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Haití: transformar la sensibilidad en dinero
Se cocina golpe a los mineros de Cananea
Carlos Fernández-Vega
En cuestión de segundos, eternos para quienes estaban allí, alrededor de 80 por ciento del producto interno bruto haitiano se evaporó. De ese tamaño es el brutal impacto económico del terremoto de 7 grados en la escala de Richter que sacudió la parte oeste de La Española el pasado 12 de enero, en la nación más pobre de América, y una de las más paupérrimas del planeta. Más allá del impresionante costo en vidas humanas, la reconstrucción costaría cerca de 10 mil millones de dólares, de los que no se ha reunido uno solo, pues las aportaciones que hasta ahora se han concretado se destinan a financiar la emergencia.
Haití recibe ayuda económica, médica, alimentaria y militar de países, instituciones y solidarios ciudadanos, pero ni de lejos resulta suficiente para medianamente atemperar la situación, de por sí crítica antes del terremoto. A pesar de la rápida respuesta internacional tras el terremoto de 7 grados, las aportaciones económicas hasta ahora ofrecidas por la comunidad de naciones, más lo prometido por organismos internacionales –especialmente los regionales–, resultan prácticamente insignificantes ante la magnitud del drama haitiano.
Por ejemplo, el Banco Mundial ha ofrecido donaciones adicionales por 100 millones de dólares, que se destinarían al apoyo, recuperación y reconstrucción de la nación caribeña; el Programa Mundial de Alimentos (la mayor organización de asistencia alimentaria, perteneciente a la ONU, que maneja anualmente 3 mil millones de toneladas de ayuda en alimentos, según su propia información) ha pedido donativos por 279 millones de dólares para Haití, con el fin de alimentar a 2 millones de personas y prestar ayuda logística para el próximo medio año; el Banco Interamericano de Desarrollo espera aprobar este año hasta 128 millones de dólares en nuevas donaciones para el país afectado; la Cruz Roja de Estados Unidos recaudó más de 20 millones y la Organización de Estados Americanos apenas 100 mil dólares.
Por el lado de los gobiernos, más allá de las aportaciones en alimentos, medicinas y equipo de rescate, la Unión Europea ofrece algo así como 600 millones de dólares, el de Estados Unidos no pasa de 100 millones; Brasil, 15 millones; México, 8 millones; China, 5 millones (4.4 millones de dólares en medicinas, tiendas de campaña, equipos purificadores de agua, víveres y ropa) y así por el estilo, lo que sumado a las aportaciones y compromisos de los organismos internacionales y regionales sólo sirve, en el mejor de los casos, para atender lo inmediatamente necesario. El problema, como suele acontecer en este tipo de dramas, es que superada la emergencia la atención internacional retoma la rutina y deja a un lado todo lo demás. De hecho, ésa es la historia del fallido Haití, hundido en la miseria entre dictaduras, golpes de Estado, invasiones, corrupción, asalto a las arcas públicas, crisis políticas e inmisericordes golpes de la madre natura (cualquier parecido con otros países no es coincidencia).
En este contexto destaca el exhorto del presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, quien llamó hoy a la comunidad internacional “a transformar la sensibilidad en dinero para ayudar a la reconstrucción… El mundo está sensibilizado, pero ahora es necesario transformar esa sensibilidad en ayuda concreta, en dinero, para poder reconstruir Haití”. Y el presidente haitiano, René Préval, pidió en Santo Domingo que la ayuda dirigida a su nación trascienda el hecho de curar las heridas provocadas por el terremoto, aunque es un hecho que antes del movimiento telúrico las condiciones de vida de sus gobernados no eran las mejores.
En un primer cálculo realizado ayer en República Dominicana por el presidente de esa nación y otros participantes de alto nivel, la reconstrucción material de Haití costaría alrededor de 10 mil millones de dólares, en un país cuyo producto interno bruto apenas roza los 12 mil millones de billetes verdes, con 70 por ciento de su población hundida en la pobreza. De acuerdo con los planes de organización que se conocen, esa cantidad, de reunirse, se aplicaría en un lustro, a razón de 2 mil millones por año, de tal suerte que en media década (sólo en el mejor de los casos, y siempre que se reúna la cantidad y se mantenga la atención internacional) los haitianos retornarían a la condición de vida que tenían hasta el terremoto, es decir, a la miseria institucionalizada.
Estados Unidos, la economía más poderosa del planeta, ha prometido 100 millones de dólares, y 600 millones el conglomerado de naciones que da cuerpo a la Unión Europea para reconstruir Haití. ¿Es mucho o poco? ¿Qué les representa esas cantidades? Absolutamente nada. De acuerdo con información estadística del Fondo Monetario Internacional, el producto interno bruto del país gobernado por Barack Obama se aproximó a 14 billones de dólares (millones de millones) en 2008, y alrededor de 18.5 billones, en igual año, el de el conjunto de países agrupados en la UE. Sin embargo, entre ambos ofrecen 700 millones para Haití, es decir, lo que el más reciente premio Nobel de la Paz gasta en menos de un segundo para aceitar su guerra en Medio Oriente.
Reconstruir Haití y ponerlo nuevamente de pie es una tarea que compromete a la comunidad de naciones y a los organismos internacionales, pero sería un gravísimo error y una acción de lesa humanidad calificar de éxito contundente el simple hecho de regresar al país caribeño a las mismas condiciones prevalecientes antes del terremoto. Muchas muertes registra Haití a lo largo de su historia, independientemente de las causadas por la espeluznante sacudida del pasado 12 de enero.
Entonces, como propone Lula, es necesario transformar sensibilidad en ayuda concreta, en dinero, para poder reconstruir Haití, garantizarle un futuro decoroso y de allí para delante.
Las rebanadas del pastel
En los tribunales se cocina un golpe adicional a los mineros de Cananea, pues, de acuerdo con el sindicato del ramo, “el segundo tribunal colegiado de distrito en materia de trabajo del Distrito Federal estaría por declarar extinta la relación de trabajo entre el Grupo México, de Germán Larrea Mota Velasco y su efectivo maiceo, y los mineros de Cananea, que llevan dos años y medio en huelga y sin que sus peticiones sean atendidas. Y ello sucedería el próximo miércoles o jueves. Después podría resultar lo mismo para los trabajadores en Sombrerete, Zacatecas, y Taxco, Guerrero”.
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Fuente: La jornada
Difusión AMLOTV
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