LEIB CILIGA - MIÉRCOLES, OCTUBRE 12, 2011
Las movilizaciones sociales auténticas conjugan la expresión de una ruptura y una nueva cohesión. Sus causas alimentan las expresiones de rechazo a una situación considerada injusta, insoportable. Quienes protestan encuentran nuevas confraternidades que les otorgan nueva identidad, así sea efímera, con la cual su vida encuentra motivaciones de lucha, de cambio. Parece que todo movimiento se desdobla en seguir “la causa” y en convivir un nuevo “nosotros”, que también se expresa con un nuevo “yo”. Individual y colectivo, el egocentrismo anida en movimientos sociales que pretenden cambiar algo para el interés colectivo.
Los movimientos sociales aparecen como resultado de un problema y la demanda de solución. Sólo más tarde los propios movimientos llegan a constituir un problema para el statu quo. No siempre es posible presenciar el nacimiento de los movimientos y detectar de inmediato sus causas más profundas, que no siempre logran coincidir con sus demandas iniciales. El detonador de una protesta puede quedar en el olvido a partir de que el movimiento adquiere conciencia de lo que realmente está en juego, desde el inicio, o lo que posteriormente surge para otorgar sentido a nuevas demandas.
El mundo de nuestros días parece transformarse en un gran laboratorio social. En los países del norte de África la primavera llenó con sus flores los campos y los ciudadanos llenaron plazas y calles con sus manifestaciones a partir de incidentes cotidianos en esas sociedades, como la represión de un desconocido vendedor. Las clases medias, configuradas con jóvenes intercomunicados por las nuevas tecnologías, se hicieron del espacio público para expresar la inviabilidad de sus regímenes políticos con el nuevo tipo de sociedad que han estructurado la ciencia y la tecnología, la economía y el esparcimiento.
Las sociedades ricas de Europa viven también la efervescencia de las manifestaciones, inicialmente juveniles, desbordadas por la inclusión de grupos diversos, inconformes con la situación actual. Una diferencia con las protestas en los países árabes es el marco institucional en el cual se desenvuelven. En aquellos países, las luchas representan un desafío a la permanencia de dictadores con largos periodos en el poder. En Europa las manifestaciones concuerdan con un estilo de vida democrático, si bien este marco de libertades no evita el enfrentamiento entre policías y manifestantes. Lo mismo puede decirse de Chile y sus clases medias movilizadas en torno a las mejoras educativas.
Recientemente los “indignados” han aparecido en Estados Unidos, la sociedad más rica del mundo. Sin negar la importancia e influencia de los movimientos de otros países, la aparición de este tipo de protestas en la sociedad imperial marca un punto de inflexión para lo que puede llegar a ser la conformación de un nuevo estilo de vida a escala planetaria. Las críticas de los estadounidenses, que pasaron rápidamente de unos cientos frente a Wall Street y se han multiplicado en varias ciudades, tienen como propósito si oposición al estilo de vida y los privilegios de sus clases empresariales, principalmente sus elites financieras: los avaros.
Cada movimiento en cada país tiene reivindicaciones particulares y cada uno de los manifestantes, los suyos. El egocentrismo es ineliminable porque es la fuente de realización colectiva e individual que singulariza un movimiento. Pero de África a Chile y de Grecia a Estados Unidos existe una constante representada por las exigencias en contra de los gobiernos y, sobre todo, en contra de los banqueros. Particularmente con los estadunidenses, las críticas se centran en el papel que los banqueros han desempeñado en la situación actual. Esto es un hecho cultural de la mayor importancia por el lugar en donde se lleva a cabo y porque hasta ahora los movimientos sociales y políticos han tenido como objeto de críticas centralmente a los gobiernos, las ideologías o los derechos humanos. Si bien es imposible hacer un corte quirúrgico entre los actores demandados por causar la situación actual, también es cierto que los “indignados norteamericanos” han contribuido a esclarecer el problema al centrar sus críticas en contra de uno de los bastiones de su cultura empresarial.
Es posible identificar algunos problemas sociales que podría ofrecer una confortable explicación a las protestas en Estados Unidos. Por ejemplo, el aumento de la pobreza, que registra el número más alto de pobres (46.2 millones) en medio siglo, con lo cual se ve afectado casi uno de cada seis individuos; el índice de pobreza para el periodo 2007-2010 creció más velozmente que en cualquier otro trimestre desde 1980. También un análisis de la deuda, el déficit fiscal, la balanza de pagos y la balanza comercial del gobierno estadounidense muestra los excesos de la administración Bush, al cual se pueden agregar los costos económicos y sociales de sus dos guerras. Sin embargo los norteamericanos protestan en contra de los avaros de Wall Street, coincidiendo con parte de las protestas en Grecia, en España, en Italia, en Islandia.
Este tipo de explicaciones olvidaría que durante la no muy lejana administración de Bill Clinton la economía estadounidense produjo el mayor nivel de riqueza en la historia del mundo y que ahora, por primera vez en decenios, el presidente Obama ha modificado las leyes para ampliar la seguridad social a los más desprotegidos. Además, esa sociedad sigue siendo la de mejor sistema educativo y la mayor productora de ciencia y tecnología y, a pesar de los malos momentos, su sociedad vive con ingresos y condiciones de vida superiores a casi todas las demás en el mundo.
El problema de fondo parece situarse en otra parte y a otra escala. Los actores centrales del capitalismo en estos movimientos sociales son nuevos. Ni obreros ni capitalistas industriales. Ni miserables contra ricos. Ni jóvenes contra viejos. No es un problema de clases sociales ni una lucha generacional. La evolución del capitalismo llegó a una fase de dominio del capital financiero sobre los capitales industrial y comercial que creó el espejismo de poder evitar las crisis recurrentes del mundo productivo, la demanda y el consumo. Los productos financieros otorgaban ganancias que las mismas empresas agrícolas, industriales, comerciales y de servicios privilegiaban sobre sus propias actividades: obtenían ganancias a pesar de no vender. Además, la evolución de la ciencia y la tecnología crearon instrumentos poderosos para producir más y a más bajo costo, como nunca antes en la historia de la humanidad. Por eso ahora, y lo demostró la era Clinton, es posible generar grandes ganancias, ser más competitivos, emplear mucho menos personal y movilizar entre países industrias enteras. El modelo de producción informacional, como lo define Manuel Castells, ha madurado y generado nuevas condiciones de vida individual y colectiva para la cual no existen instituciones y leyes que hagan compatibles el beneficio de todos con la continuidad del progreso. En suma: estamos frente a una crisis, frente a un quiebre cultural que demandará una nueva forma de pensar los problemas y soluciones. Demos seguimiento al movimiento de protesta de los estadunidenses. La batalla entre avaros e indignados en el seno de la cultura que cimienta parte de su funcionamiento en el poder de realización individual y colectivo, en el cambio permanente, la innovación continua y la solución de conflictos con estrategias que refuerzan el reformismo, proporcionará pautas colectivas para enfrentar la era del siglo XXI: vivimos conflictos sociales de nuevo tipo. Ahí podremos encontrar gérmenes de respuestas a esta que puede ser una profunda revolución cultural, descentralizada, mayormente pacífica y que en breve podríamos vivir en México.
leibciliga@gmail.com
Fuente: La Jornada de Veracruz
No hay comentarios:
Publicar un comentario