LEOPOLDO GAVITO NANSON - MIÉRCOLES, JULIO 27, 2011
Las dimensiones de la descomposición, disolución corrupción y violencia que se dan en el seno de la sociedad mexicana la revelan como una sociedad enferma. La permanencia de un gobierno nacional que no sólo ha permitido sino alentado con sus decisiones llegar a los niveles que atestiguamos es otro signo de descomposición generalizada.
Con base en sofismas se difunden campañas propagandísticas con la idea de convencer a una sociedad pasmada que no hay otra forma de enfrentar a las organizaciones y empresas criminales más que el enfrentamiento tiro por tiro. Así, suman ya cuatro años y siete meses de escenas delirantes de viciosa violencia que, junto con valoraciones gubernamentales como la del catarrito hace tres años, ponen en perspectiva la estupidez gubernamental. Recuérdese que en 2008, al inicio del desastre que produjo 6 millones más de pobres en el país, Felipe Calderón con Agustín Carstens al lado decía que le emocionaba la crisis porque le gustaban los retos. En el 2008, el gobierno de México estimaba que el crecimiento de la economía en 2009 sería de 3 por ciento, después corrigió a 1.5; después que no crecería. Terminó por ser menos 6 por ciento (-6%). La estupidez gubernamental fue señalada explícitamente por cinco premios Nobel de Economía: Joseph Stiglitz, James Heckman, Robert Engle, Edmund Phelps y Eric Maskin. Como respuesta, el gobierno mexicano balbuceó que Stiglitz desconocía que México había sido azotado por la desaceleración económica global, y la caída de la producción petrolera en 800 mil barriles diarios. Ah.
La crisis y el estancamiento de la economía mexicana obedecen a las decisiones que tomó el gobierno de Felipe Calderón para enfrentar emocionado a la crisis que lo retaba. Hay razones sobradas para preocuparse. La economía norteamericana pasa por una muy severa crisis de endeudamiento que puede paralizarla si eso sucede y el Congreso norteamericano no aprueba un nuevo techo de endeudamiento. Las consecuencias en la economía y en los mexicanos serán devastadoras.
Del mismo modo, el agravamiento de la crisis de seguridad pública obedece a las decisiones tomadas por el gobierno de Felipe Calderón. Ambas esferas muestran lo delicado de la situación por la que pasa el país. Y mientras esto sucede y las personas están en la total incertidumbre al salir a la calle y sobre su bienestar, el resto de la clase política, los partidos políticos, se devanan los sesos por las elecciones de 2012. La clase política, ya se ha dicho en este espacio, representa a nadie salvo a sí misma.
Pero hay dos aspectos que tendrán repercusión muy importante en México y frente a los cuales los tomadores de decisiones gubernamentales no podrán ser omisos. Ni el Ejecutivo federal, ni el Congreso. Uno es la orden presidencial del gobierno norteamericano que redefine la forma de enfrentar al crimen organizado internacional y que incide directamente en los bienes que miembros de esas organizaciones puedan tener en Estados Unidos. Algo en lo que el gobierno de Felipe Calderón ha sido notoriamente omiso o incapaz. El otro aspecto es la situación política entre el Ejecutivo norteamericano y la mayoría republicana en la Cámara de Representantes que se rehúsa a ampliar el techo de endeudamiento gubernamental, lo que pone en peligro la capacidad de servicio a la deuda y la probabilidad de una moratoria nada menos que de Estados Unidos. Las consecuencias que eso tendría en el reto del planeta serían mucho más peligrosas y graves que la crisis de insolvencia griega a la que la comunidad europea ha decidido sabiamente echarle montón. Pero para México un escenario así sería el catarrito de 2008 a la enésima potencia, por decirlo de algún modo. Si la apreciación de pequeño resfrío en 2008 tuvo las consecuencias que conocemos, ya es posible imaginar el devastador impacto para el país al que este gobierno ha puesto en la casi total indefensión. Consistente con su estilo, Felipe Calderón trata de ocultar o al menos disimular la gravedad de la tensión en Estados Unidos. No puede hacerlo con el cretinismo de 2008 y con un poco más prudencia dice que el país está “relativamente preparado” para reducir los efectos de lo que pase en Estados Unidos. El desastre en mayúsculas, pues.
Felipe Calderón es un hombre de imágenes, de apariencias. Supone que basta hablar bien de México para que los problemas se resuelvan o por lo menos atemperen. Actúa como si negar los problemas bastara para que desaparecieran. Con insistencia ha tratado de hacer pasar la idea de que la bacanal de violencia no afecta la economía o al turismo. Enternecedora pretensión si no fuera la trágica y sanguinaria pesadilla en la que vive el país.
Pero más allá del mero comentario coyuntural, la situación del Estado mexicano es crítica. Vive una crisis estructural que toca en cada aspecto sustantivo de la convivencia nacional. No estamos frente a la mera suma de crisis pasajeras simultáneas. Toca cada aspecto de la convivencia nacional, desde los salarios hasta la educación y la salud. Además de la paralizante inseguridad pública.
No hay solución posible en la situación de debilidad en la que el país se encuentra. La solución pasa por la refundación del Estado, de un nuevo acuerdo, pacto legitimador, en la que participen todos, no sólo la elite o la facción dominante. Para lograrlo es necesario rescatar el país de las manos de la elite depredadora que lo ahorca hace tres décadas.
*Es Cosa Pública
leopoldogavito@gmail.com
Fuente: La Jornada de Veracruz
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