Coral Avila Casco
El miércoles pasado nos reunimos varias voces, quienes de manera solidaria y por convicción dijimos frente a Palacio de Gobierno: “estamos hasta la madre”, retomando las categóricas palabras del maestro Sicilia. Algunos lamentaron que no hubieran sido más los presentes, otros calificaron de escasa la participación, pero a ellos bien valdría detenerse y mirar que no es cuestión de números ni de llenar espacios. Ya quisieran los políticos que en sus actos se encontrara tal número de asistentes por convicción y no por acarreo.
Pocos o muchos, qué importa. Así fuera la voz de un ciudadano exigiendo, solicitando, denunciando o reclamando, el Estado todo debería darle una respuesta. O acaso su razón de ser no es el de proteger nuestra vida y garantizar la seguridad de los ciudadanos, y crear un pleno desarrollo humano.
En algún momento, en medio de ese afán de hacernos invisibles, empezaron a contabilizarnos y a esconder en números las tragedias del hambre, la marginación, la ignorancia, la injusticia; resultado de la torpeza gubernamental y la escalada brutal de la impunidad y la corrupción de las instituciones públicas.
La violencia desatada en el país, y que en Tlaxcala sí está presente, esa que no distingue ni edades ni condiciones ni orígenes, no es más que el resultado de esa conjunción infame entre la indiferencia ciudadana y la ambición desmedida de poder, que atropella sin ton ni son leyes y ética, esa ambición sujeta al mejor postor, esa que ha dejado sin castigo a criminales y sentenciado a la peor condena a las víctimas: a la no justicia.
Esa no justicia, ese no castigo al crimen hoy tiene a más de 44 mil familias, si es que se puede confiar en el dato oficial de los muertos por la guerra contra el narcotráfico, llorando y desgarrándose por esas vidas perdidas. Pero también están esos fríos números que contabilizan los feminicidios, a las desaparecidas, a las víctimas de trata.
Esa absurda estadística en Tlaxcala va en aumento. Si realmente estamos hasta la madre, no seamos partícipes del silencio y la indiferencia.
Fuente: La Jornada de Oriente
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