Ricardo Rocha 08 de enero de 2009 2009: el año que viene II Tenemos una crisis económica generalizada. Pero falta lo peor: una crisis social que comienza a manifestarse No hay una sola señal luminosa en el horizonte. Tiempo de oscuridades. El año que comienza el país no crecerá, incluso decrecerá a menos de cero; la recesión será total; se encarnizará la carrera entre precios y salarios; se crearán apenas 50 mil empleos, de risa nerviosa si se consideran el déficit de tres millones y el millón de nueva demanda cada año; habrá más hambrientos en México. Lo que empezó como una crisis financiera ha derivado en crisis económica generalizada. Pero falta lo peor: una crisis social que comienza a manifestarse. Una veloz gestación frankensteiniana. Lo mismo en las ciudades que en los pueblos, un conglomerado polimórfico con los aglutinantes del desánimo, la desilusión, la irritación y a veces la furia. Lo peor del caso es que el gobierno calderonista se niega a mirarse al espejo. Apenas ahora reconoce que enfrentaremos una situación económica “difícil”. Aunque insiste en que “el país está en las mejores condiciones para enfrentarla”. No es así. Simple y llanamente porque desde hace ya más de un cuarto de siglo —y cinco gobiernos priístas y panistas— estamos atrapados en el yugo de un modelo neoliberal a ultranza que ha propiciado los extremos más peligrosos: somos los más desiguales del planeta; el esquema propicia la concentración de la riqueza, pero también la generación y expulsión de millones de pobres —más de la mitad de la población— arrojados al comercio informal, a la delincuencia o más allá de la frontera norte. El problema no es de coyuntura sino de estructura. Porque hemos venido acumulando rezagos en todos los órdenes: un desarrollo científico y tecnológico prácticamente inexistente; una planta productiva ineficaz; carencias notorias en comunicaciones, agua, combustibles y energía eléctrica; un debilitamiento criminal de un campo abandonado y de nuestra capacidad estratégica para producir alimentos. En suma, un desastre. Por eso este año no creceremos. Y sí lo harán, con todo y crisis, no sólo países como Chile y Brasil, sino aun economías caribeñas como República Dominicana y Haití. Así que algo estamos haciendo mal o algo no estamos haciendo que sí hacen los demás: atreverse a buscar y encontrar esquemas económicos propios, vías alternativas a las del Consenso de Washington al que conviene que sigamos en el subdesarrollo sumiso y no en la fortaleza independiente. Sólo que las reglas han cambiado y los paradigmas también. Si algo nos puede dejar la crisis global es la posibilidad de cambiar el modelo económico como el mundo ya lo está haciendo. Pero aquí siguen faltando decisión, inteligencia y agallas para un cambio histórico en una circunstancia irrepetible. Siguen pesando más los intereses de quienes estiran la liga a riesgo de que un día de éstos reviente. Por eso en este 2009 el país estará en vilo y con una rabia creciente apenas contenida en movimientos sociales que pretenden dar cauce a la inconformidad, todavía en el marco de las leyes. Por lo pronto, los pescadores están en huelga y ya se anuncian megamarchas obreras y campesinas para protestar por la pérdida del poder adquisitivo, los ceses masivos y el deterioro en los niveles de vida. Apenas ayer, el presidente Calderón anunció un Acuerdo Nacional en Favor de la Economía Familiar y el Empleo, que contempla 25 acciones, como la reducción a tarifas de luz, el congelamiento en combustibles, mayores apoyos a desempleados y más inversión en infraestructura. En pocas palabras, abrir la llave de los recursos públicos para paliar los efectos de la crisis. No está mal. Pero tampoco es el cambio que requiere la nación.
jueves, 8 de enero de 2009
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