detalla el autor de La silla del águila, “hay un sentido de continuidad de la historia de México y de América Latina que no se da en la política ni en la economía, así como una riqueza bárbara. Eso le permite ser una referencia para el mundo político y social, para reconocerse y no desviarse demasiado del camino.
“Pero la palabra literaria y la palabra política están muy divorciadas, pues políticamente hemos vivido mucho de la imitación, no de la continuidad de la cultura. Ganamos independencia, pero negamos a España, queremos ser gringos, o franceses; con Porfirio Díaz se trataba de convertir a México en un país francés.
“Con la Revolución volvimos a ser nosotros, pero nuevamente estamos distanciados de nuestro ser y tenemos que recuperarlo: ahí esta la cultura mexicana, para indicar quiénes somos: buenos, malos, pero así somos, de allá venimos, de una imaginación y una realidad conjuntas.
Lo bueno de nuestra cultura es que tanto la imaginación como la realidad siempre han estado hermanadas, no se pueden separar. Mientras que en la política constantemente hay un divorcio entre ambas.
La gran novela latinoamericana, ensayo que propone un recorrido por la evolución de ese género literario en el continente, es, puntualiza Carlos Fuentes, un libro personal, porque no hablo de todo el mundo, dejo cosas que no me interesan fuera y no menciono a mis enemigos.
Con el mismo buen humor con el que charla acerca de su obra, en las páginas del citado volumen se lee:
Se me acusará, con justicia, de darle un lugar preferente a mi propio país, México, y a sus escritores. Así es (...) La razón es que éstos, los incluidos, concuerdan más con la línea general especulativa de este libro. Y que si abundan los mexicanos es porque los conozco mejor, los he leído más y ¡qué chingados!, como México no hay dos.
Medio siglo de dos clásicos
Este 2012, Carlos Fuentes y sus lectores celebran los 50 años de dos novelas ya clásicas del autor: Aura y La muerte de Artemio Cruz.
–¿Habrá algún festejo especial?
–No, esos libros existen por sí mismos, no les puedo pedir nada, no los toco. Me importan los libros que estoy escribiendo y, claro, recordar esos dos libros que para mí son muy importantes y que tienen muchos lectores. En una reciente firma de libros, los lectores que llegaban tenían, en su mayoría, entre 16 y 30 años, y los libros que firmé más eran esos dos, precisamente. ¡Me da mucho gusto!, quiere decir que Aura y La muerte de Artemio Cruz tienen una actualidad ajena a mí, ya les pertenecen a los lectores.
“Con La muerte de Artemio Cruz tenía una idea clara de recuperar el pasado inmediato de México. Si La región más transparente quería ser la novela de una ciudad, La muerte... quería ser la novela de una época, de una historia, de un país que era representado en su agonía por Artemio Cruz. La novedad técnica fue que introduje tres personas y tres tiempos diferentes para dar la complejidad de la vida y muerte de Artemio Cruz; ése era el propósito.
“En cambio Aura me vino a la cabeza estando con una muchacha en París. Salió, regresó y en ese momento pasó bajo una luz que la transformó en una anciana. Luego entró y volvió a ser la de 19 años, y dije, ‘¡ay!, que pasaría si uno tuviera el poder, siendo anciano, de volverse joven, ¡ahí está la novela!’ Me senté a escribirla en un café. La escribí en cinco días, me salió muy rápido.”
El manuscrito de Aura, al igual que la mayoría de los originales de sus novelas, novelas breves, cuentos cortos, obras teatrales, guiones cinematográficos, escritos, discursos, entrevistas, traducciones, correspondencia, dibujos, documentos, fotografías, casetes de audio, video y cuadernos, se encuentran desde 1995 en la biblioteca de la Universidad de Princeton.
Todo el material puede ser consultado por investigadores acreditados, con excepción de la correspondencia entre Carlos Fuentes y Guillermo Cabrera Infante, Hélène Cixous, Julio Cortázar, José Donoso, Roberto Fernández Retamar, Gabriel García Márquez, Norman Mailer, Octavio Paz, María Ramírez, Philip Roth y Jean Seberg, la cual podrá abrirse al público a partir del 1º de enero de 2021, o dos años después de la muerte del autor, lo que ocurra primero, por instrucciones de él mismo.
Fuente: La jornada
Difusión AMLOTV
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