PLAZA PÚBLICA
Teoría de las narcomantas
Miguel Ángel Granados Chapa
10 Dic. 08
La continuidad de acusar al titular de la SSP, Genaro García Luna, por medio de mantas, de un presunto vínculo con el Cártel de Sinaloa podría resultar en una suerte de blindaje para el funcionario. Destaca la capacidad de quienes han desplegado mantas del narcotráfico en diversos estados del país, lo mismo lo hacen en Reynosa o Villahermosa, que en Durango y Oaxaca
Las primeras narcomantas aparecieron, si mi registro no falla, en mayo pasado en Culiacán. Un domingo fueron colocadas tres en lugares muy visibles de la capital sinaloense, y seis más al día siguiente. Contenían mensajes atribuidos a Arturo Beltrán Leyva y su mensaje era de denuncia a la parcialidad oficial en la persecución al narcotráfico. El 26 de agosto ese medio de comunicación reapareció multiplicado: 27 mantas colgaron en 12 ciudades de seis estados. La naturaleza del mensaje era la misma que en mayo. Y fue igual en las mantas montadas en varias ciudades el 26 de octubre.
Anteayer se reprodujo, ampliada, la operación de agosto: 27 mantas mucho mejor impresas que las anteriores aparecieron en 12 ciudades de ocho entidades. No permanecieron mucho tiempo expuestas a la atención de la gente, pues la fuerza pública de cada localidad, que no evitó la colocación de los mensajes, se apresuró a retirarlos. Lo hizo cuando el público y los medios se enteraron de su contenido. Como en agosto, el denunciado principal en esos recados enormes es el secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna.
La magnitud de las operaciones anteriores y la de anteayer, su dispersión geográfica, la concentración del objetivo en una sola persona (a diferencia de campañas anteriores en que se expresaron acusaciones contra varios blancos, incluidos el presidente de la República y el Ejército como institución, amén de varios generales citados por su nombre) obliga a reflexionar sobre el origen de las narcomantas, y su propósito. Cuando ostentan una firma, ésa corresponde al Cártel del Golfo, o la índole del mensaje, de ser auténtico, permite atribuirle ese origen. La nuez de las acusaciones contra García Luna consiste en asegurar, como ritornelo, que está aliado al Cártel de Sinaloa.
Es inútil cavilar sobre la verosimilitud de las afirmaciones relativas al secretario de Seguridad Pública. Los anónimos carecen de valor por su propia condición. Y las afirmaciones sobre los nexos de García Luna con el narcotráfico no son novedosas. Algunas de ellas son públicamente conocidas y constan en expedientes ministeriales, como los que permitieron al Grupo Reforma concluir que mandos de la Procuraduría federal y de la SSP fueron cooptados por bandos rivales dentro del Cártel de Sinaloa: los funcionarios de la Subprocuraduría de Investigaciones Especializadas en Delincuencia Organizada, de la PGR, responderían a los hermanos Beltrán Leyva, mientras que la Policía federal, dependiente de la SSP tendrían queveres con los Zambada (Reforma, 2 de diciembre).
Además de la capacidad de maniobra y de recursos que permiten la simultaneidad de la colocación de las mantas en ciudades distantes y distintas como Reynosa y Villahermosa, o como Durango y Oaxaca, quienes las ponen a disposición del público actúan con aplomo, a la luz del día, como si no fueran portadores de señales que los vinculan con el hampa, de la que presumiblemente ellos mismos son parte. Para citar sólo un ejemplo del desparpajo con que hacen su tarea, hay que recordar que en las operaciones de agosto y de este lunes quedó incluida la ciudad de Monterrey. En la primera ocasión, entre otros sitios escogidos figuró la Alameda. Y anteayer, la mismísima Catedral se vio de pronto desfigurada con una enorme manta, de seis metros de largo.
En la Alameda, hace tres meses hizo su labor un comando de 10 personas, dotadas de armas largas, que llegaron en tres vehículos. Es posible que el mismo aparato, tal vez hasta los mismos individuos, hicieran lo propio el 8 de diciembre (día, por cierto, de la Inmaculada Concepción de María). Y la naturalidad de sus movimientos, que no hicieron a nadie, en ninguna de esas oportunidades, denunciar los hechos como algo ilícito o por lo menos como algo anormal, quizá derivó de que los protagonistas de la operación se conducían con naturalidad precisamente, como si fueran agentes de la autoridad cuyos movimientos no sorprenden a la gente común.
No estoy en condiciones de afirmarlo porque no lo sé, pero no me sorprendería enterarme de que agentes policiacos, uniformados o vestidos de civil, o disfrazados con atuendos de corporaciones ajenas a la suya colocaron por lo menos las mantas del lunes, dedicadas a denunciar a García Luna. El que los delincuentes lo señalen haría ganar consideración pública al secretario de Seguridad federal, y reforzaría la especie, difundida desde su oficina, de que los señalamientos en su contra, procedentes de diversos miradores, son resultado de una conjura urdida por sus enemigos políticos.
García Luna ha logrado que gane espacios y tiempos al aire esa versión, que ha esbozado como suya el propio presidente de la República. Intereses aviesos, del crimen organizado y de la oposición política (unidos ex profeso o no, pero coincidentes en su afán de minar al Estado y a sus funcionarios probos), habrían orquestado una campaña para desembarazarse de García Luna. La crítica en su contra, como la que suelo ejercer en este caso desde hace varios años, no estaría motivada por el sano escrutinio a que los medios y los partidos deben someter a quienes gobiernan, sino que obedecería a propósitos cuya naturaleza va de la mezquindad hasta el mercenarismo.
Hacer que esa tesis salga avante significaría blindar a García Luna. Su jefe el Presidente no le solicitaría jamás la renuncia si desde las colosales mantas de que nos ocupamos, desde los bajos fondos se le pide que lo haga. ¿O no?
Correo electrónico: miguelangel@granadoschapa.com
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miércoles, 10 de diciembre de 2008
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