FELIPE VICENCIO ÁLVAREZ
Ningún régimen democrático puede subsistir sin un frecuente y amplio debate sobre los asuntos de interés general. El debate público es indispensable para nutrir la democracia. La exposición abierta de las razones de la autoridad y de los argumentos del resto de las fuerzas representativas de la diversidad de la sociedad deberían ser el pan de cada día. La deliberación del ciudadano tendría que orientarse por los argumentos que se esgrimen en la plaza. Sus decisiones deberían tener que ver con las discusiones y análisis sobre los asuntos de interés general que se ventilan en el ágora abierta.
Sin embargo, lo frecuente es que el debate se sustituya por la propaganda. El ciudadano suele decidir a partir montajes preparados por los medios electrónicos, en los que no pocas veces participan solícitos líderes que abdican de su responsabilidad para ganar los favores del poder mediático. En la medida en que el espectáculo y la frivolidad sustituyen al debate se debilita la democracia, pues las decisiones quedan más a merced de la mercadotecnia y del humor que de la reflexión razonada y responsable. En otros casos asistimos a debates que lo son sólo en apariencia. Son más bien el cruce de discursos autoritarios –herméticos a la interpelación- que llenan de ruido la plaza. Sin autenticidad, estas discusiones no alimentan nuestra democracia porque no son la expresión real de nuestras diferencias enfrentadas honestamente para buscar una síntesis. Son más bien una coartada, simulación que oculta las verdaderas razones o intenciones, intransigencia que se ofrece envuelta en falsa disposición al diálogo. Entonces son una pérdida de tiempo.
El grave problema de la pobreza en México es asunto de los que claramente se han prestado a esta simulación. Se acude a este debate con posturas preestablecidas y sin disposición alguna de abrirse a los argumentos del otro. A propósito de la reciente difusión de los resultados del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), muchos han aprovechado para reforzar posiciones previas antes que utilizarlos como insumo para la reflexión y el análisis. Pasando por alto la complejidad y diversidad de los resultados reportados por el Coneval, se prefiere la selección interesada de una cifra, el enfoque parcial de un indicador que pueda reforzar la tesis que no se está dispuesto a modificar y que se justifica alguna agenda política. Los datos se esgrimen con intenciones apologéticas, con propósitos propagandísticos. Una pérdida de tiempo.
De parte de la autoridad es necesario un ejercicio de revisión y rectificación en lo que corresponda. Difícilmente lo hará abiertamente en un entorno de falso debate en el que hacerlo sería proveer a los opositores de parque para la descalificación sumaria. Mala señal de nuestro debate público es eludir la autocrítica, sería lo más parecido al suicidio. Una lástima, porque la democracia se empobrece. De parte de los opositores sería necesaria la valoración ponderada de los resultados para leerlos sin sesgo. Para reconocer las sombras y las luces, los desaciertos y los aciertos de la gestión gubernamental.
Para todos el asunto es de responsabilidad, que no se puede eludir con malabares retóricos ni con autismos. Quienes son oposición del gobierno federal son en muchos estados gobierno y visceversa, y los resultados del combate a la pobreza -sus logros y desaciertos- expresan la suma del trabajo de todos al respecto. Sorprendente pero significativa y valiosa ha sido la postura al respecto del senador Beltrones al señalar que las reformas son inaplazables, pues de otra manera aumentará el deterioro social. Desde una actitud responsable que nos implique en el reto de erradicar la pobreza, todos tendríamos que participar en un auténtico debate que reivindique la deliberación pública y permita definir el mejor rumbo de esta tarea prioritaria. Lo merecen 52 millones de pobres. Le urge a nuestra pobre democracia.
Fuente: La Jornada de Michoacán
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