Carta a Javier Sicilia
No me había comunicado contigo porque entendí que querías estar solo.
Sabes, a la gente en un principio le preocupó tu dolor, tu silencio y después el estallido de furia y el grito de rabia: “Estamos hasta la madre”.
Por eso hoy quieren estar contigo, para cobijarte, para mostrarte con su presencia la solidaridad, que en momentos como éste, es lo menos que podemos otorgar.
Yo no tengo hijos y por eso no te puedo decir que entiendo tu pena. No tengo hijos y no se me ha muerto alguien cercano, por eso no te pude decir “sé cómo te sientes”. Pero a mí, que ya no me importa casi nada, por un momento me importó tu dolor y el dolor de todos esos padres y sobre todo madres que han perdido a sus hijos en esta guerra estúpida, y que, como bien dices, no se les puede llamar viudas, huérfanas, simplemente se quedan en el vacío.
¿Cómo puede uno saber lo qué por ustedes pasa?
A ustedes se les ha muerto el hijo en el desayuno,
en la comida, en la cena, en la lluvia, en la resolana,
en los viajes a la playa, en el invierno y en el verano,
en la noche estrellada, en la luna llena, en el auto,
en el teléfono, en el pórtico, en la cocina, en la sala,
a las cinco de la mañana, a las tres de la tarde, en la madrugada.
A nosotros, sus amigos, se nos murió un lunes de junio en el deportivo,
un martes de octubre en el café, un viernes de otoño en el centro comercial,
una tarde de cine, una noche por casualidad.
Entonces, ¿cómo puede uno saber lo que por ti pasa?
A nosotros tu hijo se nos murió por momentos, en algunos sitios, a ti en toda la casa.
Pero las cosas sólo mueren si las olvidamos y qué bueno lo que haces, porque en tu dolor, en tu rabia, estás fundando un jardín donde todas las mañanas podrás verlo florecer.
Armando Ortiz aortiz52@hotmail.com
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