lunes, 10 de octubre de 2011

Su delito, apellidarse Cabañas, reclama sobreviviente de la guerra sucia en Atoyac


RODOLFO VALADEZ LUVIANO (Corresponsal)

Atoyac, 7 de octubre. “¿Qué fue de mi papá y mi abuelo, detenidos y desaparecidos por el Ejército mexicano en la comunidad de Corral Falso?”, preguntó Gladivir Cabañas Gómez, miembro de la Asociación de Familiares de Detenidos Desaparecidos y Víctimas de Violación de los Derechos Humanos en México (Afadem), cuando en la conmemoración del Mes Internacional del Detenido Desaparecido, contó como los soldados se llevaron a su padre durante la guerra sucia.

“Fue un 5 de octubre de 1974, cuando yo tenía dos años, y aunque por mi escasa edad se me escapan los detalles de la detención, es gracias a la memoria de madre y mi abuela que mantengo vivo ese momento, el cual marcó mi vida hasta estos días”, aseguró.

Mi padre y mi abuelo, recordó, habían tomado la decisión de dejar el pueblo y dirigirse a la ciudad de México, porque el gobierno inició la persecución, tortura, ejecución y desaparición de gente, sin importar si participaban o no en el movimiento armado del profesor Lucio Cabañas Barrientos.

Ese día, abundó, llegaron muchos soldados a bordo de diferentes vehículos y sitiaron el pueblo, luego sacaron a los habitantes por la fuerza de sus casas y los reunieron en la plaza principal. “Mi padre estaba atrás de mi abuelo cuando los soldados preguntaban el nombre de cada uno de lo formados en la fila. Al llegar con mi abuelo, él contestó: ‘Eleno Cabañas Ocampo’ y sin decir más los soldados detuvieron a mi abuelo con el argumento de que por apellidarse Cabañas era uno de los que buscaban. Lo esposaron y lo sacaron de la fila a punta de golpes.

Mi padre les gritó que lo dejaran, a lo que mi abuelo le contestó que no se metiera: “Hijo, yo ya estoy grande, tu estas nuevo”; sin embargo, los militares también se llevaron a mi padre junto con otras personas de las comunidades vecinas. “Los detuvieron por el delito de llevar el apellido Cabañas”, dijo Gladivir.

“Cuando mi abuelita los fue a ver al cuartel militar –continuó– para saber cómo estaban, se encontraban bien y vivos. Al día siguiente, nadie podía hablar de lo que pasaba. La mañana, la tarde y la noche fueron eternas”, asentó.

Era un ambiente de terror. No había luz. Los perros ladraban y eso indicaba que alguien se acercaba a las casas. Las calles reverdecían por los uniformes de los soldados y sus tanquetas.

“Posteriormente mi abuela y mi madre, conmigo en brazos, fueron a preguntar por sus esposos, para lo cual los del Ejército les advirtieron que si continuaban ahí también se las iban a llevar para que les pasara lo mismo que a los detenidos, a pesar de tratarse de mujeres humildes, lo que provocó que rompieran en llanto que era más bien de impotencia”, dijo.

Remembró que “cada día que pasaba eran más frecuentes las noticias de que había más detenidos en diferentes comunidades de Atoyac. Las escuelas suspendieron las clases por el estado de sitio y las comisarías fueron usadas como cuarteles. Los soldados obligaban a las mujeres a hacerles de comer, a pesar de que ellos eran los criminales que se llevaron a sus familiares”. Había helicópteros que sobrevolaban la sierra, retenes por todas partes donde registraban a cada persona que pasaba.

En todas las comunidades, que estaban sitiadas, los uniformados sacaban de sus casas a hombres, mujeres, ancianos y niños. Los pueblos de la sierra olían a tortura y muerte originada por el ejército y cada día llegaban más refuerzos de otros estados, recordó.

Mientras recordaba los hechos, en la conmemoración del Día Internacional del Detenido Desaparecido en esta ciudad, Gladivir Cabañas, afirmó: “ellos (los soldados) se los llevaron. Nosotros los vimos vivos. Su delito fue apellidarse Cabañas, pero sobre todo ser pobres”.

Han pasado 32 años y lo siguen negando. “Han querido callarnos de muchas maneras. Han querido silenciar nuestra protesta, comprando nuestro silencio, pero ni los portafolios de dinero del gobierno, ni sus promesas, nos devolverán a mi abuelo y a mi padre quienes fueron detenidos y desaparecidos por el Ejército mexicano y jamás los hemos vuelto a ver. Nunca supimos donde dejaron sus cuerpos. Nunca hemos tenido una respuesta de nadie y por eso no podemos callarnos, aseveró al tiempo de sostener que en memoria de ellos, cada año, escribirá una carta recriminando al sistema”.

Fuente: La Jornada de Guerrero

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