PABLO ALARCÓN-CHÁIRES
Las incursiones pastorales sin tapujos que con su investidura presidencial realiza Felipe de Jesús Calderón Hinojosa, no sólo contravienen las disposiciones constitucionales referidas al principio histórico de la separación del Estado mexicano y las iglesias. También lleva a cuestionar la capacidad de aquel que, parafraseando a Voltaire, toma los sueños por realidades y su imaginación por profecías, transformando las ideas en ideales que desembocan en el delirio.
En el encuentro que sostuvo con los integrantes de la Asociación Civil “Casa Sobre la Roca”, autodefinida como Iglesia Cristiana Integral (video disponible en Youtube), Felipe Calderón pareció evocar sus años mozos como predicador católico, pero ahora azuzando a una congregación evangelista, la que fue fiel muestra de que el fanatismo induce a una falsa percepción de la realidad.
La naturaleza de su discurso pretendió cubrir con el manto de la divinidad una gestión presidencial tan terrenal que ha optado por la eliminación física, más que por la búsqueda de soluciones profundas; que busca su redención en los llamados a la oración y a interceder a favor de la familia presidencial, mientras que impulsa iniciativas que trastocan a las familias mexicanas al pretender vulnerar las garantías individuales y las conquistas laborales de los mexicanos. Mientras tanto, en la mano derecha el mesías del destino manifiesto empuña un crucifijo, y en la izquierda toma la picota de la guerra que siembra de muerte el territorio mexicano.
En su homilía, Felipe Calderón hace un llamado a buscar el reino de Dios en la tierra, un sarcástico pronunciamiento particularmente en un país en el que más del 20 por ciento de su población presenta pobreza alimentaria y el 50 por ciento pobreza patrimonial.
También Calderón menciona que necesitamos ser instrumentos y no dejarle a Dios la tarea que es nuestra (sic). Si esa premisa ha sido el axioma para su actual guerra, tal pareciera que Jehová ha decretado llevar al cadalso a más de 37 mil mexicanos, de propiciar los 5 mil desaparecidos, de dejar en la orfandad a más de 60 mil niños y de llevar a las fosas comunes a decenas de mexicanos y centroamericanos. Cuando en su sermón dijo: “yo sé que ustedes tienen la alegría y la paz del Señor (Dios) en sus corazones”, no hablaba a los desconsolados familiares y amigos de las víctimas de su guerra, porque el México de hoy, para nada es un testimonio viviente del amor y la justicia de Dios que dice ser el objetivo de su mandato, más bien hace patente una doble moral perversa.
Ante lo que muchos catalogan como un Estado fallido, Felipe Calderón hace llamados a las fuerzas celestiales y a la oración para que le otorguen la fuerza y la sabiduría con la que podrá cumplir finalmente sus obligaciones ante la nación. Y en una apoteosis a su persona, se compara con el apóstol Pedro, en espera de que el Nazareno lo tome de la mano y lo ayude en el difícil trance que se encuentra su administración, es decir, su fe haría lo que sus actos no han podido. Con ello, condena a la nación.
Y lo inaudito: hace un llamado para que todos nos convirtamos en “pescadores”. Esto debemos entenderlo como la propuesta de una cruzada evangelizadora que, por su contexto, significa como la recatolización de México. Quizá sea tiempo de considerar aquel principio sano que nos dice que debe dejarse que cada hombre y mujer se salven a su manera.
Hoy se llevará a cabo la beatificación de Juan Pablo II. No nos extrañe ver postrado al presidente de México frente a otro mandatario, el Papa Benedicto XVI, besando el “anillo del pescador” y mancillando con ello la investidura presidencial que ostenta.
palarcon@oikos.unam.mx
Fuente: La Jornada de Michoacán
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