Desde 1864 existen los protocolos humanitarios para acotar los efectos de la guerra para soldados y población civil. Han evolucionado hasta llegar a la convención de Ginebra de 1949. El apego a esos protocolos ha permitido cierta contención a la barbarie que las guerras suelen exacerbar. Nada de esas consideraciones pasa por las mentes gubernamentales panistas cuando aparecen los resultados de esta guerra personal y unilateral que traumatiza al país con sus estupideces y cantidad de víctimas aleatorias de todo tipo. Cuatro años con cuatro meses en que la población completa del país vive la aleatoriedad de quedar cualquier día en medio de cualquier tiroteo.
Ni los patrocinadores del esquema legal represivo estadunidense vigente desde los años 70 impuesto por Richard Nixon tienen claro qué hacer dada esta evolución de acontecimientos. El referente más cercano es la experiencia colombiana de los años 80 y sirve de poco.
A mediados de la semana pasada el almirante James Winnefeld, jefe del Comando Norte de Estados Unidos, en audiencia con el comité de Servicios Armados del Senado, no sólo elogió la cooperación militar con México en la lucha antinarcóticos sino que México en algún momento tendría que abrir nuevo frente antinarco en el sur. Se dice fácil. La violencia que ha desolado la frontera norte durante seis años, extender las operaciones al sur con el mismo enfoque militarista que tanto elogia la cooperación México norteamericana.
Dos días después de que los jefes del Comando Norte del ejército estadunidense sugirieran la ampliación de las operaciones militares también a la frontera sur del país basados exclusivamente en una lógica militar, y al día siguiente de que en distintas ciudades del país, miles de personas marcharan por la paz, en respuesta a la convocatoria de Javier Sicilia, el subsecretario antinarcóticos de Estados Unidos, William R. Brownfield, dijo que Estados Unidos se había equivocado cuando consideró que el problema del narcotráfico era un mero asunto de hacer cumplir la ley que no requería de un enfoque gubernamental amplio, que se equivocaron cuando pensaron que podía resolverse con una campaña agresiva de disuasión y que se equivocaron cuando pensaron que podía combatirse país por país. En otras palabras, el subsecretario antinarcóticos dice que el enfoque actual de su país es incorrecto y, por extensión, que la política escogida por Felipe Calderón y sus allegados es equivocada.
De 1979 a la fecha han pasado 32 años, se han gastado miles de millones de dólares y se han experimentado cantidad de estrategias basadas en una concepción meramente represiva. Con muchísima cachaza el funcionario norteamericano dice que después de todo ello podría afirmar que “no tuvimos razón, no le atinamos”. Todos los años 80, toda la década de los 90 y los primeros del siglo XXI y el mundo hoy aún enfrenta a poderes que en buena medida rebasan el poder de las potencias mundiales.
Con tan alentadoras noticias, ese mismo día el aún embajador Carlos Pascual le dijo a empresarios estadunidenses que México es seguro para la inversión y que el clima de violencia está focalizado en algunas zonas del territorio nacional. Se basaría en un manejo calderonista de las estadísticas para sostener que hay ciudades y países más violentos que México. Un asunto de percepciones que igual podría limar la animadversión del presidente mexicano para con su persona, pero que para efectos prácticos revela que en eso de los matices y formas de entender el asunto ni los norteamericanos mismos se ponen de acuerdo en el camino a seguir. A falta de ello, inventan “monitoreos” de armas contrabandeadas con permiso oficial que se revuelven mediáticos en su contra pero que hasta el momento parecen no haber traído mayores consecuencias. Aunque en la bonanza del simplismo, el embajador regaló un consejo a los potenciales inversionistas estadunidenses: que si quieren establecerse en México deben evaluar las características de la ciudad donde deseen hacerlo, así como las inversiones necesarias en seguridad. Lo que les digo no es diferente a lo que hacen en Estados Unidos. Si se establecen en un vecindario inseguro, tienen que ver qué clase de inversiones hacen al respecto. No tiene desperdicio.
Por su lado, el presidente Felipe Calderón, justo en el marco donde el subsecretario antidrogas Brownfield reconociera 30 años de políticas equivocadas y al día siguiente de que en varias ciudades de la República hubiera manifestaciones específicamente en contra de su forma de lidiar contra el crimen organizado, dijo que estaba abierto a la crítica o a la propuesta responsable para inmediatamente insistir en que seguirá con su política actual mientras no haya alternativas de menor costo social. Habría que apuntar y recordarle al Presidente que desde hace más de seis años, desde el Operativo México Seguro, varios académicos y expertos internacionales han señalado enfoques mucho más eficientes para lidiar con el problema.
Luego Felipe Calderón permitió dar paso a la expresión de su personal maniqueísmo. Criticó la dualidad de políticas que atacan la producción y tráfico de drogas pero no el consumo. Puso de ejemplo a jóvenes de las universidades más prestigiosas del mundo que ven de “lo más cool y divertido consumir drogas, pero fumar un cigarro es casi pecado capital”, lo mismo que a estrellas de rock. Derechos individuales y humanos es claro que al Presidente le son irrelevantes o, por lo menos, subordinados. Se entiende así la ofensiva laxitud y permisividad que el Presidente tiene con las violaciones del Ejército Nacional que insiste en transformar en policías sustitutos.
Respecto a las marchas justo del día anterior, ni las vio, ni las oyó.
*Es Cosa Publica
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Fuente: La Jornada Veracruz
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