BEATRIZ PATRACA
El narcotráfico como realidad lo copa todo: desde los informativos hasta la música o la forma de vestir y asistimos a su transformación de lo más terrible y de lo más anecdótico. Por ejemplo, hoy en día no sólo identificamos al narcotraficante con las botas de serpiente sino que las camisas con un gran logotipo de Polo Ralph Lauren se van sumando al imaginario del narco.
La literatura como manifestación social no es la excepción y la narrativa con estas características sociales ha creado un género en sí. En su momento se habló del realismo mágico y hoy podemos pensar en la narco¬–narrativa como género.
Colombia también vivió su propio boom literario con novelas como La virgen de los sicarios de Fernando Vallejo o más recientemente,Delirio de Laura Restrepo.
La desmitificación y la humanización de los líderes, el lavado de dinero, la corrupción, la irrupción del narcotráfico en diferentes esferas sociales y la vida al interior de los cárteles son los temas que tanto mexicanos como colombianos han tocado en sus obras.
En este sentido me pregunto si es el autor el que elige al género o el género es el que elige al autor. Es fácil descifrar cuando alguien se cuelga de una moda ya que no sobrevivirá a ella en la medida en que le resulta lejana y artificial. No lo digo sólo por vivir o no inmerso en una realidad, si así fuera, sería imposible hacer hoy una novela ambientada en otro siglo. Me refiero más bien a la urgencia por aprovechar el carro temático que otros ya echaron a andar y subirse buscando el tirón de la industria editorial y del morbo que genera el tema.
El narcotráfico es en sí mismo explícito, grotesco y violento. Retratar esta realidad es tarea del periodista.
La tarea del escritor es explotar el contexto y fusionarlo con la ficción para crear obras que rebasen la coyuntura histórica y que se conviertan en atemporales. El valor artístico se derivará de la innovación en la disposición de los elementos narrativos.
Fuente: La Jornada de Oriente
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