DANIEL MÁRQUEZ MELGOZA
Es común escuchar entre los adversarios políticos de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), de dentro y fuera del Partido de la Revolución Democrática (PRD), que el político tabasqueño tiene “negativos” que lo hacen poco atractivo ante el electorado abierto. Por ejemplo, Jaime Sánchez Susarrey, en su artículo ¿El choque? (Reforma, 10/09/2011) dice: “Andrés Manuel López Obrador no tendrá dificultades para ganar la candidatura del PRD, pero le será muy difícil remontar los negativos en la elección presidencial...” Pero acto seguido, nunca menciona cuáles son los negativos a que se refiere. Queda en el aire que deben ser algo de mucho peso que sin duda pesarán en el ánimo de lectores poco informados y de escasa memoria política, proclives a dar por bueno lo que dicen otros, a quienes suponen mejor enterados de la cosa de la política. En consecuencia, si se les apareciera un encuestador, tendrían en su poder los negativos abstractos de AMLO, para opinar sobre él de manera desfavorable, moviendo la cabeza: tiene muchos negativos...
Me temo que negativos, no en abstracto como los de AMLO, sino en concreto, arrastran con naturalidad y sin cargo de conciencia una infinidad de actores políticos sin que los toque una mala opinión ni de periodistas ni de encuestados por alguna de las muchas casas encuestadoras que hacen su agosto en temporadas pre y electorales, como las que cruzamos en estos meses.
Es sabido que flota en los medios electrónicos y escritos, y en encuestas de opinión, que el regreso del PRI a Los Pinos es una realidad incontenible. Ese destino fatal se gestó en alguna parte, y terminó permeando la conciencia de cierta ciudadanía. Un electorado potencial que parece haber perdonado una historia negra de presidentes como Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría Álvarez, José López Portillo, Miguel de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo Ponce de León, que dejaron una estela de autoritarismo cuyas consecuencias seguimos pagando: represiones, guerra sucia, devaluaciones, corrupción petrolera, nacionalización de la banca, pérdida de las empresas paraestatales, error de diciembre, Fobaproa, etcétera. Los negativos de esa etapa autoritaria de la historia de nuestro país no cuentan para el electorado que alguna vez llega a ser abordado por algún encuestador y da su opinión.
Tampoco parecen contar los negativos de la etapa actual del priísmo, en la que se inscriben las trayectorias de personajes de siniestra y triste memoria por sus actuaciones como los gobernadores de Puebla y Oaxaca, Mario Marín y Ulises Ruiz, respectivamente. A pesar de ellos y de otros gobernadores priístas que no cantan mejor las rancheras, se nos llenan los ojos y los oídos con el canto del “nuevo” PRI imparable. Ni quién se acuerde de que pueda haber negativos que empañen la marcha “nueva” del partido tricolor.
Las encuestas de opinión tienen a los legisladores en el penúltimo lugar, sólo después de la policía, que acapara la peor percepción posible entre la ciudadanía. Pues bien, es conocido que la Cámara de Diputados de la actual Legislatura vive una parálisis legislativa, debido de manera principal al PRI, que cuenta con la mayoría necesaria para sacar trabajo legislativo por sí solo, pues tiene 240 diputados (48%), más los 21 votos del Partido Verde, que es su aliado legislativo.
La mayoría de los diputados federales ya reciben órdenes de Enrique Peña Nieto, que opera con la fuerza política que antes sólo tenía el Presidente de la República en turno, de su partido. Entre lo más grave de esa parálisis está el impedimento para que se nombre a los tres consejeros electorales del Instituto Federal Electoral (IFE), que por ley funciona con nueve consejeros, pero por sus pistolas, el PRI ha impedido la designación de esos tres consejeros faltantes, que debieron haber sido designados máximo el 31 de octubre de 2010, luego de que tres consejeros habían cumplido su tiempo de gestión y debían ser sustituidos. El PRI quiere nombrar dos consejeros leales a sus intereses, pasando por encima de que los consejeros electorales en teoría deben obedecer a un diseño ciudadano, no partidista. Lo saben, pero sólo esperan la coyuntura política favorable para imponer su voluntad.
Esos hechos serían unos negativos descomunales en cualquier democracia, pero en la nuestra, que no pasa de ser sólo democracia electoral, la ciudadanía parece no darle peso a la hora de calificar a las huestes del “nuevo” PRI. Ello, no obstante que están impidiendo el fortalecimiento del órgano electoral que dirigirá la próxima elección presidencial de 2012, cuyo proceso se inicia en octubre próximo.
Como se recordará, la cara “nueva” del PRI la lleva Enrique Peña Nieto, quien fue hecho gobernador a gran costo por su antecesor y tío, Arturo Montiel Rojas, con la encomienda de ser tapadera de la corrupción que practicó durante su gestión como gobernador del estado de México (1999-2005). De hecho, perdió Montiel Rojas la candidatura del PRI a la Presidencia de la República por acusaciones de riqueza inexplicable de parte de correligionarios, quienes lo sacaron del juego electoral del 2006. Enrique Peña Nieto impidió que salieran a la luz los actos de corrupción de su tío y protector político, y él a su vez gastó una fortuna con cargo al erario público en la construcción de su imagen de “éxito” político en convenio con Televisa.
Los negativos del PRI no paran en esta “etapa exitosa”: el líder nacional del tricolor, Humberto Moreira, navega como si nada por todo el país, como si fuera invisible la mancha de corrupción que consigna la falsificación de documentos para engañar a Hacienda y a los bancos, que le sirvió para endeudar al estado que “gobernó” (2005-2011), con un monto de 32 mil millones de pesos (como ya mencioné en artículo anterior). Por supuesto, esto tampoco es un negativo que registren los ciudadanos encuestados por las distintas empresas encuestadoras de opinión.
¿Y qué decir de los negativos del PAN y su gobierno, o de Los Pinos y su partido? La percepción de la ciudadanía, según las encuestas, parece tampoco tomar en cuenta los negativos gigantescos panistas, como la principal promesa de campaña, de la creación de más y mejores trabajos, que llegó a envalentonar al candidato Felipe Calderón y a hacerlo decir: “seré el presidente del empleo”. Con las manos en la cintura, el ya presidente Felipe Calderón cambió a los mexicanos una acción prometida, empleo, por una no prometida; en lugar de ser el presidente del empleo se empeñó y comprometió toda su atención en ser el presidente de la guerra a la delincuencia organizada y al narcotráfico. Acción cuya necesidad sin duda no está para discutirse, pero sí en cuanto al cómo y el con qué; esto es, estrategia y recursos.
El secretario de Educación, Alonso Lujambio, en el discurso del acto oficial del 16 de septiembre, hizo una defensa de la política del Presidente de la República sobre la guerra al narcotráfico y la delincuencia organizada: “El Presidente de la República, como jefe del Estado mexicano, tenía que hacer dos cosas y las hizo: en primer lugar, implementar desde el inicio de su gobierno, sin dilación, una estrategia contundente para proteger la seguridad de los mexicanos; y por otro lado, apuntalar, con los otros poderes y los otros órdenes de gobierno los instrumentos y las instituciones del Estado para dar esa lucha, había que hacer las dos cosas (y) hay que seguir haciendo”, señaló (El Universal, 16/09/2011).
Sólo hay que decir que esa estrategia, que el funcionario califica de contundente, para proteger la seguridad de los mexicanos, ha llevado a la tumba a más de 40 mil mexicanos y los mexicanos vivos experimentamos la peor inseguridad que hayamos vivido antes, sin una esperanza en el horizonte de que haya un plazo perentorio para que la situación cambie.
Aparte del anterior, los negativos panistas dan para un listado para el cual por desgracia ya no hay espacio en esta colaboración.
Fuente: La Jornada de Michoacán
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