La regresión
Víctor Flores Olea
Cuando Felipe Calderón dijo en un reciente discurso que no podíamos seguir igual, algunos ingenuos pensaron que se había producido la iluminación de que volviéramos a la pista del crecimiento, de las inversiones productivas, de la creación de empleos, del fortalecimiento del mercado interno. Pero no, lo previsible se impuso: bajo el mando del equipo de la Secretaría de Hacienda regresamos a las recetas más fracasadas del neoliberalismo y, por tanto, nos asomamos a la orilla de un nuevo abismo que pone ya al límite la resistencia y estabilidad del país. El peligro ahora es mayor que nunca precisamente por las medidas que propuso Calderón al Legislativo.
Mientras en distintos países los gobiernos luchan por deshacerse de las más perniciosas fórmulas del pasado, de las que resultó el escandaloso enriquecimiento de los más ricos, con la exclusión y multiplicación de los pobres, regresamos al mundo de las medidas fiscales extensivas y regresivas, sin atender el crecimiento y la creación de puestos de trabajo, sin fortalecer la infraestructura, sin construir escuelas, viviendas, y hospitales: ¡más bien reduciendo al mínimo esos rubros! ¡Las espectaculares medidas necesarias para evitar la catástrofe han terminado en un desperdicio de pájaro que se sitúa exactamente en el lugar opuesto a lo proclamado!
Cuando un jefe de Estado como Felipe Calderón se deja tripular impunemente por sus consejeros y ejecutivos económicos, pertenecientes a una generación de economistas que sostienen los más envejecidos principios que han demostrado ya su incapacidad para resolver los problemas de las sociedades y que son la verdadera causa de los mismos, los mexicanos vivimos en la agonía de que tal cinismo e ignorancia sigan siendo los rectores de nuestra vida económica y financiera.
Se sabe bien que frente a la crisis, sobre todo en el mundo latinoamericano, México ocupa uno de los lugares más vulnerables y de desastre. Por supuesto que el conjunto de los países tiene graves problemas, pero México está en una plaza final de resistencia. A esto precisamente nos ha llevado la historia última, pero también el caballero de la redonda figura que con su equipo anunció primero que se trataba de un catarrito, después de una afección respiratoria mayor y ahora, hace apenas 10 días, del boquete mayor en la historia de nuestras finanzas públicas.
No cabe duda alguna de que estamos en pésimas manos, no sólo por los frívolos diagnósticos, además fallidos, sino porque la medicina que ahora se prescribe ahondará gravemente la enfermedad. Claro, la tragedia mayor es que el Presidente de la República, sin saberes mínimos ni experiencia en estas faenas, se ha encadenado a las prescripciones de estos restos antidiluvianos de los Chicago Boy’s que se ostentan –siempre lo han hecho– como salvadores. Pobre México y pobre país que ha sido rodeado de tales simuladores de conocimientos que lo empujan y nos empujan al abismo. (Diría, para colmo, que ahora va a Pemex el que fuera coordinador de asesores de aquel Gil Díaz que también ha sido joya de trampas y corrupción: ¿recuerdan la venta de Banamex sin pagar impuestos? ¿Y el nuevo procurador propuesto, encargado de la seguridad en Chihuahua precisamente cuando se multiplicaban los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez? Tal es el historial de algunos que ahora llegan; otra muestra de que estos marrulleros le han puesto a Felipe Calderón la soga al cuello, y que éste los deja hacer sin ningún rubor.)
¿Entonces el ahorro a ultranza del gasto público es la medicina a nuestros males (sin hablar del incremento generalizado a estos impuestos tremendamente regresivos: otra vez, sobre las medicinas y la comida que afectarán directamente a los mexicanos más necesitados, ¡ya 50 millones en la pobreza extrema, para decir lo menos! ¡El hecho es que 2 por ciento de incremento en los impuestos para los ricos resulta menos que quitarle un pelo al gato mientras que para los pobres es en muchos casos cuestión de vida o muerte!)?
Hoy sabemos bien que para enfrentar la recesión hay que recurrir al crecimiento, eventualmente al incremento del gasto fiscal, a la ampliación del mercado interno, a la construcción de infraestructura, de escuelas, de viviendas… Pero de eso ni una palabra. La patraña de destinar los nuevos impuestos a la dádiva de Oportunidades, como medio para mejorar la condición de los mexicanos, llega ya al escándalo y al bochorno de la mentira. Deben crearse puestos de trabajo y no otorgarse limosnas a los pobres. ¡Ellos no quieren dádivas, sino trabajo! Pero el dinero ha sido sacado del país y las inversiones en México resultan nulas.
¡Inversiones en crecimiento, en infraestructura, en educación, en viviendas, en salud, y también, por supuesto, limitación a las transferencias de capital que han llegado a saqueos escandalosos! ¡Regulación de las finanzas que han exhibido libertades que llegan a la corrupción y a los fraudes más increíbles! Felipe Calderón dijo que las medidas que tomaría eran necesarias para evitar el colapso; ahora sabemos que la línea de sus decisiones nos acerca peligrosamente a ese colapso y que muchas son exactamente las inversas a las que debieran tomarse.
No es, pues, un esfuerzo hacia delante el que vivimos, sino una lastimosa y enfermiza vuelta al pasado, una maligna regresión que podría resultar mortal.
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