Apenas el 9 de diciembre, en la casi antesala de la celebración religiosa nacional por antonomasia, fue ocasión de reuniones y cordialidades singulares. A la vera del día de la Virgen de Guadalupe, Marcelo Ebrard y el cardenal Rivera Carrera sentados uno al lado del otro. Ebrard a la izquierda de Rivera y éste a la derecha de Ebrard. Palmadas de aquél en la espalda de éste en reconocimiento por el terreno donde se construyó la primera etapa de la Plaza Mariana, motivo de la reunión. Convenio entre el gobierno del Distrito Federal y la Arquidiócesis que mejora el espacio del recinto religioso. A cambio, la delegación Gustavo A. Madero obtendrá 75 millones de pesos para construir un mercado que recibirá a los comerciantes que antes trabajaban en el lugar. Se entiende una bien asumida obligación del gobierno defeño para ofrecer mejor calidad de vida a los millones de visitantes religiosos que llegan a la zona. Así, gobierno, iniciativa privada (grupo Carso) e institución religiosa coinciden en la mejora a un espacio público concreto con total independencia de creencias privadas, religiosas.
Al cardenal le dio por palmear la espalda del gobernante capitalino. Éste tuvo que aclarar que era un agradecimiento por su conducto al gobierno de la ciudad de México. La Plaza Mariana será parte del corredor turístico Zócalo-Basílica para integrar el centro histórico con La Villa. En su momento habrá centros comerciales, un mercado, un centro de evangelización y una enorme área para nichos, los cuales desde hace años la Iglesia los vende a los fieles.
La Guadalupana siempre ha sido de buen comercio y la jerarquía tiene poca tolerancia para quien la cuestiona. Hay varios casos. Decía en 1996 Guillermo Shulenburg, ex abad de la Basílica, que “sin lugar a duda, los orígenes de la leyenda y la imagen son cuestionables”. Afirmaba que Juan Diego jamás había existido, que era un símbolo. Estuvo 33 años al frente de la Basílica y fue el encargado de la construcción del nuevo recinto mariano. Lo había nombrado el papa Juan XXIII, pero sus declaraciones provocaron la animadversión de la cúpula religiosa y también de los feligreses mexicanos. Más de un historiador reconocido afirma que la imagen fue pintada por el indígena Marcos Cipac. Versiones siempre censuradas por el clero católico nacional, y más cuando se trata de sus propios miembros como en el caso de don Eduardo Sánchez Camacho, obispo de la diócesis de Tamaulipas, que a principios del siglo XX (1905) el clero jerárquico nacional censuró su libro Ecos de la Quinta del Olvido. En el cual escribió, en la segunda y tercera parte de la Introducción: “Vine de Obispo católico á Tamaulipas y aquí se eclipsó mi estrella. No creía ni creo en la Aparición de la llamada Vírgen María en el Tepeyac (...). Lo de mi escepticismo guadalupano irritó, indignó en sumo grado al Obispo y Cabildo de Puebla, que me amenazaron con la inquisición romana. (!!!) (…) ¿Como pudieron esos Señores amenazar á un mexicano con los juicios de la inquisición Romana? Nuestras leyes son claras y terminantes, y un mexicano se ríe de la institucion inquisitorial de Roma (sic)”. Palabra de obispo.
La historia que ilustra que el clero católico actúa con base en dos motivaciones concomitantes. Su interés político y pecuniario. Tanto a niveles institucionales como personales. Recuérdese el caso vigente de los 24 cuadros (Orozco, Rivera, Tamayo, Kahlo, Chagall, Goya, entre otros) que la señora Olga Azcárraga Milmo instruyó que se vendieran para apoyar a sacerdotes que ejercen su apostolado en condiciones precarias de los que se apropió el obispo de Ecatepec, Onésimo Cepeda, en asociación con Jaime Matute Labrador, quien fue administrador de la difunta.
Para volver al punto, después de las inusuales cordialidades del jerarca católico, a los pocos días lanza una nueva ofensiva en la que, para no variar, es indiferente a la prudencia y la ley. Acusa al gobierno del DF y a la Asamblea Legislativa de desatar una persecución ideológica contra quienes se oponen a leyes sobre uniones gay y adopciones. Acusa de autoritarismo y, manipulador taimado, dice que es augurio para futuras responsabilidades públicas “de quienes son autoridad”. Un cuadro que en algo evoca al de 2006.
El arzobispo Rivera es un hombre que resume muy malos y conocidos hábitos clericales. Protector de pederastas, en el caso Nicolás Aguilar, y defensor radical en su momento de Marcial Maciel. De posiciones políticas controversiales y, frecuentemente imprudentes, provocadoras. Crítico furibundo de la legislación que despenalizó la interrupción temprana del embarazo, y de la reforma al Código Civil que permite el casamiento entre individuos del mismo sexo. Invasivo y extralimitado, amparado en la permisividad del gobierno federal.
Hay una parte distinta en el clero. El de base, el que a pesar de más de 30 años de embates conservadores vaticanos permanece al lado de los pobres. Aunque en ello arriesgue la existencia. Es el caso del sacerdote Alejandro Solalinde que ha dedicado su vida a ofrecer a las personas migrantes un lugar seguro alejado de las bandas de delincuentes que las explotan y abusan y asesinan cuando nadie puede pagar su rescate. Debido a su trabajo, el padre Solalinde ha sido objeto de amenazas e intimidación por parte de criminales. Y también por parte de funcionarios.
Es coordinador de la Pastoral de Movilidad Humana Pacífico Sur del Episcopado Mexicano y director del refugio para migrantes Hermanos en el Camino, creado para ofrecer asistencia humanitaria a las personas migrantes que resultan heridas o necesitan ayuda. Durante los tres años que tiene de existir el refugio se ha sostenido de los 15 mil pesos mensuales que aporta la familia del padre. Apenas recién que se hizo público el caso por los secuestros de migrantes y la escandalosa primera negativa del gobierno mexicano, el padre recibió dos llamadas de respaldo del arzobispo de Antequera-Oaxaca, José Luis Chávez Botello, y el obispo de Istmo de Tehuantepec, Óscar Contreras. El refugio no recibe ni un solo peso de ayuda por parte de la jerarquía católica. Ni uno.
La vida del padre corre peligro pero se niega a abandonar su apostolado.
Habría que preguntarse seriamente por la razón que hace posible que la jerarquía proteja a un sacerdote que trafica con pornografía infantil, el caso de Rafael Muñiz López, y por otro lado abandone a su suerte a otro sacerdote que arriesga su vida por ayudar a personas víctimas de una verdadera catástrofe humana.
*Es Cosa Pública
leopoldogavito@gmail.com
Fuente: La Jornada de Veracruz
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