lunes, 30 de mayo de 2011

Los motivos de la indignación


ALEIDA HERNÁNDEZ CERVANTES

La indignación hoy es el motor de la protesta social, es la fuente de inspiración de la gente que está en las plazas, en las calles, acampando, concentrándose o marchando hacia algún lugar. Ya sea España, Yemén o México. La indignación, ya no sólo es un fantasma que recorre Europa, ahora es una preocupación latente para los que gobiernan en cualquier lugar del mundo.

Indignación significa enojo, enfado contra una persona o contra sus actos. Y sí, hay muchas razones para estar enojados y enfadados contra las personas que detentan el poder político y económico global y localmente. Sus actos en beneficio de sus propios intereses, no han generado un mejor mundo, mucho menos un mundo más habitable. Por el contrario, padecemos más desigualdad social, mayor devastación ambiental, menos democracia real, una fuerte cultura del consumismo y de la banalidad, mayor incertidumbre social.

El principio rector de la sociedad contemporánea es el dinero y la ganancia, no importa cuál sea el precio que debamos pagar socialmente. La lista de razones para indignarse frente al estado de cosas que vivimos es tan larga que cubre el cielo de cualquier país. Indigna ver a las personas desempleadas, sin posibilidad de ingreso alguno. Indigna la prostitución infantil, derivada de considerar a cualquier persona como una mercancía, de que el cuerpo de un niño o niña pueda ser objeto de intercambio monetario, sin escrúpulo alguno. Indigna que las personas no puedan trasladarse de un lugar a otro con libertad, que a pesar de que estamos en un mundo intensamente interconectado y globalizado, las mercancías sean las únicas que pueden trasladarse sin restricción, mientras que una persona comete el gran delito y sea perseguida por aspirar a una vida mejor en cualquier lugar del orbe. Indigna la opulencia grosera de la gente inmensamente rica, la misma que es –la mayoría de los casos– gracias al trabajo diario de millones de personas que viven con dos dólares diarios. Indigna que la mayoría de nuestros ríos estén contaminados y en general, que el medio ambiente esté en un terrible deterioro, causado por la desmesura de las industrias contaminantes y de la falta de conciencia social. Indigna que el Estado se retire de sus funciones sociales: la prestación de servicios públicos, el privilegio del interés general frente a los intereses privados y particulares, la garantía del respeto a los derechos de los ciudadanos y de todos los seres humanos, entre otros. Indigna tanta falta de dignidad de los políticos; indigna su cinismo, su indiferencia ante el malestar social, su forma tan violenta de ejercer el poder; porque es violencia no crear empleos, reprimir las expresiones de indignación social, la pobreza que ellos generan y reproducen con sus prácticas en el poder. Indignan las guerras que ahora ya no son tanto por motivos religiosos como en el pasado, sino por una economía belicista, que vive de ver correr la sangre humana.

Quien no ve las razones para estar indignados, debe parecerle natural vivir en la oscuridad que cubre el cielo mundial. No sólo las calles y plazas de España deberían estar atestadas, sino todas las plazas de este mundo.

En el bello texto que el francés Stéphane Hessel escribió bajo el título, precisamente, de Indignaos (indignez-vous), decía que deseaba a todos, a cada uno de nosotros, que tuviéramos nuestro motivo de indignación, porque es algo precioso: “Cuando algo nos indigna, como a mí me indignó el nazismo –decía– nos volvemos militantes, fuertes y comprometidos”. Y es verdad, cuando algo nos indigna, luchamos, nos movilizamos, exigimos, despertamos, nos solidarizamos, nos volvemos, en síntesis, más sensibles, más humanos. En ese sentido, Hessel también nos recordaba que lo peor es la indiferencia; por eso mismo, quien no tenga motivos para estar indignado o indignada, es probable que esté anestesiado, que se haya vuelto un autómata, que se haya conformado a vivir en un mundo en llamas, a oler un mundo que se está pudriendo.

No hay opción. Sólo nos queda la indignación como motor de nuestra acción. Esa acción deberá cambiar el rumbo de este mundo.

aleycristal@hotmail.com

Fuente: La Jornada de Jalisco

No hay comentarios: