Publicado por Pablo Guinsberg en junio 28, 2013 en Medieros
No es necesario aparecer en las grandes tapas de los principales diarios del mundo para ser noticia. No es imprescindible tener un nombre o puesto el cual resuene y resuene en las mentes de todo un colectivo para ser parte de la historia y sentir de miles de personas. No es necesario tener 30 mil hijos para convertirse en madre de todos, y no es necesario que sea 10 de mayo para que en este texto se recuerde a las madres.
Este domingo murió Laura Bonaparte, destacada psicoanalista, gran mujer, excelente ser humano, defensora de los derechos humanos y una de las más destacadas Madres de Plaza de Mayo (asociación que integró luego de sufrir el secuestro de sus tres hijos, su ex marido y sus dos yernos durante la dictadura militar de los años 70 en Argentina).
Hablar sobre ella no solamente es hablar sobre una de las principales precursoras de la campaña internacional que logró que se declarara a la desaparición forzada de personas como delito de lesa humanidad, sino que es hablar de lo que debería ser un ejemplo de lucha, entrega y sobre todo de sensibilidad, amor, ternura, misericordia y solidaridad.
La última vez que me encontré con Laura Bonaparte fue hace cerca de 11 años en un gran foro sobre derechos humanos organizado por la Universidad Iberoamericana Puebla, en donde en parte fui su acompañante. Aún queda el recuerdo de la imagen de una mujer enorme y majestuosa dentro de un cuerpo chiquitito. Semblante entero, palabra firme, mirada con ese brillo que sólo puede existir en alguien lleno de sentimiento. Sin lugar a dudas dio un discurso que fue impactante para todos… un discurso que a pesar de lo trágico de su contenido, de la rabia y el espíritu de lucha, jamás perdió el toque femenino, lo poético y la ternura que tanto la distinguía y la cual le otorgaba mayor fortaleza.
Indudablemente, a pesar de las grandes personalidades que en dicho foro se concentraban, fue quien más destacaba y sensibilizaba. Todo el mundo se le acercaba y buscaba su saludo, su abrazo, su palabra. Más de uno, entre lágrimas, simplemente le expresaba un “¡Gracias por existir!”
Anécdotas de Laura seguramente habrá miles. Hay quien cuenta que junto a Clarita Gertel (otra Madre de Plaza de Mayo) se encadenaron en una columna de la embajada argentina en México y se pusieron candados en protesta por la guerra de las Malvinas y por la muerte de tantos adolescentes. Los relatos narran, no sólo el hecho, sino también el rostro pícaro de ambas al lograr su objetivo y como frente a toda la prensa ellas se mostraban como niñas gozando de su travesura… una travesura sin descanso, llena de ideales, llena de lucha y, a pesar de las circunstancias, llena de alegría.
Una mujer siempre cálida y amorosa nos ha dejado terrenalmente, y sin embargo nos ha dejado un gran legado, una enseñanza invaluable, un ímpetu de lucha ante la injusticia, por la memoria, por el ¡nunca más!, por los suyos, por los nuestros, por los de todos. Una mujer que inspiró a tantos (entre ellos a Julio Cortázar que escribió “Recortes de Prensa” en el libro Queremos tanto a Glenda) y queda en la mente y corazones de tantos que nunca la podremos olvidar.
Laura querida… ¡Descansa en Paz, Mamá!
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