Cordero, la Aspan y 2012
Carlos Fazio
D
e no ocurrir un contratiempo mayor, el candidato de la Casa Blanca para la elección presidencial de 2012 en México es Ernesto Cordero. Junto con el finado Juan Camilo Mouriño y el actual embajador en Washington, Arturo Sarukhán, Cordero participó en septiembre de 2006 en la encerrona de Banff Springs, Canadá, donde representantes del Pentágono y de grandes corporaciones privadas decidieron profundizar la integración” de América del Norte y el control de México por el estamento militar estadunidense. Allí se consumaron una serie de acuerdos ejecutivos secretos con Estados Unidos, que combinan la entrega de los recursos geoestratégicos con la militarización subordinada del país. Cordero, sustituto forzado de Mouriño, es el hombre del continuismo calderonista.
En realidad, el proyecto imperial arranca en 1941, cuando el Consejo de Relaciones Exteriores de Nueva York –el más influyente tanque pensante de la élite estadunidense– redefinió el concepto de “gran área” (símil del espacio vital nazi) y optó por un modelo de “integración” económica vertical de sus vecinos, que incluía inversiones, colonización y control político abierto.
Como quedó asentado en los Estudios de guerra y de paz, Estados Unidos debía generar “mayor dependencia” mediante mercados seguros de materias primas, y en caso de que eso fracasase, a través del control de territorios mediante “la inversión y la dominación político militar”. En 1942, el geopolítico estadunidense Nicholas J. Spykman ubicó a México dentro del “Mediterráneo americano”, junto con Centroamérica, Colombia, Venezuela y el cinturón de islas del Caribe. Para su antecesor, Alfred Mahan, renovador de la visión expansionista del destino manifiesto, esa región era “vital” para Washington y debía permanecer bajo su exclusiva e indisputada tutoría. “Eso implica para México, Colombia y Venezuela una situación de absoluta dependencia con respecto a Estados Unidos, de libertad meramente nominal”, asentó con crudeza Spykman.
Medio siglo después, el resultado más acabado de ese proyecto imperial fue el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (1994), seguido del Plan Colombia y el Plan Puebla Panamá (PPP) como caballos de Troya del Área de Libre Comercio de las Américas, prevista para 2005. Si bien el ALCA fracasó en Mar del Plata, ese mismo año Washington logró consolidar un “perímetro común de seguridad” (o “fronteras inteligentes”) mediante la Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte (Aspan o TLC militarizado). Y en 2008 rebautizó el PPP como Iniciativa Mesoamericana, incorporando a Colombia. Al designio de Spykman en los años cuarenta sólo escapan hoy Cuba y Venezuela, naciones sometidas a constantes operaciones encubiertas de desestabilización.
Al amparo de una campaña de saturación propagandística que logró imponer la “guerra al terrorismo” en la agenda mediática, la consolidación de Norteamérica como espacio económico había sido antecedida, en 2002, por la creación del Comando Norte del Pentágono. La proyección espacial del NorthCom, que abarca Canadá, México, porciones del Caribe (Cuba incluida) y aguas contiguas en los océanos Pacífico y Atlántico (en particular el golfo de México), tiene que ver con la geografía, la política, la economía capitalista y lo militar como complemento bélico de la “integración” vertical de América del Norte; como “zona segura” de abasto de petróleo, gas natural, agua, uranio y biodiversidad para la economía estadunidense, contenida en el documento Nuevos horizontes, del Centro de Estudios Estratégicos Internacionales, con sede en Washington, difundido una semana después de los atentados del 11 de septiembre de 2001.
Con eje en los suministros de Canadá y México a Estados Unidos, la creación de un “mercomún energético” de América del Norte formaba parte de un viejo proyecto geoestratégico de la época de Ronald Reagan (1979). Desde entonces, un objetivo central de Washington ha sido consumar el desmantelamiento parcial de Petróleos Mexicanos (Pemex).
En mayo de 2005, dos meses después de la creación de la Aspan, se divulgó el informe Construcción de una comunidad de América del Norte, en cuya elaboración participaron un grupo de mercaderes comisionistas locales, como el embajador Andrés Rozental, el salinista Pedro Aspe y el ex subsecretario de Comercio, Luis de la Calle. Pero el embate final del complejo militar industrial estadunidense comenzó inmediatamente después del fraude electoral de julio de 2006, cuando en plena transición y bajo la batuta del secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, Mouriño, Sarukhán y Cordero asistieron en el hotel Fairmont Banff Springs, de Alberta, Canadá, a un cónclave secreto con ministros, altos ejecutivos –entre ellos los de la petrolera Chevron, Bechtel y Lockhedd Martin, la mayor contratista de armas del mundo– y militares cinco estrellas, incluido el almirante Tim Keating, jefe del Comando Norte.
Aprovechando el “ánimo reformista” de Felipe Calderón y su equipo de transición, se habló entonces de cómo “ceder soberanía nacional a favor de una Norteamérica más fuerte”. La reunión se centró en la interrelación entre los sistemas de defensa, militarización, seguridad nacional, fronteras, migración, producción de equipo militar y control sobre los recursos energéticos de Norteamérica.
En junio de 2008, el entonces secretario del Pentágono, Robert Gates, anunció la incorporación de México al Comando Norte y recrudeció la guerra de contrainsurgencia de Calderón, con saldo superior a 50 mil muertos. El martes 13 llegó el embajador Anthony Wayne, presentó cartas credenciales y entregó tres helicópteros Blak Hawk artillados a la Marina, como signo de la afganización de México. Y por si fuera poco, el general David Petraeus, director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), convertida en una organización paramilitar según The Washington Post, fue el “invitado especial” de Sarukhán en la embajada en Washington, para conmemorar el 201 aniversario del inicio de la… Independencia.
Fuente: La jornada
Difusión AMLOTV
lunes, 19 de septiembre de 2011
Cordero, la Aspan y 2012
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