jueves, 16 de junio de 2011

La violencia política y la prensa en México: permanencias y cambios


RODOLFO GAMIÑO MUÑOZ

El poeta ruso Osip Maldestam –tempranamente– reflexionó sobre el siglo XX. Un fragmento de su pensamiento puede apreciarse en el poema “El Siglo” escrito en 1923. En una de sus líneas Maldestam argumentó: “Siglo mío bestia mía, ¿quién sabrá hundir los ojos en tus pupilas y pegar con sangre las vértebras de las dos épocas? El constructor de sangre a mares vomita cosas te-rrestres. El vertebrador se estremece apenas en el umbral de los días nuevos”.

Maldestam percibió que el siglo XX era voluntarista, un siglo en el que autoritarismo–totalitarismo expandiría su terror a través del nazismo, fascismo, comunismo y con el triunfo del capitalismo. Un siglo en el cual la vida y la muerte tendrían un delgado telón que dividiría una escena de la otra. Un siglo que nació roto, sin espina dorsal, un siglo que emergió decepcionado por su propio horror de todos contra todos, de los unos contra los otros, los “amigos” contra los “enemigos”.

Bajo esta lógica de “amigo/enemigo” los coliseos y quirófanos de exterminio se extendieron a lo largo del siglo con objetivos circulares: identificar, excluir y exterminar a los “no amigos” del sistema político. Hacer la guerra “buena” contra la guerra “mala”, la guerra “justa” contra la guerra “injusta”. Clausewitz denominó a este razonamiento “la guerra como una prolongación de la política”.

La psicosis internacional y estatal por encontrar y exterminar al “enemigo” permeó a México durante la segunda mitad del siglo XX, cuando múltiples manifestaciones sociales y armadas cuestionaron –entre muchas cosas– el sistema político posrevolucionario, a decir, el presidencialismo semiautoritario.

Las tres etapas de la movilización social en el siglo XX

Tres fueron las etapas de movilización social y armada violentadas por el Estado: la rural (1965–1968); la urbana (1968–1973) y la urbana–rural (1973– 1985). En la primera etapa la represión consistió en la aplicación de los “servicios civiles, las campañas humanitarias, la paramilitarización zonal, la operación de los ejércitos tácticos regionales, así como los cuerpos de defensa rural. El objetivo oficial de estas estrategias fue que la presencia de las fuerzas militares se rutinizara en las áreas rurales”.

En la segunda y tercera etapa las corporaciones policiacas y militares al servicio gubernamental se diversificaron, destacan: el Batallón Olimpia, los Hal-cones, la Brigada Blanca, la Dirección Federal de Seguridad (DFS), la División de Investigaciones para la Prevención de la Delincuencia (DIPD) y la Policía Ju-dicial Federal (PJF), así como las corporaciones de policías rurales o regionales. En este periodo fueron utilizadas cárceles clandestinas y bases militares para la tortura y la desaparición del “enemigo”.

Además de la aplicación de estos me-canismos es importante destacar que la violencia durante los años 1968 y 1973 tuvo dos variables. En primera instancia la represión fue abierta, ampliada y pú-blica (particularmente ante la movilización estudiantil de 1968 y la de 1971). Mientras que durante los años 1973– 1985 la represión fue focalizada, de baja intensidad y semipública (focalizada porque no fue necesario extenderla, de baja intensidad porque no fue ampliada a la sociedad y a diversos grupos sociales y semipública porque no tuvo las salidas políticas a través de la prensa, la radio y la televisión).

La prensa, socio activo del Estado

Es importante destacar que el Estado durante esta etapa tuvo varios socios activos, por mencionar la prensa. La prensa tuvo un papel importante no sólo por actuar mancomunadamente con los órganos represivos y volver semipública la represión. Además, fungió como un instrumento por medio del cual se determinaron las salidas políticas al conflicto tanto a corto como a largo plazo. Es im-portante destacar que la condescendencia entre el Estado y la prensa se explica a raíz de pactos de lealtad no firmados, pero acatados. La prensa tuvo un papel político y social de suma importancia. Fue un instrumento que contribuyó a hacer públicas algunas salidas al conflicto. Actuó de acuerdo con la reformulación de los modelos represivos aplicados por el Estado y apoyó el exterminio de gran parte de la oposición política.

Es evidente que el papel político y social de los periódicos no fue un proyecto que emergió aislado o una voluntad desconectada de la realidad política. Además de dar salidas al fenómeno ar-mado, complementó la dinámica represiva llevada a cabo por los escuadrones antiguerrilla. Si la lógica coactiva consistió en reprimir focalizadamente con un despliegue policial de baja intensidad, los medios de comunicación contribuyeron en volverla semipública. Es decir, fuera del tejido social, pero dentro de la observancia pública. El papel de la prensa permitió al Estado dar salidas políticas al conflicto armado a corto y largo plazo.

A corto plazo, las opiniones y posiciones desplegaron una opacidad informativa ante el accionar de las fuerzas contraguerrilla del Estado. Evidenciaron su existencia y rigurosidad, aplaudieron sus acciones, encubrieron la utilización de cárceles clandestinas, de instalaciones militares, métodos de tortura y la desaparición forzada.

A largo plazo, la opinión, posición y los giros informativos de los periódicos generaron repercusiones políticas y sociales de gran envergadura: la rutinización y cotidianización de la violencia por parte de los medios de comunicación terminaron convirtiéndola en una acción aceptada y legitimada socialmente.

Los diarios auxiliaron al Estado para mostrar al movimiento armado como un fenómeno delincuencial atípico en la historia del país. Un acontecimiento que emergió por contagios ideológicos ajenos a las problemáticas políticas, económicas y sociales de México. El movimiento armado fue presentado como una anomia social carente de lógica histórica, un proceso bochornoso que la juventud mexicana no logró entender y, por ello, falseó su camino.

Los periódicos borraron todo indicio que pudiera fincar los cimientos de una clara reminiscencia y propiciaron amnesia colectiva en la sociedad a partir de la relativización del fenómeno armado; además promovieron la construcción de la invisibilidad y la programación del olvido.

Estos presupuestos nos orillan a pensar además de alertar sobre la recurrencia de la violencia política y el papel de la prensa en el México contemporáneo. Puesto que mientras no se entienda la lógica de la violencia estatal, sus formas operativas y miembros activos, ésta po-drá seguir justificándose deliberadamente no sin repercusiones tanto políticas como sociales a corto y largo plazo.

Este argumento cobra fuerza si percibimos el reempoderamiento de los me-dios de comunicación como instrumentos que más que fungir como intermediarios entre el Estado y la sociedad, nuevamente parecen, en su mayoría, otorgar salidas políticas en momentos de tensión y el conflicto permanente.

Es necesario repensar cuáles son los factores internos de orden político y los externos de orden social que rigen el papel de la prensa con relación al Es-tado actualmente y cuáles son las continuidades y los giros que en materia informativa llevan a cabo con relación al pasado y la violencia desplegada por éste actualmente. Un Estado que se empeña en ser voluntarista, en sostener un absurdo “Petainismo”, es decir: “ha-cer la paz con la guerra exterminadora o hacer que la “violencia buena” suceda a la “violencia mala”.

Bajo estas premisas es importante destacar que la tan anhelada “Solución final” o “Solución absoluta del siglo XX –como lo sostuvo Maldestam– es irreconciliable a principios del siglo XXI, ya que se sigue buscando “la lucha final”.

El Primer Coloquio Violencia: actores, cultura y enemigos del Estado, que se llevará a cabo del 24 al 25 de junio de 2011 en la Facultad de Ciencias para el Desarrollo Humano de la Universi-dad Autónoma de Tlaxcala nos permitirá ahondar en estos tópicos que resultan cruciales en el contexto de violencia política que persiste en México.

Fuente: La Jornada de Oriente

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