viernes, 24 de junio de 2011

Insiste Poiré, gazapo número cuatro


Según el doctor Poiré existe el mito que para solucionar la escalada de violencia debe negociarse con el crimen. Esa es una afirmación que reclama ser probada. En los más de cuatro años de esta administración, nadie en los medios ni en la sociedad ha propuesto de forma seria pactar con las empresas criminales como método para atemperar la violencia. Fuera de algunas menciones aisladas de funcionarios municipales que desempeñan sus cargos en zonas tomadas por la criminalidad, lo que es harto comprensible, no hay en el ambiente de la discusión pública una corriente de opinión que pugne por la abierta connivencia con las empresas criminales, de tal extensión y frecuencia que pudiera considerarse un mito digno del los empeños desmitificadores del doctor Poiré. Si tal idea permanece en el ambiente ha sido casi por las solas menciones de funcionarios del gobierno federal empeñados en descalificarla. Como en el caso de Genaro García Luna.

Pero lo que sí es una verdad axiomática es que si las empresas criminales crecen y se fortalecen al grado en que lo han hecho, es porque existen relaciones operativas entre esferas del gobierno y tales empresas. Es una relación simbiótica sine qua non. Si hay humo es que en algún lado hay fuego, aunque no se vea por estar debajo de la basura. Como en Coatzacoalcos los últimos dos meses.

Fiel a su estilo, en su cuarta entrega desmitificadora Alejandro Poiré desarrolla su argumentación a partir de una fórmula a la que recurre siempre: echar la culpa a otros de la situación actual. Dice Poiré: “Durante mucho tiempo, la inacción y tolerancia al crimen permitieron su crecimiento, y que incurrieran en delitos como el secuestro, la extorsión y el robo. Esta expansión de la delincuencia provocó el debilitamiento de nuestras instituciones, que se acentuaba con cada paso que daban las organizaciones delictivas para fortalecerse ante la ignorancia, impotencia o incluso complicidad de algunas autoridades.”

Supongamos sin conceder que se toleró durante años el crimen organizado. Eso de ninguna forma explica que haya sido precisamente durante la administración de Vicente Fox que la producción, tráfico y comercio de drogas creciera 139 por ciento en 2005 respecto a lo que había en 2000. Y que en el primer año del gobierno de Felipe Calderón tales delitos fueran 40 por ciento más que en el último año de Fox. Felipe Calderón se lo dijo públicamente el año pasado: “Fox no actuó a tiempo en contra del narco”. Lo que en calderoñol sólo puede significar que la culpa es de todos excepto de Calderón.

Luego, Alejandro Poiré dice que la “expansión de la delincuencia provocó el debilitamiento de nuestras instituciones, que se acentuaba con cada paso que daban las organizaciones delictivas para fortalecerse ante la ignorancia, impotencia o incluso complicidad de algunas autoridades.”

No es así. El avance de las empresas criminales no debilita las instituciones. Son las instituciones débiles y mal configuradas las que alientan y propician el crecimiento de la criminalidad. Algo que debiera saber sobradamente el posgraduado. Dice que ninguna víctima “de alguno de estos delitos indecibles estaría dispuesto a pactar con su agresor”. Es clarísimo que Poiré no está al tanto del conocido síndrome de Estocolmo, pero, en fin, es irrelevante, aunque la construcción argumentativa del improvisado justificador de absurdos deja todo por desear.

Por último, recurre al caso siciliano cuando miembros de la mafia Giovanni Brusca y Nino Gioè asesinaron al juez Giovani Falcone. Lo hace para argumentar que si la sociedad apoya a su gobierno se fortalece la institucionalidad y la legalidad. La reducción de la incidencia delictiva.

Eso es posible, sí, pero sólo cuando la sociedad tiene la seguridad de que el gobierno la defiende y este no es el caso. El gobierno federal actual mandó a 6 millones más de personas a la pobreza por un pésimo manejo de la crisis señalado por dos premios Nobel de Economía. Es indiferente y lejano frente a las tragedias personales, familiares y sociales provocadas por él. La guardería ABC en Sonora y la masacre de Salvarcar son casos harto ilustrativos, pero hay decenas documentados y miles que faltan por hacerse públicos.

Poiré termina sus reflexiones con una parrafada que vale la pena glosar: “Ante la inserción de la mafia en la sociedad (imperdonable gazapo, ni la mafia ni el crimen se “incertan” en la sociedad, surgen de ella) el juez Giovanni Falcone y el magistrado Paolo Borsellino impulsaron un proyecto que comprometía a políticos, banqueros y empresarios para debilitar la actividad criminal de la Cosa Nostra (el juez Falcone lo que hizo fue dedicar su vida a combatir a la mafia, no fue un mero proyecto al alimón). Sin embargo, la mafia siciliana no permitiría el avance en su contra (que cosa más curiosa), por lo cual asesinó al juez Falcone y al magistrado Borsellino, advirtiendo que el próximo sería el alcalde de Palermo, Leoluca Orlando.

La sociedad dejó a un lado la indiferencia hacia los delincuentes y puso un alto al silencio y la ignorancia de la violencia criminal (comparar la violencia mafiosa regida por la Omertà y códigos de conducta estrictos con lo que sucede en este gobierno es de un grado de manipulación perverso). Se sumó al pacto con la autoridad y abanderó la consigna: ¡Ya basta de la mafia! (Falso, la sociedad estaba movilizada desde hacía años, por eso el ascenso de jueces como Falcone, no se movilizó sólo a raíz de su asesinato) La primera manifestación de que no estaba dispuesta a seguir tolerando el crimen tuvo lugar cuando madres sicilianas acudieron con el jefe de policía para, con sus hijos de por medio, salvaguardar la vida del alcalde Orlando tras las amenazas en su contra.

Adoptaron el modelo del “carro siciliano”, cuyas dos ruedas, la de la cultura y la de la legalidad, habían de avanzar al mismo tiempo y velocidad dentro de la sociedad para contener la actividad criminal de la mafia (carro siciliano, no tiene desperdicio. Pero, además, es justo lo que el gobierno al que pertenece Poiré no ha hecho. Vamos, ni siquiera han sido capaces de atender y concentrarse en los aspectos del lavado y de inserción de ganancias en el sistema financiero legal).

Sería deseable que Alejandro Poiré afinara sus argumentos, de otro modo corre el serio riesgo de dar al traste con el eventual prestigio que pudiera haber sobre sus capacidades intelectuales.

Fuente: La Jornada de Veracruz

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