La conmemoración, el 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer es una conquista de las mujeres que, hace muchos o pocos años, tomamos conciencia de la necesidad de oponer resistencia, organizarnos y rebelarnos ante la milenaria discriminación, el sometimiento o subordinación y la negación de nuestros derechos humanos, civiles, laborales, políticos, sexuales y reproductivos. Esto es preciso que no se olvide y que las flamantes funcionarias públicas que no lo conozcan lo sepan.
No podemos permitir que el carácter reivindicativo y emancipador de esta fecha se pierda de vista, porque en el hecho mismo de que hayamos logrado –a lo largo de las últimas tres décadas– el reconocimiento formal y oficial de ésta fecha por parte de los órganos de gobierno, se contiene el riesgo de que el Día Internacional de la Mujer se institucionalice y se vuelva celebración oficial, rígida y engañosa. Si esto llegara a ocurrir, sería despojado de su esencia y valor originales como fecha reivindicativa de los derechos de las mujeres que somos más que la mitad del mundo. En Veracruz 52 por ciento de la población.
Aunque parezca innecesario y reiterativo debemos insistir en divulgar que el 8 de marzo se conmemora el Día Internacional de la Mujer y que éste día se celebró originalmente como el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Es cierto que el registro histórico a propósito de la génesis del Día Internacional de la Mujer es un tanto impreciso, hay quienes aseguran que, hasta en esto, hubo la intención –oficial, por supuesto, y de los poderosos hombres poseedores entonces del poder económico y político– de desinformar, borrar la historia y restar fuerza e importancia a la naturaleza profundamente emancipadora de la conmemoración, que además nació vinculada a la acción de mujeres abiertamente declaradas como comunistas.
Lo que sabemos a propósito de la conmemoración del 8 de marzo, no obstante que ésta se sitúe en uno u otro año, es suficiente para conocer y reconocer en esta fecha, un referente emblemático de las más nobles causas asociadas al pensamiento humanista que proclama la libertad, la igualdad y el derecho de las mujeres para acceder al ejercicio sin restricción de todos los derechos sean éstos de naturaleza económica, civil o política.
En la conmemoración del Día Internacional de la Mujer el 8 de marzo de cada año, hay quienes reconocen como antecedente el 8 de marzo de 1908, fecha en que murieron calcinadas 146 trabajadoras de la fábrica textil Cotton de Nueva York en un incendio provocado, por sus empleadores, para obligarlas a abandonar su protesta en demanda de mejores salarios y por el mejoramiento de las infames condiciones de trabajo que padecían. Cualquier similitud con las empleadas de la empresa Coppel1 ocurrida en nuestro país en pleno siglo XXI no es mera coincidencia. Es explotación infame de la fuerza de trabajo, es voracidad criminal en la acumulación del capital.
Isabel Álvarez González en Los orígenes y la celebración del Día Internacional de la Mujer, 1910-1945 (KRK-Ediciones, Oviedo, 1999), asegura que el incendio que se vincula con la celebración de esta fecha no fue el 8 de marzo sino el 25 de marzo de 1911, en la empresa Triangle Shirtwaist. Otros estudios aseguran que este hecho no ocurrió el 8 de marzo de 1908 ni en 1857, como muchas fuentes señalan, sino el 27 de septiembre de 1909. Así están las cosas pero el hecho es que el 8 de marzo ya trascendió e hizo historia y que esta historia no ha terminado de escribirse porque tienen plena vigencia y más aún, tienen urgencia las demandas originarias de la conmemoración misma.
Este 8 de marzo es ocasión propicia para exigir que cese la violencia, discriminación y desprecio hacia la vida y la dignidad de las mujeres, es ocasión también para exigir a los gobiernos de todos los niveles que hagan bien su trabajo y eviten la ocurrencia de más feminicidios en nuestro país, con acciones efectivas de prevención, vigilancia y educación por una cultura de respeto a los derechos y la dignidad de las mujeres.
El 8 de marzo es nuestra fecha, la de las mujeres y más mujeres que día tras día y desde una u otra trinchera participan, conocen y se reconocen, se organizan y exigen una vida digna, una vida justa, una vida sin violencia y sin miedo. Y en todo ello es mucho, mucho lo que falta por hacer y es muy grande e ineludible la responsabilidad de los que gobiernan.
Ni una muerta más. No más mujeres víctimas de la violencia institucional y estructural que las condena a vivir en condiciones de pobreza y a expensas de las políticas clientelares que cancelan sus libertades políticas y el ejercicio de sus derechos ciudadanos. No más mujeres despojadas del derecho a decidir sobre su propio cuerpo y salud reproductiva. No más niñas o niños expuestos a la explotación laboral, a la vida en situación de calle, a las drogas, la pornografía o la prostitución. Eso es lo menos a lo que aspiramos y por eso este y cada 8 de marzo estaremos –mientras haya vida– dispuestas a levantar nuestras banderas, dispuestas a hacer oír nuestras voces en todos los foros y en todas las plazas. Hasta que la vida sin violencia, en igualdad, en armonía y digna para todas sea una realidad inocultable y plena.
Fuente: La Jornada de Veracruz
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