Domingo, 30 de Enero de 2011 00:00
Escrito por Gilberto Herrera Medina
El gran personaje histórico, Samuel Ruiz, acaba de fallecer, pero su memoria estará viva durante mucho tiempo en la historia y en la realidad indígena de Chiapas, tan entrañable para todos los mexicanos y de gran repercusión mundial en el conocimiento de esa materialidad indígenas agraria, colonial todavía, envuelta y mistificada en su fe religiosa, de la que fue conductor espiritual, se dice, el gran sacerdote católico Samuel Ruiz.
Muy sentida es su muerte, su recuerdo, su memoria, su impacto social y político-religioso en las masas indígenas.
Pocos como él hay en el Continente Latinoamericano, pares como él los hubo en Oaxaca, con el obispo Lona, en Cuernavaca, con el obispo Méndez Arceo, hoy mismo el obispo de Saltillo. Raúl Vera y algunos otros que laboran y van a contracorriente del statu quo social y religioso imperante.
Don Samuel Ruiz García fue denostado en vida por los intereses en turno dentro y fuera de la sociedad civil y lo propio en las esferas políticas. No fue fácil ni cómoda su estadía espiritual al frente de la iglesia en los Altos de Chiapas.
Fue duramente e injustamente cuestionado ante propios y extraños; ¿por qué? Porque los mandones en turno fueron y son improvisados, sin perspectiva social e histórica, como para aceptar y explicarse el por qué de las cosas en Chiapas y de la forma como se dieron los sucesos y se dan en esa latitud nuestra.
Se puede divergir del protagonismo social que toca a las masas indígenas, no es este el momento para meternos en esa historia del capitalismo mundial y del neocolonialismo que le acompaña.
Si Lenin, por ejemplo y las corrientes que dentro del zarismo propugnaban a la comuna rusa, como un tránsito que pudiera saltar las etapas obligadas del horror capitalista; ello no quiere decir que los decembristas y las corrientes del populismo no hubieran dejado impresa su impronta histórica y cultural, como pudiera ser todo lo escrito por el genial León Tolstoi y el propio Nicolás Gogol, con las terribles denuncias en “Las Almas Muertas”, de éste último.
Samuel Ruiz tomó la causa de los indígenas de los Altos de Chiapas, como su propia causa y logró encauzar su defensa social hasta los límites mismos y un poco más allá, de donde se lo permitieron las condiciones convulsas y contradictorias en sí mismas, de las masas indígenas, en lucha con la representación política de los grupos oligárquicos de la tierra y de quienes en ella se disputan la renta de la madera y los fundos petroleros que subyacen en el subsuelo de Riubalto, sobre el subsuelo por donde discurre el enorme Río Usumacinta.
La memoria de este hombre traspasará los tiempos, las ideas, las propias concepciones teológicas y las de quienes lo enfrentaron con otra pretendida ortodoxia. Es lo de siempre.
Samuel Ruiz no es un reformador cualquiera de la Iglesia Católica, todo lo contrario, tan sólo quiso ponerse a tono con el tiempo y en contra de la expoliación despiadada de las masas indígenas, para despojarlos de todo, hasta de su propia fe surgida de esa desesperación social silenciosa por donde discurre la vida social en esa tierra.
Con don Samuel Ruiz veo la figura alerta y solidaria de Carlos Monsivais, de Saramago, de los grupos defensores de los derechos humanos de Europa y Norteamérica, del mundo entero.
Con Samuel Ruiz se oye la poesía de Rosario Castellanos en aquella parte donde escribe: “… Como mi raza bailo enmascarada…” Me hace evocar al mismo Patricio Lumumba, cuando antes de su asesinato dijera: “…llora amado hermano negro, en los milenios de muertes bestiales, tus cenizas las dispersó el Simún y huracán por toda la tierra…”.
Así de memorable y grande es la figura del Obispo Samuel Ruiz, hombre y sacerdote sin beatificación posible y que tan poca falta le hace. Amén.
Fuente: La Jornada de Morelos
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