Jueves, 25 de Noviembre de 2010 00:00
Escrito por Gerardo Fernández Casanova
“Que el fraude electoral jamás se olvide”
Aunque el título del artículo me delata, pretendo hacer una abstracción teórica para analizar y evaluar los cuatro años del actual gobierno. Para el ejercicio me propongo suponer que el fraude electoral no existió, que Felipe Calderón es un mexicano patriota y de buena fe, honesto y comprometido con el bienestar, la justicia y el progreso del país. El ejercicio es importante para que no se mezclen y confundan los niveles del análisis y no se arrastren prejuicios que distorsionen el criterio.
Comienzo por el tema que ha sido catalogado como la primera prioridad del régimen: la seguridad. Es cierto que en diciembre de 2006 el crimen organizado y en especial su versión narcotraficante, representaba una grave amenaza para el bienestar de los mexicanos, por lo que mereció una atención prioritaria. Felipe Calderón decidió afrontarlo sin titubeos ni componendas. Primero habrá que reconocer la valentía de la decisión al declararle la guerra al crimen y, a sabiendas de lo poco confiable de las policías, poner en manos del ejército y de la armada la responsabilidad del combate. Al anunciarlo advirtió que sería una larga lucha y que significaría un alto costo en vidas y recursos, pero que la paz y la seguridad serían alcanzadas exitosamente. A cuatro años de distancia es posible confirmar el cumplimiento parcial de sus previsiones: el costo en vidas alcanza la cifra de 30 mil muertos, en tanto que el de los recursos monta casi medio billón de pesos; por lo que se refiere a la paz y la seguridad, habrá que aceptar que se han deteriorado brutalmente y que no se alcanza a vislumbrar la salida exitosa.
Continúo con el que fue postulado prioritario de campaña: el empleo. También es cierto que en diciembre de 2006 la carencia de oportunidades de trabajo significó la mayor preocupación de la sociedad. Calderón se avocó con esmero designando a un secretario proactivo de probada capacidad para atender tal prioridad. Con un enorme sacrificio para las finanzas públicas dispuso incentivos fiscales a los empleadores, creando lo que se llamó el estímulo al primer empleo, destinado a incorporar a los jóvenes a la actividad productiva. Con especial denuedo se lanzó al mundo para convencer a los grandes capitalistas para invertir en México y generar empleos; no pasa una semana en que no inaugure una nueva instalación fabril o una ampliación y publicitarlo ampliamente para convencer a los pusilánimes. Lamentablemente se le atravesaron condiciones adversas provocadas por factores fuera de control, como es la crisis de la economía mundial, la epidemia de influenza y la maldita inseguridad. Si no fuera por esas adversidades, por la incomprensión a sus esfuerzos y por la mala suerte, México sería hoy campeón mundial en materia de empleo.
El combate a la pobreza, también incluida en el cuadro de las prioridades, se ha mantenido contra viento y marea e incrementado los programas para atenderla. Es tan exitosa que sus beneficiarios se niegan a prescindir de los apoyos una vez que han dejado de ser pobres y presionan para su continuación. Es cierto que el número de pobres se incrementó en más de cinco millones de almas, pero ello fue el resultante de la maldita crisis que nos vino de fuera. Es falso que los programas asistenciales se apliquen con fines electorales: no es culpa del gobierno que los beneficiarios satisfechos decidan votar por el partido que lo propició.
No obstante la gravedad de la crisis internacional y sus perniciosos efectos sobre la nacional, la fortaleza del timón ha permitido mantener el rumbo y la disciplina de las finanzas públicas, sin que los boquetes provocados ni el decrecimiento del producto interno bruto le hayan forzado a corregir el rumbo. No se cayó en la tentación de las medidas populistas y de protección contra la competencia exterior, tan aplicadas en otros países para afrontar la crisis. México se mantiene incólume como un atento y responsable aplicador de las recomendaciones de los organismos financieros internacionales. Se dedica el mayor esfuerzo para lograr una mayor competitividad: se limitan los exagerados salarios de los trabajadores y sus onerosas prestaciones, en aras de que vengan más inversiones salvadoras. Así mismo, se descuentan los impuestos a los grandes consorcios para que sigan operando en México que, de otra manera, ya se hubieran radicado en China o en Centroamérica. Es una verdadera lástima que no se aprecie a cabalidad el esfuerzo y el tino del gobierno para conducir la economía.
El espacio no me permite ampliar la evaluación. Manteniéndome en la premisa de suponer honestidad y patriotismo en Calderón, tendría que concluir que sus buenas intenciones se han visto frustradas por la ineptitud; ninguna de las metas anunciadas ha logrado algún efecto positivo. Para combatir la inseguridad no se necesita un presidente valiente sino un presidente inteligente. Para combatir el desempleo no se necesita un presidente consentidor de los caprichos patronales, sino uno que restablezca el sano equilibrio entre las fuerzas productivas, con protección tutelar al eslabón más débil; desde luego se necesita uno que no destruya las fuentes de trabajo ni persiga a los sindicatos independientes. Para combatir la pobreza no se requiere de un presidente que practica la filantropía de la caridad cristiana, sino uno que garantice el crecimiento de la economía y la correcta distribución de la riqueza. Para tal crecimiento de la economía no hace falta un alumno distinguido del Fondo Monetario Internacional, sino uno capaz de diseñar y aplicar un modelo que responda a la realidad nacional y a los intereses de los mexicanos.
Para terminar y retomando la realidad de que estamos ante un gobierno espurio nacido del fraude, entrampado en la más profunda corrupción y entregado a los intereses del exterior, no queda más que clamar por la renuncia del que se dice presidente de México.
Fuente: La Jornada de Morelos
Difusión: Soberanía Popular
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