Pulso crítico
J. Enrique Olivera Arce
La credibilidad en el discurso es sin duda sustento del capital político que se incrementa o se pierde a lo largo de los procesos políticos. Esta a su vez retroalimenta percepciones, construye imaginarios y conforma escenarios que dan contexto a la correlación dada en un momento determinado, de las diversas fuerzas políticas que participan en el proceso. Así, la fortaleza del discurso se sostiene en base a la congruencia entre el decir y el actuar y su correspondencia con la realidad que la sociedad percibe.
De ahí la importancia de credibilidad y congruencia y su estrecha relación con la percepción social de la realidad. Lo que en los últimos tres años se viene observando, tanto a nivel nacional como en nuestra ínsula veracruzana, es el cada vez mayor distanciamiento entre lo que la sociedad percibe en la cotidianeidad de su realidad, y el patético contenido de un discurso político carente de congruencia y, por tanto, de credibilidad. La consecuencia está a la vista y los diversos partidos políticos pagan el costo por ello.
La expresión más palpable de lo anterior es el deterioro del partido que gobierna a Veracruz, sin que por ello se pueda afirmar que la oposición política se salva de manera alguna. Tal es la simbiosis ideológica y programática tanto del discurso y lo que en los hechos se observa del PRI y el PAN, que la ciudadanía no observa diferencia alguna entre ambos institutos políticos; percepción ciudadana que se refleja al interior del partido gobernante, tanto que su propia militancia tiende a perder la brújula en un proceso cada vez más notorio y peligroso de fractura. La corriente de la fidelidad, hasta hace pocos meses factor de unidad y fortaleza del PRI en la entidad, conforme se acerca el final del sexenio de Fidel Herrera Beltrán, se desdibuja y pierde terreno en un clima de falta de credibilidad y de congruencia.
El discurso triunfalista ya no impacta en la sociedad; no porque se desconozcan los logros de la actual administración pública veracruzana, antes al contrario, se ponderan y aplauden, pero carecen de suficiente sustento como para contrarrestar los efectos negativos lo mismo de la percepción subjetiva, que de lo que objetivamente se vive en la cotidianeidad de una economía recesiva que acusa retrocesos palpables en la capacidad real de compra de las mayorías, fortaleza del mercado interno y disminución de la rentabilidad del capital. Realidad esta última que no se ve reflejada en el decir y actuar del partido gobernante, antes al contrario, con medias verdades y medias mentiras pretende ocultarla a la vista de todos, vendiendo una imagen mediática en la que se nos dice hasta el cansancio que “vamos bien”, que “el esfuerzo continúa” y que “viene lo mejor”.
Todo pintado de un rojo granate que se deslava a lo largo y ancho de Veracruz. La fidelidad imponente de ayer adquirió una tonalidad tornasol que hoy tiende a claro oscuros confusa y contradictoria en los que la incredulidad de la sociedad en su discurso tiende a ser la constante.
La corriente de la fidelidad perdió rumbo y perdió el piso en su afán de trascender. La guerra implacable contra todo lo que se apartara del pensamiento único, se le revierte al interior de sus propias filas, traslapándose paradójicamente el combate al adversario panista con el canibalismo en lo interno. El proceso anticipado de imposición de candidato a la gubernatura estatal y el flujo de recursos públicos que se le adjudica, expresa fehacientemente tal contradicción en el PRI estatal. La diferencia entre adversario y enemigo político se perdió y, con ello, congruencia y credibilidad en un hueco discurso sin sustento convocando a la unidad. Llamado que a su vez se da dentro de otra paradoja: el priísmo estatal, o más bien la corriente de la fidelidad para ser precisos, se combate a sí misma combatiendo a un panismo que, en el ámbito nacional, en objetivos de mediano y largo plazo es su aliado natural tanto en la búsqueda de un antidemocrático bipartidismo a modo como en la defensa de los intereses del poder fáctico que mal conduce los destinos de la Nación.
De ahí que la campaña “Afielate” con vías al fortalecimiento de la corriente de la fidelidad para la elección en puerta, no sólo se contemple por la ciudadanía como cursi y anacrónica, también se considera al interior de las filas del priísmo como ajena a su propia circunstancia.
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