ISMAEL GARCÍA MARCELINO
Otro grupo social hasta la madre de la ineficacia de las apenas identificables políticas públicas para su atención es el que conforma el pueblo indígena de Cherán, cabecera del municipio con el mismo nombre. La indignación y la desesperanza –no por la justicia divina, ésa ya vendrá, sino por la justicia terrenal– cubren el ánimo de la población indígena en su conjunto.
Lacerados sus bosques y mancillado su territorio, golpeada y asesinada su gente, desoídas sus quejas, indigna mucho el discurso del gobierno federal que tanto insiste en que su guerra contra la delincuencia organizada va de gane. Creer eso sería igual que seguir creyendo que Felipe Calderón es el presidente del empleo.
Hay hechos: la corporación de delincuentes que asuela los bosques de la Meseta está integrada por personas con rostro. Son rostros desconocidos, pero visibles, como las armas que ostentan sin disimulo.
Otro hecho es que han muerto en la reyerta Pedro Juárez Urbina y Armando Hernández Estrada y ha sido herido de gravedad un número no determinado de lugareños por reaccionar a la devastación de su zona boscosa.
La naturaleza de la transgresión –derribo de pinos, pinabetes y hasta encinos (que no alcanzan un grosor mayor a 50 centímetros ni una envergadura de diez metros), la extorsión y el control de la zona– ha sido expuesta al gobierno del estado, pero éste, dado lo delicado del asunto, no ha mostrado condiciones para destrabar el problema.
El resultado hasta el momento es el reguardo, a uñas y dientes, de su territorio por parte de los pobladores de Cherán, que no están dispuestos a creer que la guerra desatada contra el crimen organizado vaya a ponerlos a salvo. Armados con palos y piedras, más lo que la creatividad permita, parapetados tras improvisadas barricadas, el pueblo de Cherán parece haber decidido someterse a una especie de sitio donde, con apenas un poco de víveres, se ha propuesto resistir en defensa propia contra los sin rostro que así les roban lo poco que tienen.
Ante esta situación, conviene reflexionar sobre la estampida en la que se ve atrapada la gran mayoría de población indígena en cualquiera de las cuatro subregiones, hablando del pueblo purépecha, pero también del Oriente y de la Costa, no solamente por la pobreza en que vive a pesar de los programas de desarrollo, cuya eficiencia hoy se cuestiona por obvias razones, sino por la falsa ilusión de fundar su desarrollo en el éxito económico, desde las acciones emprendidas por particulares hasta las oficiales.
La lucha es desigual: unos pugnan por el comercio con todo lo que hojas tenga (si de las jaras se hicieran sillas…), por comerciar con peces que entre el fango y el aceite apenas sobreviven, por retratarse para los turistas en el marco de comunidades convertidas en pueblos mágicos; mientras que otros, los menos, llaman al fortalecimiento de la conciencia, a la recuperación de las formas culturales de sus antepasados. Esa forma histórica de existencia quizá, la que sostiene el espíritu comunitario, pudiera ser luego la única defensa propia.
Los árboles de los pueblos de la Meseta no son de nadie de fuera y sí que lo son de todos los de dentro. Todos los de dentro son viejos adentro; son hombres y mujeres que nacieron ahí y no hay forma de entender que vivan lejos de su territorio donde guardan profundas sus raíces, literalmente. Por eso la furia y la indignación.
Este antiguo territorio no es tampoco del Ejército, y resulta comprensible, por mucho que inadmisible, que en su desesperación, el pueblo quiera y hasta solicite su intervención, olvidando peligrosamente que aquél es un imbatible instrumento de represión del Estado mexicano.
El estado de sitio parece generalizado en el país y no hay poder humano que convenza al gobierno de Calderón del vacío en sus discursos sobre la seguridad, ni mucho menos de que cambie de estrategia. Sigue amachinado en que a Michoacán le vaya bien. Muchas gracias, podría decir cualquiera, la guerra ya nos es indiferente.
El pueblo purépecha de la Sierra tarasca, bélico desde antes de la Colonia, se ha defendido siempre de históricas transgresiones: de los guerreros del antiguo pueblo azteca, de bandoleros como Inés Chávez o depredadores como el gringo Santiago Isgley. Ante la situación actual contra quien parece no ser visible, una estrategia basada en la autodefensa de las huestes indígenas del pueblo purépecha parece inminente. La base sobre la que descansen las estrategias de una eventual policía comunitaria tendría que ser la organización tradicional por barrios y un profundo espíritu de autonomía y libre determinación.
El pueblo de Cherán recordará que una parte de la tradición purépecha descansa en el sentido intercomunitario. Ya los pueblos de la Ribera y la Cañada se aprestan a brindar apoyo con agua y alimentos a la gente del pueblo de Cherán. Sin distinción de ninguna naturaleza, ojalá que se sume todo mundo a esta lucha como se suman a la “Marcha-Caminata por la Paz con Justicia y Dignidad” que desde el jueves pasado encabeza el poeta Javier Sicilia y secundamos los que creemos que el camino es otro, y que éste nos tiene hasta la madre.
Fuente: La Jornada de Michoacán
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