Todavía implica una complicada tarea de reconstrucción política y social lo que sucedió la madrugada del 15 de abril de 2011 en Cherán
Gustavo Ogarrio
Todavía implica una complicada tarea de reconstrucción política y social lo que sucedió la madrugada del 15 de abril de 2011 en Cherán. Hay algo de enigma y mucho de certeza en las razones de la desesperación, el miedo y el hartazgo que llevó a una buena parte de la comunidad de Cherán a “levantarse” para impedir que sus bosques siguieran bajo el saqueo del crimen organizado con la abierta complicidad de las autoridades municipales. Todas y todos saben desde aquella madrugada, con certeza irrefutable, de la abierta alianza entre las entonces autoridades municipales, los talamontes y el crimen organizado.
En algunas interpretaciones se pone de manifiesto la definitiva intervención de mujeres y jóvenes en el “levantamiento”. Comuneros que abiertamente reconocen la decisión de las mujeres y de muchos jóvenes para enfrentar el saqueo y detener a los responsables no sólo de la tala inmoderada de sus bosques, también del arrasamiento mismo de la vida en Cherán. Se dice que el azar también puso lo suyo y lo que iba a ser una acción de autodefensa que tardaría dos días más, sucedió aquel 15 de abril de 2011; los acontecimientos se precipitaron por la inminente represalia que se tomaría en contra de la comunidad. Ninguna versión miente, ninguna trata de distorsionar la realidad, más bien, son versiones de un hecho múltiple, de un acontecimiento que tiene ya algo de mítico y que es ahora el momento del origen mismo de una lucha y una resistencia que recién cumple dos años. Una memoria colectiva de Cherán que guarda unidad incluso en la manera tan heterogénea en la que evoca este pasado reciente.
Cada recuerdo en Cherán de aquel 15 de abril de 2011 es al mismo tiempo personal y comunitario, cada quien le imprime sus propios miedos, deseos y una dimensión utópica que también anima una genuina política de autodefensa y de establecimiento de una paz sostenible, que no aspira a erradicar el conflicto sino a vivir con él y a controlarlo racionalmente a través de un gobierno comunitario, no punitivo sino de justicia restitutiva, reparadora del daño y no de castigo y suplicio carcelario. Ahora también se sabe que las raíces mismas de la autonomía en Cherán tienen un pasado remoto, una tradición política, social y cultural que, como toda tradición viva, aparece en los momentos de mayor peligro, como la apropiación de ese recuerdo que relampaguea en los instantes extremos y del que habla Walter Benjamin en sus tesis sobre la historia.
Lejanos están ya los días de abril de 2011 y en los que Cherán se volvía una noticia desinformada, descontextualizada, un lugar de turbulencia sobre el que opinadores, intelectuales de régimen y lectores de noticias volcaban todo su arsenal de discriminación y racismo, toda esa superstición de modernidad que dicta que el avance político de la sociedad sólo se encuentra en las experiencias urbanas o en los reflejos sordinos de un sistema político en franco estado de descomposición, y no en las lecciones que los pueblos indígenas han venido dando desde 1994. Lejanas parecen las horas iniciales de angustia y amenaza en las que Cherán recibía también el apoyo y la solidaridad nacional e internacional y dejaba de ser un pueblo hasta entonces desconocido, que supuestamente había decidido poner en tela de juicio el estado de derecho, para emprender el vertiginoso y minado camino que llevó a la comunidad a establecer una estrategia jurídica y política para hacer girar su autodefensa hacia los tribunales y exigir el reconocimiento de su autonomía y el pleno derecho a establecer un gobierno comunal.
Cherán demostró que el agotamiento del Estado mexicano, su incapacidad para garantizar la seguridad de la sociedad y evitar el crecimiento de la violencia, estaban articulados a la crisis de los partidos políticos como figuras de representación popular, y que la autonomía indígena era un recurso de organización política y jurídica cuya tradición significaba una verdadera alternativa ante la crisis de violencia.
Por supuesto que los lenguajes de la autodefensa o de la autonomía son diferentes a la semántica del Estado. Su irrupción, si bien ha sido también legítima y jurídica, es ante todo una expresión que todavía no está tocada por el conformismo y el fatalismo de la política dominante, un lenguaje que plantea que es posible defenderse y sobrevivir en este contexto de violencia extrema mediante la organización; no hace una apología de la violencia, como muchas veces lo ha hecho el Estado en sus momentos de delirio militarista como el que se vivió con la presidencia de Felipe Calderón; la autodefensa y el camino jurídico de la autonomía y del gobierno comunal son en nuestros días respuestas genuinas de sobrevivencia ante el exterminio selectivo. La autodefensa legítima no es el comienzo de la violencia, no es el brote primero de una cadena de acciones armadas; es la consecuencia de una historia de atropellos, de aplastamiento de derechos individuales y colectivos básicos, de la indefensión ante situaciones de arrasamiento de una comunidad.
En el ensimismamiento que padece el Estado mexicano, ahora con el PRI, pero también anteriormente con el PAN como gobierno federal y con el PRD como gobierno estatal, Cherán no ha sido entendido como una urgente llamada de atención para replantear desde una perspectiva intercultural el proyecto nacional y estatal, cualquier cosa que esto signifique, o de reconsideración de una política de modernización económica y de crisis política que sólo beneficia y es funcional para un sector sumamente reducido de la sociedad. En 1994, el EZLN y las comunidades zapatistas dieron una lección de modernidad a la sociedad mexicana al patear el banquete de miserias salinistas que nos colocaban de un plumazo en un inexistente camino al Primer Mundo. Desde el 15 de abril de 2011, Cherán ha dado también una lección de legitimidad, legalidad, razón jurídica, organización y de gobierno comunitario en un contexto de extrema adversidad.
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