Publicado el 21 de junio de 2013
Amy Goodman
Hace treinta años, le pidieron a una monja católica que trabajaba en un barrio pobre de Nueva Orleáns si podía ser amiga por correspondencia de un prisionero condenado a muerte. La hermana Helen Prejean accedió al pedido, y su vida cambió para siempre, al igual el debate sobre la pena capital en Estados Unidos.
Su experiencia sirvió de inspiración para la publicación de su primer libro, titulado Dead Man Walking: An Eyewitness Account of the Death Penalty in the United States (publicado en español con el título: Pena de Muerte), que acaba de ser reeditado con motivo de su vigésimo aniversario. Prejean era amiga por correspondencia de Patrick Sonnier, un homicida condenado a pena de muerte que estaba detenido en la tristemente célebre prisión de Angola, en Louisiana. Con su característico acento sureño, Prejean me habló de su primer encuentro con Sonnier: “Daba miedo. Nunca antes había estado en una prisión. Al ingresar te encuentras con todos esos detectores de metales y con los guardias. Y ellos gritan: ‘¡Mujer en el corredor!’. La gente se hace a un lado y yo pensé: ‘Cielos, estoy yendo directamente a la boca del lobo’. Y luego, también tenía un poco de miedo de conocerlo personalmente. Por suerte estábamos en cuartos separados. Él estaba detrás de una gruesa malla de separación. Cualquiera puede escribir lindas cartas pero nunca antes había hablado con un homicida durante dos horas. Pensaba: ‘¿Será humano? ¿Podremos mantener una conversación normal?’ Y cuando vi su rostro, era tan humano que quedé perpleja. En ese momento me di cuenta de que más allá de lo que él haya hecho, valía más que el peor de sus actos. Y ahí comenzó la travesía”.
La Hermana Helen se convirtió en la consejera espiritual de Sonnier. Conversaba con él mientras se acercaba la fecha de su ejecución. Fue la persona que compartió con él sus últimas horas y presenció su ejecución el 5 de abril de 1984. También fue la consejera espiritual de Robert Lee Willie, otro prisionero condenado a pena de muerte de la cárcel de Angola, que fue ejecutado ese mismo año. Años más tarde, se realizó una película basada en el libro, dirigida por Tim Robbins, con la actuación de Susan Sarandon en el papel de Helen Prejean y de Sean Pean en el personaje de Matthew Poncelet, un híbrido entre Sonnier y Williams. Sarandon ganó el Oscar a mejor actriz por su interpretación, y la película sirvió para reavivar el debate sobre la pena de muerte.
Estados Unidos es el único país industrializado del mundo que aún aplica la pena de muerte. En la actualidad hay 3.125 personas condenadas a muerte en el país, a pesar de que los opositores a la pena capital continúan logrando avances. Maryland ha sido el último estado en abolirla. Tras la aprobación de la ley, el gobernador del estado, Martin O’Malley, escribió: “Hay pruebas que demuestran que la pena de muerte no funciona como disuasivo, no puede ser aplicada sin prejuicios raciales y cuesta tres veces más que la cadena perpetua sin libertad condicional. Y, lo que es peor, no hay modo de revertir un error si se ejecuta a una persona inocente”.
Hay muchos estudios sobre la influencia de los prejuicios raciales. El Centro de Información sobre la Pena de Muerte citó un estudio de la revista Louisiana Law Review que establece que, en Louisiana, las probabilidades de que haya una condena a muerte son un 97% más elevadas en los delitos en los que la víctima es blanca, que en aquellos en los que la víctima es afroestadounidense. A nivel nacional, un 75% de los casos que terminaron con una ejecución tuvieron como víctimas a personas de raza blanca.
Si bien Colorado no es uno de los estados que abolió la pena de muerte, el gobernador John Hickenlooper utilizó su autoridad ejecutiva para otorgar una prórroga temporal a uno de los tres prisioneros condenados a muerte en el estado. En su declaración, el gobernador sostuvo: “Es una pregunta legítima [la de] si como estado deberíamos quitar vidas”.
Esta semana, Indiana liberó a una ex condenada a pena de muerte. Paula Cooper fue hallada culpable del asesinato de Ruth Pelke en 1985, y fue condenada a pena de muerte a los 16 años. En aquel entonces, fue la persona más joven condenada a esa pena en el país. El nieto de Pelke, Bill Pelke, realizó una fuerte campaña para pedir clemencia para Cooper: “Estoy convencido de que, sin duda, mi abuela estaría consternada por el hecho de que esta niña fuera condenada a pena de muerte y de que haya tanto odio e ira hacia ella. Cuando Paula fue liberada de la pena de muerte en el otoño de 1989 pensé ‘Bueno, ya está. Se salvó de la pena de muerte. Misión cumplida’”.
Sin embargo, Bill Pelke participó en una marcha que iba desde el pabellón de condenados a muerte de la prisión de Florida hasta Atlanta, donde conoció a la Hermana Helen Prejean. “Después de 17 días de caminar junto a esta monja, se aprende lo que es realmente la pena de muerte. Fue en esa marcha con la Hermana Helen Prejean que decidí dedicar mi vida a abolir la pena de muerte. Mientras haya un Estado en el mundo que mate a sus propios ciudadanos, voy a alzarme y denunciar que eso está mal”.
La Hermana Helen Prejean dijo que lamenta no haber logrado contactar a los familiares de las víctimas de los homicidios mientras era la consejera espiritual de Sonnier y Willie. Más tarde fundó la Asociación Survive, una organización de apoyo a los familiares de las víctimas de homicidio como Pelke. Finalizó nuestra conversación de esta semana con las siguientes palabras: “Acompañé a seis seres humanos y presencié su ejecución. Es a ellos a quienes debo mi trabajo, no puedo dejar de hacerlo. Seguiré haciendo esto hasta el día que me muera”.
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