LEOPOLDO GAVITO NANSON - MARTES, AGOSTO 02, 2011
La desastrosa guerra del presidente Calderón ha acelerado la descomposición al someter a las instituciones a presiones para las cuales no estaban ni lejanamente preparadas. Instituciones conocidas por permeables y corruptas han sido sometidas a tareas que son incapaces de cumplir y donde tal incapacidad aumenta la permeabilidad y cursos de corrupción. Un sistema político federal debilitado por tradiciones centralistas y autoritarias que súbitamente pretende que las unidades básicas de los gobiernos ejecutivos, los municipios, estén en condiciones de fortaleza operativa, institucional y financiera para cargar con la responsabilidad de replicar la guerra calderonista.
En un ambiente de inseguridad crónica desatado durante los dos últimos años del gobierno foxista, exacerbado durante todos los años de este gobierno donde el fracaso de Felipe Calderón en materia económica es más que estrepitoso, como evidencian las cifras de medición de pobreza, el fracaso de la política como instrumento para incidir en la realidad es total.
La crisis no sólo tiene ángulos y lados diversos, también es de dimensiones múltiples. Así, a vuelapluma, en lo social están las variables de salarios deprimidos que trabajan en contra de la reactivación del mercado, un sistema de salud quebrado y presionado por el pasivo de la población en retiro, un tejido social degradado por la pobreza sin esperanza que alimenta un ejército de reserva aprovechado por las organizaciones y empresas criminales; le educación básica en manos de un sindicato mercenario electoral que no educa y arroja a los niveles de educación superior millones de alumnos sin las habilidades y conocimientos mínimamente suficientes para ser aceptados; en lo económico, años de desempeño de bajo perfil del todo insuficientes con las necesidades de la población por lo que parte sustantiva de la población económicamente activa encuentra su forma de sobrevivencia en actividades informales que, además, suelen ser controladas por empresas criminales. Desde la venta de contrabando o piratería, hasta los limpiaparabrisas.
En este ambiente, la representación política es deslegitimada casi en su totalidad y representa a nadie excepto sus propios intereses o los de tal o cual partido. Los así llamados políticos ofrecen espectáculos tan desalentadores como los diferendos de Elba Esther Gordillo con Miguel Ángel Yunes o con el PAN, la redefinición estratégica del partido Convergencia o la decantación de una candidatura plástica en el PRI que promete perpetuar los intereses de la elite depredadora que ha llevado al país a las condiciones en que está. La política, pues, ha dejado de servir como instrumento para incidir en la realidad. Si el espectáculo de los políticos fuera insuficiente para ilustrar esto, la falta de representación lo provee en cantidades oceánicas.
Es este contexto el que vive un pueblo esencialmente despolitizado en el que subyace el adoctrinamiento de la religión mayoritaria, el catolicismo, como base semiformativa y como contexto cultural dominante. Un adoctrinamiento con fuerte carga de animismo y providencialismo. Del primero derivan el temor y la dependencia a lo mágico; del providencialismo las expectativas inocentes en las plegarias peticionarias como las que promueve el arzobispo Hipólito Larios. Ni una ni otra sirven para cambiar una situación adversa, pero explican el porqué de la fuerza de liderazgos sociales como los del padre Solalinde y del escritor Javier Sicilia. Ambos invaluables y sustantivos en este incipiente proceso de organización y visibilidad sociales pero que llevan consigo el germen mismo de la descalificación o relativización de su denuncia. La empatía católica por aquel que hace nos hace daño. Posible por la absurda disociación del hombre de sus actos. El peor criminal si se arrepiente y pertenece a la Iglesia puede será perdonado.
Esa disociación es la que subyace en los abrazos y besos de Javier Sicilia y en la solicitud de perdón de Solalinde a grupos criminales. Es consecuente con la fe y formación de estos hombres, en nada los demerita. Sin embargo sí relativiza y confunde el proceder sobre las responsabilidades. Responsabilidades que siempre son personales.
No sólo en el caso de los grupos criminales, cosa harto peligrosa. También en la de los hombres que están en la cúpula de la toma de decisiones y sobre cuyas espaldas está la responsabilidad del desastre del país.
Ni Javier Sicilia ni el padre Solalinde son políticos ni aspiran a gobernar. Son hombres con el valor y los cojones para comprometerse de lleno con una causa que es justa y es correcta y son consecuentes con su fe.
Es por eso que hay que ser muy conscientes y cuidadosos de las posibles desviaciones de sus movimientos. Tales movimientos tendrán perspectiva si –y sólo si– encuentran la forma de vincularse en red con otras muchas causas ciudadanas y defensa de derechos. Si eso sucede, habrá futuro y posibilidad de mejoría. Si no sucede, no pasará de la denuncia y de la emotividad personal de los protagonistas.
De nada sirve que Calderón se pare a abrazar a una madre que le reclama su incompetencia como tampoco sirve que los diputados pidan perdón por la causa que sea. Es irrelevante. Cuentas y cambios es lo que se precisa y sobre esa base impedir la reproducción de los esquemas que han sumido al país en el pantano en el que está.
*Es Cosa Pública
leopoldogavito@gmail.com
Fuente: La Jornada de Veracruz
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