Periodistas experimentados en crisis humanitarias por conflictos bélicos o por desastres naturales coinciden: el gobierno mexicano sobredimensionó el problema y la población estuvo por arriba de sus autoridades
En los primeros días del brote de influenza A/H1N1 en México, los trabajadores de la prensa extranjera se preguntaban: “¿Dónde está el líder?” A pesar de que hubo una estrategia de informar todos los días, la partida la ganó el jefe de gobierno del Distrito Federal, estima Marco Romero, corresponsal de la agencia informativa italiana ANSA. Observa que esos primeros días “el presidente desapareció como parte de una estrategia bien definida”, como lo hicieron notar sus colegas de Reuters y AP.
Agrega que, en política, los vacíos se llenan. Durante los primeros momentos de la epidemia se acusó a Marcelo Ebrard de protagonismo, pero –según el corresponsal– mostró liderazgo y trabajo; el gobernador del Estado de México, Enrique Peña Nieto, no mostró nada, y el secretario de Salud, pese a ser un personaje no muy carismático, incluso un político desconocido y que se “enredó” en las cifras, “sí capoteó” la emergencia.
Agrega que el presidente de la república hubiera podido “resurgir”.
Manuel Martínez Cascante, corresponsal del diario español ABC, aprecia que la sociedad mexicana “ha estado muy por encima de sus dirigentes y ha dado un ejemplo de sensatez, responsabilidad y buen juicio” frente a los mensajes contradictorios, en ocasiones, de los poderes públicos.
Respecto del tratamiento gubernamental e informativo del brote, Patricio Guy –corresponsal de Radio France Internacional– lo observa como la forma en que los países del primer mundo y la Organización Mundial de la Salud (OMS) “usaron a una ciudad de 30 millones de habitantes para ver cómo reaccionaría una población de ese tamaño”, que además tiene frontera con Estados Unidos.
En esta crisis, la sociedad reaccionó sin dramatizar frente a una epidemia que pudo ser muy grave, agrega Guy.
Para él, México fue un laboratorio.
Por su parte, la periodista estadunidense Tracy Wilkinson, corresponsal de Los Angeles Times, considera que, salvo excepciones, “las autoridades no hicieron un buen trabajo en proporcionar la información necesaria y completa”. Destaca que el gobierno mexicano ni siquiera pudo especificar de qué zonas o delegaciones provenían los fallecidos ni el origen del brote, el género, edad y perfil socioeconómico de las víctimas. “Debe haber una mejor forma de proporcionar la información, pues la gente estaba con pánico un día y al siguiente ya no sabía si creer o no lo que le decían”.
Wilkinson –quien informó la ocupación militar de Estados Unidos en Irak y Afganistán, así como los acontecimientos en Bosnia desde 1998 hasta que concluyó el conflicto– agrega que “hasta cierto punto” los diarios y las revistas mexicanas hicieron un buen trabajo. También observa que subsiste la desconfianza de la sociedad hacia las autoridades.
A su vez, Sybille Flashka, corresponsal de ARD Radio Alemana, expresa que le sorprendió el “paternalismo” en los mensajes del presidente. La periodista –quien ha reportado conflictos y desastres naturales en América Central y el Caribe– explica que la cultura política de los dirigentes del Partido Revolucionario Institucional y del Partido Acción Nacional “no es consecuente con el espíritu valiente y solidario de la población en general”.
Cifras, de la nada
Las agencias de todo el mundo pedían a sus corresponsales en México datos, números, precisar quiénes morían y en qué sitios había surgido el brote. Los periodistas enfrentaron el mismo problema: las cifras no coincidían, no reflejaban la realidad. Para Manuel M.
Cascante, el “momento más chocante” fue cuando el secretario de Salud, José Ángel Córdova, anunció que los muertos eran casi 200, y eso dio la impresión de que era un problema muy serio, pero al día siguiente bajó la cifra.
Sybille Flashka recibió instrucciones parecidas: informar cuántos afectados y muertos había en México por la influenza humana. Tuvo que insistir en que la cifra de 159 muertos por el virus que se anunció en un primer momento no era comprobada, sino que debía ser verificada por la autoridad.
Observó cómo algunos colegas hacían una cobertura “amarillista” de la emergencia al afirmar que en México morían miles por el virus, luego de que se manejó que eran 159 las víctimas mortales. Como testigo de las víctimas que dejaron en Centroamérica los huracanes Stan y Wilma, la corresponsal asegura que en sus programas de radio buscó ofrecer datos comparativos que contrastaban las cifras de otros países cuando suceden emergencias parecidas en las que hubo fallecimientos por enfermedades respiratorias.
Sybille considera que las medidas del gobierno mexicano para contener la epidemia fueron correctas, “aunque en algunos casos fueron exageradas; eso fue contradictorio para algunos”. El manejo de esta emergencia hizo pensar a muchos que se trataba de un virus mortal y sentían que debían cubrirse con la mascarilla todo el tiempo, “y en realidad no sirvió para nada”, concluye.
Una experiencia similar tuvo Eva, corresponsal de una agencia informativa británica quien pide omitir su nombre: las cifras que proporcionó el gobierno federal no fueron claras. Explica que en aras de la precisión necesaria para hacer una cobertura informativa veraz, en medio de la urgencia de su empresa –que surte de información a Europa occidental–, ocupó todo un día para confirmar los datos que aportó el secretario de Salud en una de sus conferencias.
“Creo que, para todos nosotros, las cifras fueron las problemáticas. Estaban confundidos, no se sabía cómo los funcionarios calculaban los números que daban y eso hizo mucho daño”. Añade que probablemente ellos utilizaron cifras demasiado altas antes de saber qué pasaba.
A Patricio Guy, de Radio France Internacional, le impresionó la dramatización que se hizo en Europa y Canadá de la emergencia. Su agencia le pedía que le reportara diariamente el nivel de pánico que existía entre los mexicanos; enfatizó en sus envíos que tal sensación no existía, sino un gran respeto a las medidas de seguridad. Explica que, “en comparación con los 6 mil muertos del narcotráfico el año pasado, esta epidemia se veía con gran seriedad por parte de los mexicanos; pero traté de demostrar que no había ese pánico que hablaban los medios europeos y canadienses, principalmente”.
Sin descanso
Originaria de Atlanta, Tracy Wilkinson vive hace 17 años fuera de su país y llegó hace nueve meses a México. Asegura que para Los Angeles Times éste es un país muy importante porque siempre tiene “historias” dignas de ser informadas. Luego de cubrir día tras día el desarrollo del brote de influenza en México, su búsqueda de información sobre los muertos por ese virus “era para darles una cara, para sacar sus historias, saber quiénes y por qué estaban muriendo”; no se trató de un asunto mórbido. Sin embargo, reitera que, aunque les pedían la cifra de esas víctimas, “aquí la percepción era que no se hablaba tampoco de los vivos”.
Aunque Marco Romero ha trabajado en América Central en donde ha sido testigo de los desastres naturales, el brote de la influenza humana en México le parece una experiencia importante y un caso inédito sólo comparable con la cobertura de un hecho repentino y catastrófico como la epidemia del Síndrome Respiratorio Agudo Severo en China, en 2003.
Esto sucede, apunta el redactor en jefe de ANSA, como en las guerras, donde gran parte del tiempo estás cerca del frente de batalla y al mismo tiempo, “aunque estás nervioso y tenso o en la zozobra, debes tener la serenidad y frialdad para abordar el tema de la manera más racional posible”.
Eva afirma que no tuvo tiempo de sentir miedo; “trabajábamos de manera tan brutalmente rápida” que no hubo ocasión para ello. Explica que las reglas de seguridad impuestas por su agencia no le permitieron asistir a los hospitales para entrevistar a enfermos o visitar los sitios del probable origen del virus. Sin embargo, sus reporteros son especializados en estas emergencias y pudieron elaborar los análisis que requería, con lo que se logró hacer una cobertura internacional de esta historia Para Guy, fue sorprendente la forma en que la sociedad mexicana reaccionó. Le pareció que hubo “un reacomodo del tejido social”, que se tradujo en una mayor interrelación de las personas en los barrios, de preguntar al farmacéutico, de cómo el vendedor de carne de cerdo en el mercado explicaba a su clientela que ese producto no transmitía la enfermedad. “Eso quiere decir que los mexicanos no cuentan con las autoridades. Tuve la impresión de que ellos seguían más las instrucciones de la OMS que de sus autoridades”, señala.
Aunque siente que no hubo “ocultamiento” de información por las autoridades, Sybille Flashka se sintió contrariada porque no hubo oportunidad para entrevistar directamente a especialistas: la Secretaría de Salud concentró los testimonios.
Manuel Martínez Cascante trabaja en México desde 2002. Cubrió antes los conflictos bélicos en Irak, Afganistán, Haití, Palestina y otros sitios con problemas cuya gravedad ocupó los titulares de la prensa en todo el mundo. A mediados de abril, tras conocer la amenaza por influenza y avisar a su sede en Madrid que había una historia importante en México, se preparó para observar la mañana siguiente cómo despertaba la capital. Su sorpresa fue ver la transformación del paisaje urbano y humano con la mayoría de citadinos portando mascarillas.
Asegura que no tuvo miedo. “Los periodistas, y más los que tenemos la mala costumbre de frecuentar conflictos y lugares teóricamente peligrosos, por autoprotección sicológica y una manera de convencernos, decimos que esos problemas no van con nosotros; solemos mirarlos como un espectador de una película”.
Desde su perspectiva, México ha perdido mucho, sobre todo su imagen en el exterior. Aun así, considera que luego de un hecho trágico las personas tienden a olvidar, aún más lo negativo.
Insiste que en esta crisis “la sociedad superó a las autoridades”.
Los muertos: por deficiente servicio de salud
Patricio Guy estima que luego de conocer que existía la posibilidad de una epidemia por influenza, los mexicanos se percataron de que tenían un servicio médico deficiente.A este hecho se sumó lo que llama la “guerra de las cifras entre la OMS y el secretario de Salud”, que demostró que la población en este país no tenía los servicios de médicos que merecen. Por otra parte, se observó que si había muertos en el país es porque se carece de esos servicios o porque éstos no funcionan bien.
Cuando Tracy Wilkinson confirmó que la información en la capital del país no fluía lo suficiente, decidió viajar a Oaxaca para conocer de primera mano quiénes eran las víctimas de la influenza. “Quizás por ser un lugar más pequeño era más fácil conseguir la información y hablar con las personas”, y así ocurrió, por lo que esta periodista cree que fue mejor estar lejos del Distrito Federal.
Su colega español Manuel Martínez abunda en que las autoridades evitaron mostrar el perfil de los fallecidos; la impresión generalizada es que se trata de gente que no tiene acceso a un hospital y tampoco tiene mayores medios, y no acude al médico salvo cuando ya no le queda más remedio, además se automedica.
“Probablemente ésa es la razón por la que ha habido muertos en México y no los ha habido en otros países”.
Sybille Flashka también se refiere a la pobreza en esta situación sanitaria. Observa que gran parte de los mexicanos no acude al médico porque les cobran mucho por una consulta o porque viven alejados de un centro médico.
Flashka se pregunta cómo la población de pocos recursos puede acatar las disposiciones de lavarse constantemente las manos para prevenir la epidemia, “si no tiene agua o la paga carísima cuando le llega en pipas”. De esta crisis falta saber “dónde murió más gente y en qué zonas se infectaron más: Iztapalapa, Chalco o el Bordo de Xochiaca”. (NE)
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