Unas cuantas semanas antes de las elecciones de 2006 José Reveles publicó Las manos sucias del PAN, un libro que retrata con claridad el uso patrimonialista de los recursos públicos que tanto criticaron al PRI en sus décadas como oposición. Patrimonialismo que fundamenta y habilita los reflejos clientelares del panismo que utiliza a la Sedesol como instrumento de coacción e inducción de comportamientos electorales favorables. Distorsiones antidemocráticas que fueron utilizadas durante todo el sexenio de Vicente Fox. Un año después, en 2007, Álvaro Delgado publicó El Engaño. Libro donde expuso las constantes contradicciones entre “los principios” panistas y su práctica política. Su impensado ascenso al poder con una legitimidad abrumadora en el 2000, sirvió de nada al perderse en los vericuetos inmediatistas del “sentido práctico de la vida”, imitación pusilánime del pragmatismo priísta. Anabel Hernández en el 2008 exponía la perversión de las complicidades de Felipe Calderón con personajes tan conspicuos y controversiales como el fallecido Mouriño, de desproporcionadas exequias, y el públicamente apologizado por el propio Calderón Genaro García Luna de quien, dijo, no estaría en el cargo de haber sospechas en su contra. Cuando se le preguntó en noviembre del 2008 sobre una cacareada operación limpieza que reveló nexos de funcionarios del gobierno federal con el narcotráfico.
Los tres libros hechos por periodistas revelaron desde muy temprano y con sorprendente precisión las tremendas limitaciones y distorsiones internas del gobierno federal. La reciente visita a Washington es una confirmación lapidaria de la penosa torpeza con la que, a punto de la parálisis, el gobierno federal transita hacia su final.
Entre observadores y políticos profesionales se dice con frecuencia que tenemos un presidente de “mecha corta”, en referencia a su intolerancia a la frustración y su disposición hacia el enojo de botepronto; característica de personalidad que ha sido motivo de ponerse a sí mismo en situación de que le callen la boca. En esos mismos corrillos de observadores hace semanas se comenta que Felipe Calderón ha aislado al embajador Carlos Pascual. Lo ha aislado por los informes que el embajador envió a su gobierno sobre la situación en México y que fueron dados a conocer por las filtraciones de Wikileaks. Las representaciones diplomáticas en el país apenas si pueden dar crédito a que Felipe Calderón dijera lo que dijo al The Washington Post en el sentido de afirmar que el embajador dañó la relación entre los gobiernos y sugerir casi que pediría su remoción, cosa que por lo demás hizo.
El resultado es que el gobierno norteamericano, Barack Obama personalmente, contestó seco que Carlos Pascual era el representante del gobierno. Punto.
Calderón se resiente y reacciona frente a cables filtrados que, por lo demás, no revelan nada excepto la apreciación de un representante diplomático en el cumplimiento de sus funciones rutinarias. Es precisamente eso lo que hacen las representaciones diplomáticas. No hay motivo de extrañamiento, no debiera haber motivo de enojo. Lo importante no es si el embajador informó a su gobierno de una situación desagradable para el gobierno mexicano. Lo importante, lo sustantivo, es saber cuál es la razón por la que el embajador tiene esas certezas. Qué es lo que ha pasado con los informes al Ejército Mexicano para que se tenga la valoración de que es renuente al peligro y los enfrentamientos. Qué es lo que no funciona en el mando del Ejército y del país para que la situación frente a los cárteles cuatro años después, sea mucho más precaria que la situación que motivara la declaración de guerra para recuperar territorios al crimen organizado.
Porque luego de los primeros hechos de sangre en 2007, el gobierno varias veces salió a la palestra con la chabacana y frívola frase de “vamos ganando”, como si se tratara de un partido de futbol. Con el mismo desparpajo, pese a ganar, prometía más sangre y más muertos. Cosa que ha cumplido a cabalidad. Lo único que ha cumplido, de hecho. En un intento de control de daños, Dennise Maerker en su espacio de Televisa entrevista a Carlos Castañeda, singular ex canciller que renunciara en plena crisis al gobierno de Fox; Castañeda contesta que Felipe Calderón Hinojosa, “quien sabe muy bien de estas cosas de la diplomacia”, si hubiera querido la remoción de Pascual se lo hubiera pedido en privado a Obama, que si lo hizo así es porque el verdadero destinatario del mensaje es el Ejército. Si eso fuera cierto ¿cuál entonces es la situación de FCH con el Ejército que, para darle una satisfacción, está dispuesto a tensionar con un gran costo la relación con el gobierno norteamericano y ponerse a sí mismo en una situación diplomáticamente ridícula?
Pero hay una situación mucho más grave que abunda en la total desorientación de la administración actual. Terminada la visita, el domingo pasado trasciende a los medios el operativo estadounidense que la Oficina de Alcohol, Tabaco y Armas (ATF) puso en marcha en 2009 y 2010 para permitir la venta de miles de armas, rifles de asalto incluidos, a organizaciones criminales mexicanas con la intención de rastrearlas. Con una de ellas se dio muerte a un agente norteamericano. Con el nombre de Fast and Furious (Rápido y Furioso) se dio marcha a operaciones de contrabando, hacia México bajo la cobertura de un programa llamado Gunrunner.
El 2010 fue el año más violento de México. A eso contibuyó el cretinismo de una agencia norteamericana que vendió armas a organizaciones criminales con la peregrina idea de rastrearlas. Lo hizo sin conocimiento del gobierno mexicano. Un hecho verdaderamente escandaloso que ha fragilizado aún más la precaria situación en que viven los habitantes de Ciudad Juárez, o Monterrey, o Durango. A eso el gobierno reclama con un breve comunicado de la Secretaría de Relaciones Exteriores que dice que el gobierno de México ha procedido a solicitar información detallada sobre este asunto a las autoridades estadounidense. Cretinismo irredento, le llaman a eso.
*Es Cosa Pública
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Fuente: La Jornada de Veracruz
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