Apatzingán, Mich., 9 de febrero.
‘‘¡A las 17:40 se montan en sus caballos, señores!’’, grita el Comandante Cinco a sus huestes. Poco antes de esa hora, una larga hilera de camionetas emprende camino. Los comunitarios llevan sus armas, pero bajo los asientos.
Entran al ‘‘nido de los templarios’’ a claxonazo limpio. La mayor parte de los negocios del corazón de Tierra Caliente han bajado las cortinas, pero no se miran escenas de pánico ni aparece un sicario rezagado a echar a perder la fiesta.
El convoy, de aproximadamente 150 vehículos, pasa dos veces por la plaza principal, la misma donde el 26 de octubre pasado ‘‘fuimos rafagueados desde el templo, la presidencia municipal y un hotel’’ (también les lanzaron al menos una granada).
Muchas personas que miran pasar la caravana se quedan quietas. Sus rostros revelan cierto temor. ¿A un enfrentamiento de templarios contra comunitarios? ¿A una venganza de los primeros? ¿A las autodefensas mismas? Difícil enhebrar la respuesta en una ciudad donde, según Estanislao Beltrán, ingeniero agrónomo y limonero, además de vocero oficial de las autodefensas, ‘‘entre 20 y 30 por ciento de la población estaba coludida con el crimen organizado’’.
Los choferes cumplen la orden escrupulosamente. Después de un par de vueltas por las principales calles retornan al punto de salida, el tianguis limonero donde la mañana de este lunes las autodefensas celebrarán una reunión con los productores del cítrico. Todo el recorrido dura menos de una hora.
‘‘¡Ajúa! ¿No que no se podía?’’, grita un muchacho trepado en la góndola de una pickup. Los comunitarios regresan felices con los aplausos y vivas que consiguieron, digamos, de 20 o 30 por ciento de los apatzinguenses que los vieron pasar.
‘‘Es la primera presencia, sólo para dar confianza al pueblo’’, justifica el Comandante Cinco. ‘‘Lo importante es que los animales decían que nunca íbamos a entrar, y entramos’’.
El Abuelo no tiene mala reputación
Poco después del mediodía, un Estanislao Beltrán –él mismo se presenta como Papá Pitufo– que parece en campaña electoral se pasea en una plaza que no visitaba desde 10 meses atrás. Busca saludar especialmente a las señoras y a los niños. Acude a la catedral, pero antes de ingresar se entera de que los personajes que esperaba que salieran a recibirlo –Hipólito Mora y el padre Goyo– no están en el lugar.
Antes, en charla con reporteros, Beltrán asegura que Mora ‘‘violó el acuerdo’’ que tenían con el gobierno y entró el sábado a Apatzingán, donde incluso encabezó un breve mitin.
Beltrán da vuelta a la hoja y acepta que las autodefensas se han plegado a una estrategia que pactaron con el gobierno federal, pese a que ‘‘hay ciertas dudas de parte de nosotros’’.
En las reuniones con los funcionarios convocadas por el comisionado federal, Alfredo Castillo, según la glosa de Beltrán, el gobierno les aseguró que con su estrategia ‘‘va a haber menos gente afectada, menos muertos’’.
Es la primera vez que las autodefensas aceptan ‘‘acatar las decisiones del gobierno’’ por esa razón. Aunque insiste: ‘‘Necesitamos esperar los resultados para decir si nos sirve o no esta estrategia. Y si no sirve, la vamos a cambiar’’.
Es inevitable que en la charla con Papá Pitufo salga a relucir el nombre de Juan José Farías, El Abuelo, señalado como miembro relevante del cártel del Milenio por la Secretaría de la Defensa Nacional y ‘‘verdadero jefe’’ de las autodefensas de Tepalcatepec, según policías comunitarios.
‘‘Yo ni veo las redes sociales. Los invito a que vengan a la realidad, aquí estamos unidos. Sólo los que están adentro saben cómo se manejan las cosas.’’
–Tengo entendido que el señor Farías no sólo asistió a una reunión con el comisionado Castillo, sino que está con ustedes desde antes que las autodefensas salieran a la luz –se le hace notar a Papá Pitufo.
–Es de los iniciadores de la lucha. Ha estado al pendiente (...) y no tiene mala reputación. Es alguien que genera empleos, que tiene su ganado.
–¿Y después de Apatzingán?
–Tendremos que llegar a unos pueblos donde prácticamente toda la gente está con ellos. Me pregunto qué vamos a hacer ahí. Algunos porque los forzaban, otros por necesidad, unos más porque son familiares, pero de alguna manera están coludidos.
–¿Dónde?
–Allá para Tumbiscatío hay muchos pueblitos. Y aquí, en Apatzingán, están todos los familiares de ellos.
Mientras Beltrán habla, la ‘‘limpieza’’ de Apatzingán continúa. La noche del sábado al domingo fue de pachangas en los centros nocturnos. Los bailarines se amanecieron igual que los policías y comunitarios que realizaron cateos y detenciones en diversos puntos de la ciudad. Unos hablan de 50 y otros de 100 aprehendidos.
Papá Pitufo admite que ‘‘cojean de esa pata’’. El sábado, agrega, se negó a proporcionar a enviados de la Secretaría de Gobernación el número y los nombres de los detenidos. ‘‘No lo haremos hasta que analicemos bien si realmente estaban coludidos. Porque había unos que eran amigos o familiares, que no participaron, y también los capturaron’’.
Está el caso, por ejemplo, de una joven recién llegada de Uruapan, donde reside. De la terminal de autobuses fue directo con un conocido a quien había quedado de vender una laptop. Para su mala fortuna, a la hora que estaba a punto de cerrar el trato, la policía cayó en la casa de su conocido, a quien acusan, dice ella, de ser narcomenudista.
La joven habla afuera de las instalaciones de la delegación regional de la Procuraduría de Justicia de Michoacán donde anoche, cuenta su madre, ‘‘se oían los gritazos que daba la gente a la que estaban golpeando’’.
A la muchacha la cachetearon, le jalonearon el pelo, la llamaron ‘‘puta’’ y la tiraron en una camioneta, siempre encapuchada. Encima de los detenidos echaron unas tablas. La capturaron a las dos de la tarde y la fueron a ‘‘aventar en una colonia, ni sé por dónde’’, alrededor de medianoche.
Su delito: estar en el lugar equivocado y tener varios tatuajes: una estrellita, un pequeño corazón y una cruz que se puso en honor de Nikki, su artista favorita, pero que los policías dijeron era prueba de su militancia templaria.
La joven está ahí a instancias de su madre, mujer luchona que insiste en que la procuraduría michoacana devuelva a su hija la computadora, los celulares y el bolso que ‘‘le robó’’. Por el trato que dan incluso a los periodistas los empleados como Ramón Alamilla, no parece que vaya a tener mucha suerte.
La ‘‘limpieza’’ de Apatzingán continúa. A media tarde, una caravana de policías estatales cruza calles del centro con valiosos acompañantes: los policías comunitarios que señalan los domicilios que serán cateados. Al llegar a una esquina de la calle 5 de Febrero se detiene y de inmediato descienden cinco comunitarios y una veintena de policías. Tumban una puerta y salen con las manos vacías. La escena se ha repetido decenas de veces en estos días.
Agreden a fotógrafo de este diario
Los policías se le van encima a Víctor Camacho, fotógrafo de este diario, y le impiden hacer su trabajo. Poco después se acerca el jefe de los comunitarios y pide comprensión ‘‘porque nos pueden identificar. Ahí se los encargo’’, ordena a los policías, y señala con una mirada a los reporteros.
Una vez que el convoy parte, los vecinos dicen que nunca supieron bien a bien quién vivía ahí. ‘‘Entraban y salían muchachos y muchachas todo el tiempo’’. Un anciano dice, con miedo, que ahí vivía ‘‘alguien importante’’ pero ‘‘se salió hace rato’’. La casa, nueva, está a cuatro cuadras del palacio municipal.
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