miércoles, 25 de febrero de 2009

Dramático adiós a Lucas y Ponce; los ejecutores “llorarán como nosotros”

Con los féretros, indígenas me’phaa y na savi se manifiestan en el ayuntamiento

Asesinaron a los dirigentes por denunciar abusos y defender derechos, recuerdan

CITLAL GILES SANCHEZ (Enviada)

Ayutla, 24 febrero. “Ellos van a sentir el mismo dolor que ahora yo siento”, decía Guadalupe Castro Morales mientras lloraba sobre el féretro donde yacía su esposo y dirigente de la Organización para el Futuro de los Pueblos Mixtecos (OFPM), Raúl Lucas Lucía, con quien vivía “tan feliz” hasta que “destrozaron” sus vidas.

La música de viento tocó La marcha fúnebre y con ella comenzó la caravana en la que los indígenas me’phaa y na savi portaban consignas en las que se leía “como héroes cayeron y como héroes los recordaremos”, “no a las amenazas e intimidaciones a los defensores de los derechos humanos”, “alto al crimen de Estado”.

Adelante iba la camioneta que llevaba los féretros de los que “murieron por alzar la voz”, “por denunciar la masacre de El Charco” y por “defender los derechos indígenas”, según decían algunas pancartas.

Atrás iba la regidora perredista viuda de Lucas, acompañada de su hija y su nuera, quienes se cubrían del agobiante sol con una toalla, caminando siempre atrás del que fuera su esposo; Margarita Martín, viuda de Manuel Ponce, prefirió adelantarse en otra camioneta por el temor que algo pudiera pasar en el camino, se alcanzó a oír.

Caras largas, tristes, llenas de coraje, impotencia e incredulidad se observaron en dirigentes como el director de Tlachinollan, Abel Barrera Hernández, y Aurora Muñoz Martínez, ex secretaria de Derechos Humanos del PRD estatal, que después, dijeron, intentó quitar una manta que sacaron militantes del PRD de Ayutla.

Terminada la protesta en la explanada del ayuntamiento, y luego de un minuto de aplausos para los defensores de derechos humanos asesinados “cobardemente”, se formaron dos grupos: uno para subir a La Cortina –a una hora de Ayutla– para llevar el cuerpo de Ponce Rosas, y otro más para ir a Cotzalzin –El Ranchito, a 15 minutos de la cabecera–, donde sería sepultado el dirigente de la OFPM y donde un día antes fueron velados los cuerpos.

Al llegar, Samuel e Inés –los hijos–, junto con Guadalupe se acercaron al ataúd, lo abrazaron, lo acariciaron y lloraron sobre él, como queriendo encontrar alguna respuesta a su asesinato.

La música de viento se podía escuchar fuertemente, pero no tanto como las palabras que dijera entre sollozos Guadalupe Castro sobre los restos del dirigente: “quisiera irme contigo Raúl, no tengo motivo para vivir”.

Le reconoció haber sido buen padre con sus hijos y buen esposo, y le aseguró siempre recordarlo con cariño.

Pero también sus palabras retumbaron en los que estaban cerca de ella al oírla decir que los familiares de quien lo mató lo van a recordar cada vez que se sienten a la mesa a comer, “sus hijos y su familia también van a llorar como nosotros estamos llorando por ti, y sus hijos van a sentir lo que estamos ahora sintiendo”, decía llorando casi acostada sobre el ataúd.

Guadalupe Castro recordó lo felices que eran hasta que “ellos destrozaron nuestras vidas”.

Samuel, el hijo mayor de Raúl, de apenas 17 años, se aferraba a una biblia, pero sus ojos reflejaban rabia, impotencia, coraje y en silencio y sin decir palabra alguna besó el frío acero donde yacen los restos de su padre y poco después cayó desvanecido por el agotamiento, lo que movilizó a la gente, que fue en su ayuda para reanimarlo.

La música seguía tocando, pero lo que se escuchaba de fondo eran los sollozos y lamentos de los amigos y familiares.

Fuente: La Jornada de Guerrero

No hay comentarios: